Publicidad

De la burbuja a la gran dispersión

Compartir esta noticia
Teletrabajo. Foto: Archivo El País

CICLO: ALGORITMOS

No salir de casa, de nuestro barrio, teletrabajar, hablar con el médico por Zoom tiene enormes ventajas. Pero también tiene su parte negativa. Elimina las interacciones casi al mínimo.

Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores. 

"El COVID es el asesino de los rascacielos”, dice Nicholas Bloom, profesor de Economía en la Universidad de Stanford y especialista en el futuro del trabajo. En esa frase resume muchas voces que en los últimos meses han hablado de que uno de los (pocos) puntos positivos de la llegada de la pandemia ha sido mostrarnos un mundo en el que podemos evitar viajar horas de nuestras vidas de casa al trabajo y del trabajo a casa.

Sin embargo, el propio Bloom advierte que esa euforia inicial (producto de la ganancia de tiempo y en muchos casos del ahorro de dinero) que a muchos (de los que pudieron) les provocó el trabajo remoto, en los meses siguientes empezó a dar lentamente paso a la depresión. Es que el trabajo no es solo el ámbito donde generamos ingresos, es un lugar de socialización adulta.

Algo similar sostiene la psicoterapeuta belga, Esther Perel, cuando dice que las oficinas son mucho más que un lugar de trabajo, son un ecualizador. Un lugar en el que las ideas surgen de las conversaciones de pasillo o mientras esperamos que caliente la comida en el microondas, donde conocemos gente de otras áreas durante el almuerzo o hacemos amigos descubriendo intereses comunes mientras guardamos juntos nuestras bicicletas.

Eso sin entrar a considerar que con todo el desperdicio de tiempo que supone atravesar la ciudad para ir a trabajar es un modo (tal vez no el mejor es cierto) de estar en ella. De conectar con barrios que no son el nuestro, con gente que no se parece a nosotros, con universos a los que no accedemos desde nuestra burbuja.

La gran dispersión. Así llama el escritor, podcaster y profesor de Marketing de la New York University, Scott Galloway, a lo que nos había empezado a pasar antes pero se profundizó a partir de la pandemia. Y, está seguro, llegó para quedarse.

¿Qué es la gran dispersión? Antes hay que explicar dónde estábamos. La etapa anterior, según Galloway, podría definirse como La muerte de la distancia, donde a caballo de la transformación digital y el e-commerce las empresas establecieron relaciones directas y casi permanentes con sus audiencias. Ahora esas compañías –las que sobrevivieron y las que nacieron en esa muerte de la distancia– están moviéndose a otra etapa. Una donde el retail va del desktop, al teléfono, a la voz. Donde Netflix está en todas las pantallas posibles (tengan internet o no).

Pero dispersión no es solo que podamos trabajar en la misma empresa desde lugares remotos. Es poder conversar sobre temas que nos interesan a través de las redes sociales con especialistas o colegas de todas partes del país y del mundo.

Dispersión en las redes es también, como dice Scott Galloway, perder algunas fricciones como los editores o los científicos que nos ayudaban a consumir mejores contenidos.

La pandemia aceleró este proceso a partir del teletrabajo, la telemedicina, el aprendizaje remoto y un largo etcétera. Eso trajo cosas buenas y construyó las condiciones para que existan grandes ganadores. Sin embargo, la gran dispersión plantea también el desafío de profundizar aún más nuestras burbujas, de hacer permanente lo que ahora decimos que es una respuesta temporal a una pandemia. Dispersión es ver los estrenos en nuestras pantallas y no ir al cine a sentarnos con gente que no conocemos y que, incluso, no nos gusta como mastica el pop.

No salir de casa, de nuestro barrio, teletrabajar, hablar con el médico por Zoom, tener clase en video elimina las interacciones casi al mínimo. Nos deja solo las interacciones con los que ya conocemos. Con los que tienen ingresos, color de piel, ideología, paradigmas parecidos a los nuestros.

La gran dispersión crea nuevas oportunidades, pero también amenaza con hacer permanentes esas nuevas burbujas digitales y físicas en las que cada vez vemos menos gente que no piensa como nosotros. Y si no los vemos, no podemos tenerlos cerca lo suficiente para entenderlos, incluso, para aprender a quererlos. Si no los vemos, no podemos empatizar con ellos.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad