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El Raphael de Melo: nació sin nada, cumplió sueños y se sacó fotos con 1.500 famosos

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Robert Reys, cantante

HISTORIA DE VIDA

Robert Reys hoy es una figura de la ciudad, lo llaman "ídolo" y fue declarado Ciudadano Ilustre. Esta es su historia.

¿A dónde va?, pregunta el taxista. Zelmar Michelini y Batlle y Ordóñez, cerca de la Escuela 46, respondo. “Ah”, dice el hombre y mira por el espejo retrovisor. “¿Va a la casa del ídolo?”

Es una mañana a fines de julio y hace tres días que en la ciudad de Melollueve sin parar. “Es acá”, indica el taxista y señala una casa amarilla, de techo bajo. Antes de que llegue a golpear, Robert Reys, el ídolo, abre la puerta. Saluda con un apretón de mano fuerte y me invita a pasar.

El living de la casa de Robert Reys, cantante y figura de la cultura melense, es una pieza de techo blanco y pisos grises. Tiene dos sillones enfrentados, una estufa a leña con unos troncos apenas encendidos, un reproductor de música, parlantes y un escritorio con una computadora.

En las paredes no hay ningún espacio vacío. Todas —todas— están cubiertas de fotos suyas: con Pampita, con Cecilia Boloco, con Rodrigo, con Ricardo Montaner, con Mirtha Legrand, con Susana Giménez, con Natalia Oreiro, con José Luis Perales, con Julio Iglesias, con Los Nocheros, con Valeria Mazza, con David Bisbal, con Dyango, con Ricky Martin, con Lucas Sugo, con Shakira, con el Chaqueño Palavecino, con Patricia Sosa, con Luciano Pereira. Y siguen. En total son 1.500.

“No tengo más espacio acá, las tengo a todas guardadas en cajas. Pero hace poco tiempo hice una exposición aquí en Melo con todas ellas para que la gente de mi ciudad pudiera conocer mi trayectoria completa. Porque ellos saben que yo canto, pero capaz no conocían todo lo que he logrado siendo una persona del interior del país, pobre de plata, pero rico de otras cosas. Por eso yo digo que hay que soñar”.

Robert Reys tiene 68 años. Está sentado en una silla, la espalda erguida, el pelo gris peinado hacia atrás. Viste una camisa roja por la que asoman, desde el cuello, unas cadenas, un pantalón deportivo azul, una campera de algodón, anillos con piedras coloridas.

Robert Reys en su casa de Melo
Robert Reys en su casa de Melo. Foto: Soledad Gago

No hace falta preguntarle nada. Robert Reys sabe contar su historia. Sabe, sobre todo, por dónde quiere contarla. Y lo que Robert Reys quiere decir es que los sueños a veces se cumplen. Y que él cumplió cinco.

***

Robert Reys se llama, en realidad, Robert García, y el día que supo que quería cantar tenía 13 o 14 años. Fue en una matiné en el Cine Melo en la que pasaron una película de Raphael en la que el músico español, vestido de negro, cantaba el Avemaría en una isla iluminada por antorchas. Nunca lo había escuchado. Salió del cine y supo que algo había cambiado en él.

—¡Mamá!

—¿Qué pasó hijo?

—Vi una película de Raphael, un cantante español que es muy bueno y yo quiero aprender sus canciones para cantar como él.

Antes, cuando era más chico, Robert cantaba en el barrio: después de almorzar salía a la calle y repetía canciones mexicanas porque eran las que aprendía en las películas. Sin embargo, después de conocer a Raphael, todos los días Robert iba a la radio de la ciudad y pedía que le pasaran una canción suya para poder memorizarla. Así aprendió seis o siete que empezó a cantar en todas partes.

Entonces empezó a soñar con conocer a Raphael. De noche salía al patio de su casa, miraba para arriba, decía Diosito ayudame. Pero enseguida pensaba: mirá si vas a poder ir a España si ni siquiera has salido de Melo. Entonces empezó a soñar con conocer Montevideo y Punta del Este, con llegar a Buenos Aires.

Robert Reys con Shakira
Robert Reys con Shakira

Robert cree en Dios. Fue su madre la que le enseñó la fe. Vivió su infancia con ella, que estaba separada de su padre, y que un día, cuando no dejaron a su hijo ser parte de la murga del barrio porque era menor de edad, le dijo: “Por algo será. Dios le tendrá preparada otra cosa para usted”.

Después de haber visto todos los ensayos de esa murga, una noche, en pleno Carnaval, estaba en el tablado cuando alguien que ya lo había escuchado cantar, le dice: “Raphaelito, hay que cubrir un número ¿te animás a subir a cantar? Te regalo un chorizo al pan y una bebida”. Y él aceptó.

“Yo no tenía un peso, comer un choricito al pan era imposible. Así que me subí. El tablado estaba sobre la calle. Eran como las doce y media de la noche y empecé a cantar el Avemaría de Raphael. Y me acuerdo que las persianas de las casas se empezaron a levantar porque yo cantaba igual. Yo soy muy creyente. Dios me había dado esa voz privilegiada y no era para ser famoso ni para hacer dinero, era para cantar las canciones de Raphael, para alegrar a la gente. Esa noche nació el personaje que usted ahora está entrevistando”.

