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Santiago Kovadloff: "Cristina es la única persona que entendió quién es Alberto"

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Santiago Kovadloff Foto: Virginia Gutiérrez Eguía

ENTREVISTA

El intelectual habló con el diario El País de su carrera, de la dramática situación política argentina y de los poetas que lo han emocionado a lo largo de su vida

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Son las 12 del mediodía del sábado 18 de septiembre, y del otro lado de la cámara aparece, tan diáfano como si la distancia no existiera, Santiago Kovadloff. Así es él: cálido, honesto, profundo, didáctico y sensible.

En ese carácter está el secreto de su prestigio y de las prioridades estéticas y afectivas que ha desarrollado a lo largo de una vida que ya lleva 78 años, y en la que, mientras su nación se ha hundido en oscuras ciénagas, él ha sido reconocido por virtudes individuales que, si se replicaran, hubieran transformado a esta Argentina corporativa en una tierra infinitamente distinta.

Pero el que define como “el único país decadente de América Latina” es como es, y esta charla trata sobre el drama perpetuo que lo aqueja. Y también sobre las inquietudes espirituales, políticas y literarias de Kovadloff, el ensayista, poeta, filósofo, docente, columnista de La Nación y traductor de la primera versión completa al español del Libro del desasogiego, sobre este Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, ganador del Premio Nacional de Literatura de Argentina y del Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, miembro correspondiente de la Real Academia Española y miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y de la Academia Argentina de Letras.

—¿Por qué sigue viviendo en un país encantador pero maníaco una persona con la cantidad de méritos laborales, académicos y familiares que usted tiene?
—Yo regresé a la Argentina a los 20 años de San Pablo, donde había vivido desde los 14, traído por un sentimiento muy hondo de necesidad de recuperar mi propio ámbito y mi propia lengua. Ya sabía que quería ser un escritor y, si bien el portugués sigue siendo una lengua entrañable, aun así extrañaba mi idioma, mi ciudad, las estaciones y el sitio donde había transcurrido mi infancia. Así que los motivos que me trajeron fueron profundamente sentimentales, y sentí un desgarramiento muy profundo toda vez que tuve que enfrentarme a la posibilidad de dejar mi país. Creo que ya no sé ser extranjero.

—¿Qué le da la poesía a su vida, y por qué sigue inmerso en ese género tan importante históricamente en la patria de Borges, de Lugones, de Silvina Ocampo y de Alfonsina Storni?
—La poesía es una vocación, un llamado imperativo al que se responde con fervor o al que se desoye a un altísimo costo. Las vocaciones son autoritarias: caen sobre nosotros como un mandato y nos exigen que cumplamos con ellas. Podemos desoírlas, aunque se paga caro por ese desdén. Y como en la poesía la palabra se redime de su propia obviedad, constituye una alegría infinita. Al mismo tiempo, es un arte en el cual es posible desplegar un aprendizaje incesante. Y también es una fuente de gratitud, porque siempre creí que a la edad que tengo la emoción de lo poético estaría apagada. Pero no es así, porque se me brinda con una generosidad permanente, que nada tiene que ver con el alcance de mi propia poesía en el orden social. Hoy, es un género desoído, incomprendido y poco atractivo; vos mencionabas a Borges, cuya poesía no es inferior a su prosa. Con lo cual tiene que ver otra actividad, porque tengo un trío de música clásica con una pianista y un violinista, en el que desempeño la tarea del intérprete de textos. Como no canto, leo (risas).

Santiago Kovadloff. Foto: F. Ponzetto
Santiago Kovadloff

—¿Qué poeta que usted haya conocido siendo joven lo sigue fascinando?
—Fernando Pessoa, Carlos Drummond de Andrade, Manuel Bandeira, Murilo Mendes y Mário de Sá-Carneiro. Ellos me permitieron descubrir la emoción de lo poético a los 15 años y hasta hoy me acompañan. Hoy mismo estaba leyendo una hermosa traducción al portugués de Safo, la poeta griega. Y junto a ellos hay alguien que jamás me abandona: Idea Vilariño. Para mí su poesía es deslumbrante, porque concilia la hondura con una sencillez expresiva que no recurre jamás a la tentación o al espejismo de la hipérbole.

—O sea que, más allá de Idea, el portugués ocupa un lugar clave en esta historia…
—Todos esos escritores, así como Vinicius, son fundamentales y los traduzco constantemente porque la traducción –un complemento inescindible de mi actividad de escritor– es, como el canto, un género musical. El texto funciona como una partitura, que yo ejecuto con la voz o con la traducción.

—Pasemos a un terreno decididamente más ominoso. Hace pocos días, la diputada Fernanda Vallejos afirmó que por boca de Cristina Fernández “habla el pueblo”, y agregó: “Nosotros construimos nuestro capital político. No Alberto Fernández marchando con Nisman, no Alberto Fernández recorriendo los estudios de TN, diciendo que Cristina era una psicópata, una asesina, una corrupta y una ladrona; ella y los demás compañeros que hoy son presos políticos y que ni Alberto ni ninguno de los conchudos que están ahí cobrando el sueldo son capaces siquiera de mencionar”. ¿Hace falta que formule una pregunta?

—Vamos a hacer un pequeño comentario para honrar la calidad de tu silencio. En principio, es una autodegradación de su femineidad, porque llamar “conchudos” a los funcionarios del gobierno es llamarlos inútiles, estériles, imbéciles e inferiores. Y yo no diría eso nunca de una mujer, ni siquiera de ella. Eso no se dice jamás, a menos que uno esté reñido esencialmente con su identidad sexual, cosa que quizás a ella le suceda. Pero en todo caso es un derecho, no una condena (risas). En segundo lugar, la pregunta que no se formula es por qué lo eligió Cristina Kirchner, que es la única persona que entendió quién es Alberto.

—¿Cuál es la respuesta?
—Que sabía que estaba hablando con un hombre inescrupuloso, al que necesitaba para disfrazar su propia identidad, de modo tal que buena parte del electorado la creyera cambiada. Ella nunca pensó que él, que la había descalificado y denunciado durante años, la traicionaría. Lo que no concibió es que la ineptitud fuera una de las formas de la traición. Fernández es un empleado de la vicepresidenta que no entra en conflicto porque cuente con un proyecto alternativo, sino por la falta de idoneidad que tiene para cumplir con el mandato de ella. Además, respecto a los dichos de la diputada, añadiría que el pensamiento totalitario tiene la vocación de jibarizar la realidad para hacerla caber en el propio modelo. Así que ella ha sido clarísima: se descalifica como mujer, desprecia la alternancia y la alteridad, concibe como traidor a quien su propia líder ha elegido como figura representativa y termina por descalificar a un gabinete que representó no necesariamente la ineptitud de las figuras que rodearon a Fernández, sino la esterilidad del pensamiento populista.

—¿Cristina es pragmática, como Néstor Kirchner, o dogmática?
—Ante todo, quiero hacer una declaración sentimental. Para mí la palabra “pragmatismo” tiene que ver con William James, que fue un gran pensador. Por lo tanto, creo que no debemos degradarla asociándola con estos miserables (risas). Ser cínico y tener sentido operativo y práctico de la realidad tal vez los acerque más a lo que yo llamaría “maquiavelismo político”, en el sentido de que Maquiavelo denunció una conducta en la que el escrúpulo no existía. Entonces, Cristina es profundamente dogmática, y la verdad es que siempre ha sido muy sincera en la expresión de sus ideas totalitarias. Sin embargo, ha encubierto los delitos que la Justicia de un momento a otro puede probarle. Y ha sido muy hábil no solo para el ejercicio del delito, sino para la conversión permanente de sus intereses en estrategias y prácticas políticas, porque sabe rodearse de hombres que tienen mucho oficio en el envilecimiento de la ley. Fijate que les ha pedido la renuncia a muchos ministros de Fernández, pero no a quienes controlan el Poder Judicial y el espionaje.

