Publicidad

Hábitos a prueba de pandemias y evitar las crisis emocionales

Compartir esta noticia
estrés

CEREBROS

Demasiadas personas anhelan sus viejas rutinas; lo mejor para el cerebro es hacerse de nuevas para enfrentar de mejor manera la realidad

Cuando hay discrepancias entre las expectativas y la realidad, en el cerebro se disparan todo tipo de señales de auxilio. No importa si es un ritual de vacaciones o un hábito más mundano como atarse los zapatos; si no puedes hacerlo de la manera en la forma acostumbrada, estás diseñado biológicamente para alterarte. En parte, esto explica la pena y el anhelo de la gente por las rutinas que eran las melodías de fondo de sus vidas antes de lapandemia y también su sensación de malestar al entrar en una temporada de fiestas como ninguna otra.

La buena noticia es que mucho de lo que extrañamos de las rutinas y costumbres y lo que las vuelve benéficas para nosotros como especie tiene más que ver con su reconfortante regularidad que con los comportamientos en sí.

La clave para hacer frente a este o a cualquier otro momento de agitación es establecer a la brevedad nuevas rutinas para que, incluso si el mundo es incierto, todavía haya cosas con las que se pueda contar.

Primero, un poco de información sobre por qué somos criaturas de hábitos. Todo se reduce a esto: los seres humanos somos máquinas de predicción. “Nuestros cerebros son órganos estadísticos construidos simplemente para predecir lo que sucederá a continuación”, comentó Karl Friston, profesor de Neurociencia en University College de Londres. Hemos evolucionado para minimizar la sorpresa.

Esto tiene sentido porque, en tiempos prehistóricos, las predicciones erróneas podían llevar a algunas sorpresas muy desagradables, como que te devorara un tigre o que quedaras atrapado en arenas movedizas.
Los llamados errores de predicción nos causan ansiedad porque nuestros cerebros los interpretan como una posible amenaza. Las rutinas, los rituales y los hábitos surgen de la parte primitiva de nuestros cerebros que dice: “Sigue haciendo lo mismo, porque lo hiciste antes y no te moriste”.

Así que, en conjunto, la forma invariable en la que te duchas por la mañana o la forma en que pones el café a la izquierda de tu computadora son esfuerzos en esencia subconscientes para hacer tu mundo más predecible, ordenado y seguro.

Lo mismo ocurre con la clase de yoga de los martes, la noche de citas de los viernes, los servicios religiosos de los domingos, los clubes de lectura mensuales y las vacaciones anuales. Podemos asociar estas actividades con el logro de un objetivo (salud, amistad, educación, crecimiento espiritual), pero la regularidad inquebrantable y la forma ritualizada con la que las realizamos, incluso hasta nuestra tendencia a irnos al mismo rincón del salón de yoga o sentarnos en el mismo banco en la iglesia, hablan de nuestra necesidad de minimizar la sorpresa y ejercer control. Las rutinas y los rituales también sirven para conservar valiosa energía cerebral.

Resulta que nuestros cerebros son muy codiciosos en lo que se refiere al consumo de energía y absorben el 20% de las calorías que consumimos, mientras que solo representan el 2% de nuestro peso corporal total.

Frustración, estrés
El cerebro responde al estrés como una amenaza.

Cuando nuestras rutinas se ven interrumpidas, tenemos que hacer nuevas predicciones sobre el mundo, recopilar información, considerar opciones y tomar decisiones. Y eso tiene un costo metabólico significativo.

Friston explica que nuestros cerebros, cuando no están seguros, pueden ser como computadoras con sobrecalentamiento: “La cantidad de actualizaciones que hay que hacer frente a las nuevas evidencias marca la complejidad de tu procesamiento y eso puede medirse en julios o el flujo sanguíneo o la temperatura de tu cerebro”. Ese esfuerzo, aunado al sentimiento primordial de amenaza, produce emociones negativas como el miedo, la ansiedad, la desesperanza, la aprehensión, la ira, la irritabilidad y el estrés. Hola, COVID-19.

Literalmente, nuestros cerebros se sobrecargan con toda la incertidumbre causada por la pandemia. No solo está la naturaleza en apariencia voluble del virus, sino que ya no tenemos las rutinas que sirvieron como el andamiaje familiar de nuestras vidas. Esas cosas que ya dominábamos y que relegábamos a la función de piloto automático del cerebro (ir a trabajar, al gimnasio, llevar a los niños a la escuela, reunirse con amigos, ir de compras) ahora requieren pensar seriamente y hacer un análisis de riesgos.

En consecuencia, tenemos menos ancho de banda disponible para el pensamiento de orden superior: reconocer sutilezas, resolver contradicciones, desarrollar ideas creativas.

“Es contraintuitivo porque pensamos que el significado de la vida viene de estas experiencias grandiosas”, explica Samantha Heintzelman, profesora asistente de Psicología en la Universidad de Rutgers en Newark que estudia la conexión entre el comportamiento rutinario y la felicidad. “Pero son las rutinas mundanas las que nos dan la estructura para ayudarnos a realizar el mínimo esfuerzo y navegar mejor por el mundo, lo que nos ayuda a encontrarle sentido a las cosas y a sentir que la vida tiene sentido”.

Por supuesto, siempre se puede llevar las rutinas y rituales demasiado lejos, como las conductas extremadamente controladas y repetitivas que son un signo de adicción, el trastorno obsesivo compulsivo y varios trastornos de la alimentación. En el otro extremo del espectro están aquellos que se aferran a sus viejas rutinas porque dejar de hacerlas parece más amenazante que el virus. Y luego están todos los que se refugian en una especie de inmovilidad, en espera de que puedan volver a vivir sus vidas como lo hacían antes. No obstante, eso también es inadecuado. “Es mucho mejor establecer una nueva rutina dentro del ambiente limitado en el que nos encontramos”, explicó Regina Pally, psiquiatra de Los Ángeles que se centra en cómo los errores de predicción subconscientes conducen a un comportamiento disfuncional.

“Las personas se enfrascan tanto en cómo quieren que sean las cosas que no se adaptan ni fluyen con base en cómo son. No se trata solo del coronavirus, sino de todo en la vida”.

Por suerte, hay un vasto repertorio de hábitos que puedes adoptar y rutinas que puedes establecer para estructurar tus días sin importar las crisis que se desarrollen a tu alrededor. Winston Churchill se daba baños de tina dos veces al día durante la Segunda Guerra Mundial y a menudo sus asistentes tomaban el dictado desde la bañera. La cuestión es encontrar lo que te funciona. Basta con que sea regular y te ayude a alcanzar tus objetivos, ya sean intelectuales, emocionales, sociales o profesionales. Los mejores hábitos no solo proporcionan estructura y orden, sino que también te dan una sensación de placer, logro o confianza al terminar. Puede ser tan simple como hacer la cama tan pronto como te levantas por la mañana o comprometerte a trabajar las mismas horas en el mismo lugar.

Las rutinas a prueba de pandemias podrían incluir llamadas telefónicas o videollamadas semanales con los amigos, excursiones con tu cónyuge los fines de semana, llenar un comedero para pájaros con regularidad, fijar horas para rezar o meditar, tomar unos tragos en el patio delantero con los vecinos o escuchar un audiolibro todas las noches antes de ir a la cama.

La verdad es que no puedes controlar lo que pasa en la vida. Pero puedes crear una rutina que le dé a tu vida un ritmo predecible y una buena estabilidad. Esto libera tu cerebro y le permite desarrollar perspectiva, para así poder tomar las sorpresas de la vida con más calma.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

cerebro

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad