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Muere Beatriz Haedo Llambí, una testigo privilegiada de la historia del Río de la Plata

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Eduardo Víctor Haedo y su hija Beatriz Haedo de Llambí. Foto: Archivo El País

TENÍA 91 AÑOS

Beatriz era hija única del dirigente blanco Eduardo Víctor Haedo, de quien fue también su mano derecha.

A los 91 años murió en Buenos Aires Beatriz Haedo de Lambí, testigo privilegiada de la historia del Río de la Plata de las últimas siete décadas. Frecuentó con sus padres la quinta de Luis Alberto de Herrera, compartió almuerzos y tardes de cine en la residencia de Olivos con Juan Domingo Perón, y no hubo figura de primera línea de la política uruguaya y argentina y de la alta sociedad porteña que no la visitara en su apartamento de la avenida Libertador. Conversó en audiencia privada con cinco Papas (Pío XII, Juan XXIII Pablo VI, Juan Pablo II y Francisco) y tuvo siempre el arte de manejar con diplomacia y política situaciones complejas.

Beatriz era hija única del dirigente blanco Eduardo Víctor Haedo, de quien fue también su mano derecha. Se casó, en 1964, con el militar y diplomático argentino Benito Llambí, hombre de la mayor confianza de Juan Domingo Perón. de cuyo matrimonio nacieron sus dos hijos: Benito y Juan Pablo que le dieron varios nietos. Su condición de oriental que residía desde su matrimonio de forma permanente en Buenos Aires, la convirtió en una observadora atenta, cuando no protagonista, de los hechos más relevantes de la política uruguaya y argentina.

Vivió siempre junto al poder y en su casa de soltera y, luego, de casada, la política fue algo cotidiano, tema casi excluyente en la mesa. Su padre, a quien acompañó siempre en su carrera, tuvo una gravitación muy importante en el escenario político nacional entre 1925 y 1966. A lo largo de ese tiempo, Haedo ocupó todos los cargos relevantes al que un político puede aspirar, incluida la jefatura del Estado, en 1961, en su condición de presidente del Consejo Nacional de Gobierno de la primera administración del Partido Nacional (1959-1963). Luego de su casamiento con Llambí, la historia tuvo continuidad en Buenos Aires.

La prueba elocuente de su familiaridad con el poder lo revelan la galería de fotos que parecían abrazarla en la sala de su residencia porteña, desde cuyo balcón y en los días despejados se observa la costa uruguaya. En dos mesas laterales atiborradas de porta retratos, están las fotos dedicadas de Perón, y de todos los presidentes de la era democrática de Uruguay y Argentina, con excepción de los Kirchner.

Heredera de las virtudes y mañas de su padre, Beatriz hizo culto de la gauchada a los amigos y de tener siempre su casa de puertas abiertas a cualquier persona sin importar la divisa y el credo. Lograba reunir en una misma mesa a personas de ideologías políticas opuestas y enfrentadas. Heredó también el gusto por las obras de arte; cuadros de Pedro Figari, Blanes Viale y varios alumnos de Torres García, entre otros, decoraron siempre las paredes de su domicilio argentino y uruguayo.

Hablar con ella era zambullirse en la historia más reciente del Río de la Plata. Con la naturalidad y sencillez de las personas que han vivido siempre junto al poder, contaba episodios que hoy figuran en los textos de historia y que un periodista hubiera soñado con presenciar.

Desde las tardes en la quinta de Herrera, a la que acudía con sus padres a visitar al caudillo blanco, pasando por los días en que se tejió la alianza entre el Herrerismo y el Ruralismo y que posibilitó el triunfo del Partido Nacional en 1958 a recibir, en 1961, a Ernesto Guevara, el Che, en la residencia de veraneo de su padre en Punta del Este, la emblemática Azotea hasta los reiterados viajes con Llambí a España a reunirse con Perón, todo lo había vivido y lo recordaba con detalles. Viajó con su marido en el avión que trajo a Perón a Argentina, luego de 17 años de exilio y presenció cómo el general le increpaba en el propio aeropuerto de Morón al vicepresidente Solano Lima por qué no se habían tomado las medidas necesarias para evitar la matanza de Ezeiza.

La hospitalidad y la solidaridad fueron también elocuentes en los años de la dictadura uruguaya, cuando muchos compatriotas buscaron refugio en Argentina.

Anfitriona reconocida en todos lados

El mejor momento de las relaciones diplomáticas entre Uruguay y Argentina en la historia reciente se dio en la década de 1990. Coincidió con los gobiernos de Carlos Menem y Luis Alberto Lacalle y el desembarco en Montevideo de Benito Llambí y Beatriz Haedo como embajadores de Argentina en Uruguay. En ese entonces la embajada funcionaba en el icónico edificio de la avenida Agraciada y 19 de abril. Quienes frecuentaban la sede diplomática en aquellos años coinciden en señalar que nunca brilló tanto el palacete del Prado. Beatriz Haedo le imprimió su sello a las reuniones sociales y diplomáticas que se celebraban con frecuencia. Se destacaba por ser una extraordinaria anfitriona, con un profundo conocimiento de las sociedades rioplatenses y con un sentido del humor con el que lograba distender la situación más tensa. Hasta hace siete años, Beatriz timoneó la Azotea, la casa de veraneo que construyó su padre en el barrio Cantegril de Punta del Este. A la muerte de Haedo, ocurrida en 1970, mantuvo el espíritu de esa finca en la que desfilaron las figuras más notables de la política y la cultura del Uruguay y de todas partes del mundo que recalaban por la Península. Ella afirmaba que mantener el espíritu vivo de la Azotea era la forma de mantener viva la memoria de su padre. En 2011, vendió la casona con todas sus obras de arte al Banco de la República.

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