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La gran mentira inmigratoria

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Uno de los argumentos más poderosos que gustaban manejar los dirigentes frenteamplistas para señalar el éxito del rumbo de su gobierno en estos diez años era que el Uruguay había revertido décadas de saldo migratorio internacional negativo. Con los últimos datos conocidos también ese argumento demostró ser una gran mentira.

El Frente Amplio siempre criticó el fuerte proceso migratorio de los uruguayos. En los umbrales de su fundación, nos decía que no había que emigrar porque había "nacido una esperanza". Es que entre 1963 y 1975 se estima que más de 200.000 uruguayos se fueron del país. El saldo migratorio internacional, es decir el resultado de inmigrantes menos emigrantes, fue negativo en más de 275.000 habitantes entre 1963 y 1985, y fue también negativo en unas 150.000 personas entre 1985 y 2005.

Cuando entre 2011 y 2013, por primera vez en muchos años, los saldos migratorios anuales arrojaron resultados positivos en unas 3.000 personas en promedio por año, las interpretaciones laudatorias en favor del oficialismo abundaron. En efecto, el argumento era que habiendo superado las consecuencias de la crisis de 2002 gracias a los programas de gobierno, ahora empezaba un período en el que se rompía definitivamente con el pasado propio de los gobiernos de los partidos tradicionales, esos que forzaban la emigración masiva de la gente porque las dejaba sin esperanzas de poder tener un futuro mejor en su país.

Los jóvenes ya no partían a buscar oportunidades al exterior porque el país de primera cumplía su promesa; los uruguayos que habían partido regresaban esperanzados a su Patria; e incluso, debíamos de prever una fuerte inmigración de otras partes de Latinoamérica que llegaría a nuestro país atraída por su formidable desarrollo. En todo este esquema de interpretación oficialista, en el que por supuesto se incluyen líderes de opinión e intelectuales de ciencias sociales compañeros de ruta frenteamplistas, se daba particular importancia al papel del Estado como gran ayuda para los retornados.

Así las cosas, por ejemplo, una dirección del Ministerio de Relaciones Exteriores se ocupó de publicar una historia del Uruguay en el siglo XX, editada en 2007, pensada para que los hijos de los uruguayos radicados en el exterior conocieran la historia patria. En el prólogo se afirma que a partir de marzo de 2005 se había iniciado una política de reconocimiento y relación con la diáspora uruguaya, lo que intentaba, "por primera vez", "saldar una deuda histórica de indiferencia y abandono".

Para mentir de esa forma tan descarada, el representante del gobierno tuvo que omitir deliberadamente, por ejemplo, la facilitación de la repatriación de emigrados del período 1985-1990, que incluyó nada menos que la recomposición de las carreras administrativas para todos los destituidos por la dictadura (más de 3.000 solo en la educación), y las medidas de mayor facilitación burocrática de inicios de los años 90 para el retorno de los uruguayos residentes en el exterior. Pero, se sabe, esto resultó ser un detalle al lado de otras mentiras que sobre el tema inmigratorio hubo en todos estos años.

Porque la verdad de los datos es que en la década de mayor bonanza de la que se tenga memoria, entre 2006 y 2015, el saldo migratorio internacional fue negativo en más de 50.000 uruguayos. En este 2016 que aún no termina, ya llevamos un saldo negativo de más de 21.000 habitantes. Además, las razones que explican que en el trienio 2011-2013 se hayan registrado saldos positivos responden mucho más a la mala coyuntura económica de los países a los que los uruguayos emigran —Estados Unidos y España sobre todo—, que al mérito de las políticas del gobierno de izquierda para recibir inmigrantes.

Incluso más: muchos de los que volvieron al país ilusionados con el verso del país de primera de estos años, terminaron asumiendo rápidamente que era todo una gran mentira oficialista porque ni las oportunidades de trabajo, ni el costo de vida, ni la calidad de los servicios (educación pública, salud, seguridad, etc.), ni las posibilidades de progreso para sus hijos en Uruguay eran comparables con lo que habían dejado atrás en los países que los habían acogido en su momento. Al punto de que fueron miles los que decidieron partir nuevamente. Seguimos siendo un país de fuerte emigración, incluso en período de bonanza económica. Aquello de que con el Frente Amplio en el poder eso había cambiado, era simplemente una mentira más del gobierno y de sus compañeros de ruta intelectuales.

EDITORIAL

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