A partir de ese momento empezó a presentarse en distintos escenarios de la ciudad. Fue una maestra de una escuela de un pueblo cercano que lo invitó a presentarse ante sus alumnos y lo llamó así: El Raphael de Melo.

***

En una de las paredes del living de la casa que comparte con su esposa hay, más grande que las demás, una foto suya: se lo ve vestido de saco negro, con un sombrero de ala ancha que sostiene con un dedo mientras mira a la cámara. Alrededor de ese cuadro hay diplomas y placas con premios y reconocimientos.

“Yo he tenido premios internacionales y por eso soy muy conocido. Pero no es la plata lo importante, es otra cosa, es ser buena gente. Cuando estamos con gente de otros países me dicen: ‘Usted es el maestro de Uruguay’. Y eso me emociona. Yo siempre represento a Melo y a Cerro Largo. Porque amo a mi gente. Y siempre los nombro, sea donde sea que vaya”. Cada vez que se presenta fuera del país, Robert se viste igual: con una chalina que tiene la bandera de Uruguay y el escudo de Cerro Largo.

Se casó a los 17 años y tuvo cinco hijos. “Yo fui manicero, bizcochero, mozo, militar, trabajé en mueblerías, hice escobas, deschalé maíz, arranqué papá. Porque los hijos iban naciendo y yo no tenía un sueldo, cantaba los fines de semana en los bailes, pero había que pagar el almacén todos los lunes. Yo se lo cuento porque son historias lindas ¿sabe? Después viví de un empleo público pero siempre seguí haciendo música, nunca dejé de cantar”.

Cuando se divorció se fue a Montevideo y cumplió un sueño. Golpeó puertas de bares y restaurantes para poder cantar y ninguna se abrió. “Yo me iba llorando. Es difícil ser del interior y entrar en el mercado de la música en la capital”. Así estuvo hasta que se anotó a un concurso en el que participaban cantantes de todo el país. No lo ganó, pero cumplió otro sueño: salió en la revista Sábado Show.

Robert Reys cantando
Robert Reys cantando. Foto: Gentileza Robert Reys

Entonces las puertas empezaron a abrirse. De Montevideo fue a Floresta y Atlántida a cantar en bares. De ahí a un restaurante en Punta del Este durante el verano y de ahí a cantar en el Conrad. El repertorio era siempre el mismo: Raphael, Juan Gabriel, Sandro, el Puma Rodríguez, José Luis Perales. Pero él lo sabía: un artista se debe a su público y cantaba lo que le pidiesen.

Fue allí, en Punta del Este, que sucedió. Raphael estaba dando una conferencia de prensa en el balneario. Él se enteró, consiguió hablar con su manager, le dijo que Raphael era su ídolo, llevó una foto en la que él es un niño y está abrazado a los discos del español y logró, al final, sacarse una foto con él. Después lo vio dos veces más.

“Los sueños se cumplen. Si una puerta se cierra después se abre otra. Yo le cuento esto porque es importante cumplir un sueño, yo era un muchachito que no tenía nada y terminé cantando en Nueva York, en Miami, conociendo a todos mis ídolos, estando con artistas que nunca imaginé”.

Robert Reys con Raphael
Robert Reys con Raphael

—¿Cómo hizo para conocer a todas esas personas con las que tiene fotos?
—Con respeto. Con conducta. Es importante tener buena conducta, portarte adecuadamente, hacer las cosas bien. Yo siempre me acerqué desde el respeto, les decía que era artista. Así terminé en un auto con Ricky Martin o cantando antes del show de Cristian Castro en Paysandú, o compartiendo escenario con Los Iracundos, Buitres o Lucas Sugo.

Robert tenía dos sueños más. Grabar un disco —y lo hizo en el estudio de Washington Carrasco y Cristina Fernández en 1998 después de ahorrar toda el dinero que pudo— y conocer Buenos Aires, ciudad en la que, incluso, cantó.

Este año fue nombrado Ciudadano Ilustre de Melo, uno de los reconocimientos que más lo emocionan. Robert se va, pero siempre vuelve a su pueblo, a su gente. Y su pueblo y su gente siempre están para él. En 2006 le diagnosticaron un cáncer en el riñón y le dieron tres meses de vida. Mientras él estaba internado en Montevideo, en Melo hacían cadenas de oraciones para ayudarlo.

Dos años después, el día de su cumpleaños, hizo un recital a sala llena en el Teatro España de su ciudad. “Canté con once músicos en escena para celebrar que me había recuperado. También me casé con quien es mi esposa actualmente. Y otro sueño que tenía y en el que pensé mucho mientras estuve enfermo, era cantar con mis cinco hijos. Ese día lo logré. Cantamos juntos Digan lo que digan, de Raphael”, dice. Cierra los ojos y canta: “Más dicha que dolor hay en el mundo”.

—¿Ahora con qué sueña?
—No sé. Yo estaba soñando con algo el otro día y se me fue. Pero los cinco sueños más grandes que yo tenía los cumplí.

—¿Le puedo sacar una foto?
—Claro. 

Robert va hasta su habitación. Elige dos sacos. Vuelve al living. Pregunta cuál le queda mejor con la camisa roja. Se pone uno negro estampado en blanco. Dice: “Vestirse para el público también es parte del respeto”.

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