—“Vida injusta, asquerosa, absurda, vida de mierda pero vida a pesar de todo, mal que mal hay que aferrarse a ella, como si el humano en Buenos Aires fuera apenas un abrojo”. ¿Qué le dicen estas líneas hoy respecto de la realidad argentina?
—¿De quién es ese texto?

—Pertenece a una fantástica novela de Jorge Asís, llamada La calle de los caballos muertos.
—Jorge Asís es un gran escritor, y además fue un buen compañero de fútbol mío.

—¡No!
—Sí, porque los que integrábamos la redacción de la revista Crisis en los años 70, como Eduardo Galeano, Boy Olmi o Guillermo Allerand, íbamos a jugar los miércoles al fútbol. Y yo jugaba de arquero, pero Jorge, que era hábil, jugaba de delantero. Así que un día se desmarcó por izquierda, avanzó hacia el arco y no tuve más remedio que salir y darle un tortazo en la pierna (risas). Entonces, cayó, perdió la pelota, logré tirarla al córner y él, que era muy divertido, me dijo: “¡Degenerado, rompiste una de las piernas más bellas de la literatura argentina!” (risas). Todavía hoy tenemos un vínculo afectuoso y admiro mucho su narrativa de ficción, que está viva plenamente. ¿Por qué es importante ese extracto que me leíste? Porque la vida es sagrada, aun en el padecimiento extremo. Debemos aferrarnos a ella: es la oportunidad que tenemos de que nuestra dignidad consista en la insistencia. Existir es insistir. Y lo que él está diciendo es: “Insistamos”.

—Hermoso. Santiago, ¿quién es Julio María Sanguinetti?
(Hace una pausa y se emociona). Primero, y ante todo, un amigo querido. Lo admiro íntimamente y su cercanía en mi vida no es solo la que despierta una trayectoria política ejemplar en un país muchísimo más evolucionado que la Argentina, sino que representa tres cosas simultáneas: es un hombre del pasado, porque su integridad y su idoneidad en el ejercicio del poder prueban que pertenece a la estirpe de los grandes dirigentes argentinos del siglo XIX; al mismo tiempo, demuestra cómo después de 1904 Uruguay se encaminó por una senda de respeto a la institucionalidad que está encarnada en él de una manera tan honda que es natural; además, Julio María es uno de los dirigentes más cultos que hay, porque jamás disoció la belleza de la dignidad, y porque en sus concepciones de la pintura, del arte, de la literatura y de la filosofía siempre es posible aprender cuánto supo entablar, con lo mejor del pensamiento y de la creación, una relación personal que enriqueció su vida. Y también hay que decir que es un excelente escritor, cuyo trabajo revela su sensibilidad expresiva. Pero te lo voy a resumir todo con una palabra: lo quiero.

—¿Y quién es usted?
(Ríe). ¡Qué lindo! Soy el desconocido con el que tengo el trato más cercano. Yo no tengo un sentimiento muy acendrado de identidad, salvo en mis desvelos poéticos y filosóficos. Soy un dilema para mí mismo y sé que estoy cerca de la muerte en términos de edad, aunque no lo vivo con angustia. Me siento lleno de pasión, y por eso participo de esta manera de la realidad de mi país. Estoy enamorado, indudablemente. La vida me despierta una emoción tan honda, Pablo… Cada día que amanece, me digo: “Así van a ser los días que no vea cuando ya no esté, así son los días que aún tengo la posibilidad de ver”. Pero con un ingrediente extraordinariamente fecundo, que es el sentimiento del tiempo. Un sentimiento que cuando uno ya es mayor se potencia como un largo adiós, como una gratitud infinita hacia la bienvenida de las mañanas, o como este milagro que para mí sigue siendo sentir la imperiosa necesidad de escribir.

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