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¿Quién dijo que era imposible enamorarse durante una pandemia?

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CASA CERRADA

El coronavirus también trajo buenos comienzos: aquí conocemos la historia de amor entre dos vecinos

"A 0,1 kilómetros de distancia”. Mi primera reacción fue ver a mi alrededor. ¿Acaso esa persona que aparecía en la pantalla de mi celular estaba en mi casa? ¿O en el apartamento 3? ¿O en el apartamento 5? ¿Cómo podía ser que apareciera por primera vez en la aplicación si estaba tan cerca y hacía varios días que, por lo menos yo, no salía de casa?

Hasta ese momento, como usuaria de Tinder, ya casi había arrojado la toalla al pensar que, hasta que se acabara la cuarentena, no iba a ser posible conocer a nadie nuevo. Ya estaba cansada de hacer swipe left o de iniciar conversaciones que no atrapaban mi atención por más de tres minutos. Casi siempre me saltaba la pantalla de que “no había nadie para mí” o algo así. Pensaba que había roto una aplicación de uso mundial.

Además, malas noticias en mi trabajo me mantenían angustiada así que, ni siquiera, me era fácil conversar.

El pronóstico parecía uno solo: la mala suerte en el amor se iba a prolongar hasta que el virus decidiera devolvernos el manejo de nuestras vidas. Y, si me remitía a los titulares de cada día, iba a morir soltera. (Sí, puedo ser dramática, algunas veces).

Pero volvamos a esa foto que atrapó mi atención. Era Martín (me pidió que le cambiara el nombre a X Æ A-12 como el recién nacido de Elon Musk, pero no le hice caso), 37, barba prolija, un lunar en la mejilla izquierda –exactamente al revés que yo–, una pera de esas que están partidas por la mitad y una mirada por la que mi madre diría: “Este muchacho es gente como uno”. Su descripción solo hizo aumentar mis ganas de darle like: “Cinturón negro intercambiando memes”, una perra llamada Raquel, una posición categórica sobre el helado de menta granizada que compartía y lo mejor de todo: el recordatorio de que “Justin es de Piscis” (googleen).

Este chico de mi edad, extrañamente tan cerca de mi casa, ya me había atrapado con tres chistes. Pero, lo más raro de todo a esta altura era: ¿pero por qué parece que ya lo vi antes si es la primera vez que aparece en este catálogo al que los solteros accedemos para cambiar la pisada?

¿Puede ser que existan los flechazos? ¿Puede ser que tan poca información sea suficiente para revolotearte algo en tu interior?

No recuerdo si hicimos match en ese momento o fue después. Sí que pulsé sobre el icono del corazón esperando, por primera vez después de demasiados clics automáticos, una respuesta.

Serían las 17 horas de uno de los primeros lunes de la cuarentena. Ese día, me acuerdo, había 415 casos positivos. La respuesta la leí al día siguiente a las 7 de la mañana. Había llegado durante la noche. El mensaje entró directamente a mi torrente sanguíneo. Y mi único pensamiento fue: “Este pibe es para mí”.

Casa cerrada: juntos a la distancia.

El coronavirus lo cambió todo. Nacieron bebés, proyectos, amores y anécdotas. Se festejaron cumpleaños a la distancia, se hicieron regalos para sentir que estábamos cerca. Muchos sintieron pérdida y soledad. La nueva normalidad se instaló en nosotros y nos hizo ser más creativos. María y Martín eran vecinos pero nunca se habían hablado. La pandemia los encerró en sus casas y, a pesar de que parecía imposible, se conocieron.

El párrafo decía lo siguiente: “Hola María, te hablamos del equipo de salud de Tinder. Vimos que tenés una foto en una especie de pagoda (de un viaje que había hecho a China en 2018) y queremos saber si estás bien: si consumiste sopa de murciélago en los últimos meses o si tenés un novio chino que se llame Wang y sea el capo de los arrollados primavera. Desde ya, muchas gracias”. Más tarde me enteré que él le había dicho a un amigo: “Espero que no piense que estoy loco”.

Sí, esa respuesta, aun para Tinder, era delirante. Y era perfecta. Así que le respondí al mismo nivel. “Gracias por contactarse. Me encuentro perfectamente y siguiendo las recomendaciones de las autoridades sanitarias. No comí sopa de murciélago pero sí comí paloma y otras cosas que, francamente, no sé qué eran. Pero, en ningún caso, tuve contacto con un tal Wang. A las órdenes”. Porque aquí va una máxima de vida: quedate con el que te haga reír y entienda tus chistes.

Horas después tuvimos la primera conversación en la que terminamos hablando que Mirtha Legrand se sumerge en el pozo de la vida eterna que ahora es de alcohol en gel o que el británico que mejor nos caía en gracia era Mr. Bean. Nada de lo que hablamos era parecido a cualquier otro chat de Tinder. Así que, obviamente, le di mi teléfono para hablar por WhatsApp.

Y la charla siguió durante horas y días y semanas porque ninguno de los dos salía de su casa. La de él está exactamente a una cuadra de la mía. Era un rostro conocido en el supermercado, en la calle, en la parada del ómnibus. Y nunca habíamos intercambiado una palabra hasta que el virus SARS-CoV-2 nos hizo recluirnos a 100 metros de distancia uno del otro.

En un momento me invitó a una cita en el Kinko más cercano, la cual rechacé. La sola posibilidad de estar en la fiambrería pidiendo 200 gramos de salame y conocerlo personalmente me parecía una pésima historia para contarles a los potenciales nietos. Así que seguimos hablando y hablando, a una cuadra de distancia, hasta que un día, muchos casos de coronavirus después, quedamos que él pasaría por la puerta de mi casa –porque tenía que sacar a pasear a la perra– y yo no violaba ningún reglamento sanitario si salía a la vereda. Entonces, la primera vez que lo vi estaba en la de enfrente.

Hay una canción de Kevin Johansen que en el estribillo dice un verso que siempre me pareció un rezo: “Ojalá que este mundo fuese al revés”. Pero en ese momento, en la puerta de mi casa, con una perra llamada Raquel que venía a saludarme, y con su dueño, quizás, a unos cinco metros, en vez de los 100 metros de siempre, entendí el comienzo del tema: “De repente una nube / Se esfuma y se disipa”.

Así. De repente. Sin más. Como un uppercut bien calzado. Con la seguridad de que sabés que la puerta del Castillo de la Suerte que elegiste no tiene al chancho adentro.

Al contrario de lo anticipado, la pandemia mundial me había encerrado para encontrarlo a él y él a mí. Y nos había abierto a un mundo donde iba a dejar de existir, no solo el concepto de distancia social, sino también el de la soledad.

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