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El día que Juana de Ibarbourou se convirtió en un mito

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jUANA DE Ibarbourou

LITERATURA

Hace exactamente 90 años, Juana de Ibarbourou fue proclamada Juana de América en un homenaje en el Palacio Legislativo

Un sábado como hoy, pero de hace exactamente 90 años, en la casa de la familia Ibarbourou en el Buceo, se vivía un gran revuelo. El timbre no paraba de sonar. Cuando no era el cadete del telégrafo, era el cartero con fajos de correspondencia o el repartidor de flores de alguna de las florerías de Montevideo. Feliciana, la doméstica, corría de la cocina a la puerta y a su paso iba dejando sobre la mesa del comedor los telegramas y las cartas de felicitación; ya no tenía recipiente para poner las flores en agua. Juana clamaba por un poco de tranquilidad. Hacía las últimas correcciones y leía en voz alta el discurso que esa tardecita debía pronunciar. Pero era inútil, la calma era algo imposible de lograr. Porque lo que sucedía ese día en la casa de la calle Comercio 318 era algo excepcional, no solo para Juana, sino para el Uruguay todo. Esa tarde, Juana con 37 años y tres libros publicados sería proclamada Juana de América, en una ceremonia en la que se le rendirían honores de jefe de Estado y en el majestuoso salón de los Pasos Perdidos del flamante Palacio Legislativo. Acudiría lo más granado de la intelectualidad nacional y escritores del continente.

Sin duda, la que mejor sintetizaba el significado de aquel galardón era Feliciana. “Juana será coronada reina de América”, decía con su peculiar acento abrasilado. Y desde que se enteró de la noticia, la negra, que había amamantado a Juana de bebé y que en la niñez le contaba historias de fantasmas y almas en pena, estaba no solo feliz sino también un tanto engreída. Ahora serviría a una reina y eso le daba otro estatus frente a las domésticas del barrio.

El año de la poetisa

Este es un año para celebrar la vida de Juana de Ibarbourou. Hace 100 años, con su primer libro, Las lenguas de diamante, de poesía audaz y transgresora, deslumbró al mundo de habla hispana. Este año también es el aniversario del Premio Nacional de Literatura (1949), su postulación al Premio Nobel de Literatura (1959). Pero también se recuerda su muerte, acontecida hace 40 años, el 15 de julio de 1979.

Arraigo popular

“Se realizará esta tarde el homenaje a Juana de Ibarbourou”, titulaba con grandes caracteres el sábado 10 de agosto de 1929, en su página dos, El País y agregaba: “Será un acto consagratorio a nuestra gran poetisa”, para luego en la crónica señalar: “La ilustre autora de Las lenguas de diamante y Raíz salvaje recibirá hoy, pues, el homenaje que acaso en lo íntimo más haya deseado: el testimonio vivo del afecto que le rendirá el pueblo a que en primer término deleitó e hizo más bueno con sus bellos versos y la demostración, por parte de sus compañeros de jornadas líricas, de que su obra ha sido comprendida e íntimamente aceptada con profunda alegría espiritual”.

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Archivo

La iniciativa de este tributo sin precedentes surgió de los estudiantes de la Universidad de la República y encontró eco inmediato en el círculo de los intelectuales más destacados del Uruguay. Fueron todos hombres. Juan Zorrilla de San Martín resultó el primero en sumarse y junto a él estuvieron Carlos Vaz Ferreira, José Pedro Segundo, Eduardo Ferreira, Emilio Oribe, Justino Zabala Muniz, Eduardo Fabini, Dardo Regules, Alberto Zum Felde y Emilio Frugoni. Hoy todos ellos forman parte del nomenclátor de Montevideo. En el continente, rubricaron el nombramiento el poeta mexicano y embajador en Argentina Alfonso Reyes, el colombiano Jorge Vargas Vilas y los peruanos Ventura García Calderón y José Santos Chocano.

Sobre las 18 hs, Juana bajó del coche en la puerta principal del Palacio Legislativo, que había sido inaugurado cuatro años antes, y del brazo de Zorrilla de San Martín y de Reyes recorrió el atiborrado Salón de los Pasos Perdidos en medio de una ovación. La mujer que, en su infancia y adolescencia, en su Melo natal, soñaba con ser famosa y tapa de revistas, comprobaba estremeciéndose, que la realidad había superado sus mayores sueños.

El pomposo acto tuvo mucho de ceremonia nupcial. En los días previos se hablaba de los esponsales de Juana. Esto y el hecho de que sus impulsores fueran exclusivamente hombres, debe haber sido determinante para que su marido, el capitán del ejército Lucas Ibarbourou, no asistiera a la ceremonia. Tal vez su ausencia rompió para siempre el vínculo amoroso que había en la pareja, si efectivamente alguna vez existió.

“Yo no esperé nunca, no alenté, no busqué, no pedí a los dioses esta hora de premio máximo, que viene ella a la vida por voluntad fraterna de un grupo de poetas y amigos, que no han querido que me vaya de la juventud sin saber lo que es la generosidad del afecto desinteresado”, dijo Juana en un pasaje de su discurso, mientras se miraba en los ojos llorosos de doña Valentina, su madre, y de Feliciana. También estaba allí su hijo Julio César, por entonces un adolescente. La silla dispuesta para Ibarbourou nadie la ocupó, permaneció vacía.

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Mito y leyenda

Al día siguiente, todos los diarios coincidieron en informar que más de 10 mil personas habían colmado el interior y los alrededores del Palacio Legislativo. No había dudas, Juana había calado hondo en el alma popular. Su popularidad era inmensa. Sus libros se vendían tanto o más que los discos de Gardel.

Con su consagración como Juana de América, Ibarbourou se convirtió tempranamente en un mito y en una leyenda. No imaginaba entonces que la contracara de ese galardón y de la fama cosechada sería una vida en la que muy pronto le llegarían la violencia doméstica ejercida primero por su marido y luego por su hijo, la adicción a la morfina y la soledad. Aun así, siguió escribiendo versos extraordinarios y prosas memorables. En el último tramo de su vida, recluida voluntariamente en su casa, recibía invitaciones permanentes para dictar conferencias en el extranjero.

Mientras que en el Uruguay la Generación del 45 renegaba de ella. En 1962 y ante una sucesión de invitaciones para viajar a España, Colombia, Estados Unidos e Israel, le escribía a su amigo Hugo Petraglia: “La esquina de mi casa resulta lejana e inaccesible para mí. Ya sabes mi lucha y la atención tensa y constante por mi casa. He vivido siempre dulcemente prisionera de ella y con un continuo ofrecimiento de alas para levantar vuelo inútilmente (…) Mi destino será el mundo a través de los vidrios de mi ventana”. Por esos años, más allá de las penurias materiales que padecía, su mayor angustia era saber quién se le acercaba con sincero afecto y quién por interés. Su soledad, en el final de sus días, y su muerte seguirán siendo un misterio. Hoy sabemos que su poesía se sigue estudiando en las principales universidades del mundo y que en el Uruguay viene siendo descubierta por las nuevas generaciones. También conocemos que su archivo más completo, aquel que atesora los manuscritos de su obra entre 1922 y 1970, fue comprado por la Universidad de Harvard en la década de 1990. ¿Puede haber demostración más contundente sobre la vigencia de Juana de América?

Los titulares sobre la consagración de la poetisa nacida en Cerro Largo

“Se realizará esta tarde el homenaje a Juana de Ibarbourou”, titulaba con grandes caracteres el sábado 10 de agosto de 1929, en su página dos, el diario El País y agregaba: “Será un acto consagratorio a nuestra gran poetisa”. El homenaje fue destacado también en El Día, La Tribuna Popular y La Razón.

Al día siguiente, se publicó: “Ayer fue consagrada Juana de América”. Así tituló El País en su portada. La información ocupó casi la mitad de la primera página.
Los titulares seguían: “Nuestro pueblo y los representantes de los países americanos testimoniaron su admiración a Juana de Ibarbourou. El acto de ayer en el Palacio Legislativo revistió magníficas proporciones”.

Una cobertura similar hizo El Día. En su página de información general tituló: “Con la asistencia de una gran cantidad de público tuvo lugar en el Palacio Legislativo el homenaje a Juana de Ibarbourou”.

La noticia tuvo amplia repercusión en La Nación y La Prensa de Buenos Aires y repicó en todo el mundo de habla hispana a través de las agencias de noticias internacionales.

Para entonces sus poemas La higuera, La hora, Rebelde y Vida garfio, entre otros, eran recitados en las escuelas y liceos de ambas márgenes del Río de la Plata.

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