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Concurso de cuentos para celebrar la empatía

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Concurso de cuentos de Teletón

LITERATURA

Más de mil niños y niñas de todo el país enviaron sus relatos a la Teletón; aquí compartimos el tercer y el cuarto puesto

Más de mil niños pertenecientes a 57 instituciones educativas participaron del concurso de cuentos de Teletón. En total, se recibieron 326 relatos de alumnos de escuelas y colegios de Canelones, Cerro Largo, Colonia, Flores, Florida, Montevideo, Paysandú, Río Negro, Rocha, Salto, San José, Soriano y Tacuarembó.

No es necesario cubrir las diferencias escrito por Juana Buonomo, estudiante de quinto año del Colegio Richard Anderson, de Montevideo, resultó ser el ganador.

El jurado estuvo integrado por el escritor Daniel Baldi, la psicóloga Claudia Castello y la maestra especial Victoria Varela, miembro de Teletón.

Los otros cuentos premiados fueron los siguientes: El campo de flores, escrito por Lara Pursals, estudiante de sexto año del Colegio Pinares del Este (Maldonado); Alexa y sus malas actitudes, escrito por Camila Miranda, alumna de cuarto año de la Escuela N° 6, Carmelo (Colonia); El caminante, escrito por Juan Cruz Mailhos, estudiante de cuarto año del Colegio Monte VI (Montevideo).

Además, el jurado dio dos menciones especiales. Estas correspondieron para El banco especial de Abilene Ruff, alumna de quinto año de la Escuela N° 47, Trinidad (Flores); y Las brujitas, de un estudiante de la Escuela Especial N° 119, Ciudad del Plata (San José).

La consigna del concurso era elaborar un cuento en el que se transmitieran valores como la empatía, la inclusión, la diversidad y la superación personal.

Ilustración de Paz Sartori
Ilustración de Paz Sartori

Tercer puesto: Alexa y sus malas actitudes.

Camila Miranda
Cuarto año Escuela N° 6, Carmelo

En una pequeña ciudad, una niña llamada Alexa vivía, quien tratar muy bien al resto no sabía. Que debía ser buena su mamá siempre le repetía, pero la muchacha simplemente no entendía.

En los recreos de la escuela siempre jugaba con sus amigas, las cuales le decían ‘’Alexa, a compartir debes empezar, si sola no quieres estar’’, pero Alexa caso no hacía y con su egoísmo las comenzó a alejar. Poca importancia le tomó, ya que hacer amigos nuevos logró. Esta vez con un niño llegó a parar, a quien siempre le decía cosas por no poder caminar.

— Yo te he dado mi amistad, mas eso no parece importar. Si mal conmigo te vas a comportar, será mejor que nos comencemos a distanciar — Ignacio dijo, un poco enojado, pero más que nada dolido.

— ¡No me interesa! ¡Otro amigo voy a conseguir y en tu cara me voy a reír!
"Así lo exclamó y tal como lo exclamó, lo cumplió.

Fauna el nombre era de su nueva amiga, una niña de piel oscura y con pecas hasta en la pera. Alexa con aquello no estaba muy contenta, así que a Fauna de lado dejó y con Emily una nueva amistad estableció. Aunque aquello mucho no duró, ya que los gustos de su nueva amiga, todo lo cambió.

— ¿Por qué me cuesta tanto encontrar un amigo normal? —Alexa se quejó, pateando el suelo, donde un pequeño agujero dejó—. Unas que solo mis cosas quieren pasar, uno que no puede caminar, otra que a mí no es igual, y la última que de otros juegos viene a gustar.

Al cerca estar su maestra, todo lo que dijo pudo escuchar. Un poco desconcertada por las palabras de su alumna, a ella se decidió acercar.

— ¿Acaso alguna de ellas es una mala cualidad? — preguntó la mujer, mostrando sincera curiosidad. Alexa simplemente la miró, y ninguna palabra de su boca salió.

— Todo lo que decimos viene con un peso. Tal vez no lo sepamos, pero siempre debemos tener cuidado, ya que no sabemos a quién le haremos daño. Ser diferente no es malo, es algo que debe ser celebrado. Yo antes a vos me parecía, hasta que de casualidad a un sabio escuché, el cual decía: ‘’Si amigos quieres tener, entonces amable debes ser. No juzgues a la gente por su parecer, o el mundo de tristeza va a padecer. Debemos apoyar a quienes nuestra ayuda necesitan, y brindar un lugar seguro, pues no queremos que entre nosotros haya un muro’’—. Su maestra le aconsejó.

Alexa un abrazo a su maestra le dio, mostrando su agradecimiento, y así, por todo el patio corrió. A sus amigos les pidió perdón, admitiendo su error y esperando ya no causarles más dolor. Uno por uno, abrazos repartió. No todos aceptaron su disculpa, mas eso bien estaba, ya que entendía que perdonar a veces costaba. A lo lejos escuchó al timbre sonar, el recreo acababa, y ¡el tiempo cómo volaba!

Con una sonrisa, la mano de su amiga Emily tomó, y junto a ella en su salón se sentó, lista para aprender y con sus compañeros un largo viaje emprender. Todavía niños eran, por lo que mucho conocimiento les faltaba por ganar, pero con grandes amigos y una mente abierta, sabía que del camino iba a disfrutar.

Ilustración de Paz Sartori
Ilustración de Paz Sartori

Cuarto puesto: El Caminante.

Juan Cruz Mailhos
Cuarto año Colegio Monte VI, Montevideo.

Lo vimos llegar, con mi primo Alfonso, mientras jugábamos al fútbol en la estancia de mi abuelo Julio, en Río Negro.

Parecía cansado, tenía su ropa limpia, pero con agujeros, sus zapatos muy gastados, un viejo abrigo gris y cargaba una gran bolsa sobre la espalda con todas sus pertenencias. Nos parecía mayor porque encorvaba los hombros pero tendría 20 años, como mucho. Estaba muy flaco y triste. Sus ojos eran muy negros, también su pelo y su barba. Se nos acercó muy despacio para no asustarnos, nos dijo con voz suave que se llamaba Román y nos pidió un poco de agua, mostrándonos un bidón de plástico. Con miedo le dijimos que sí, tomamos el envase y corrimos a la cocina a avisar a la señora del capataz de su presencia.

Ella estaba cocinando la cena, pero cargó el agua y agarró unas galletas y carne, que envolvió en un repasador, y nos acompañó a ver al “caminante” que esperaba bajo un árbol.

Él nos agradeció el agua y la comida, nos deseó buenas tardes y volvió lentamente a la ruta.

A la mañana siguiente nos despertamos bien temprano decididos ir a investigar adónde había ido Román. Desayunamos y agarramos un poco de leche y pan para llevarle. Ensillamos y salimos costeando el alambrado de la ruta hacia el sur. Lo encontramos como a cuatro kilómetros al lado de un monte de paraísos.

Se había hecho una carpa con unos palos y la tela de su bolsa y estaba sentado junto a un pequeño fuego donde se calentaba en esa fría mañana de invierno. Estaba tomando mate y hervía el agua en una vieja lata de duraznos que usaba como caldera. Atamos los caballos en el alambrado y nos acercamos con vergüenza. “Buenos días”, lo saludamos y él con una sonrisa nos contestó: “Muy buenos días a ustedes” y nos invitó a acompañarlo.

Nos sentamos alrededor del fuego estirando las manos para calentarnos de la helada que hacía blanquear el campo. Le dimos el desayuno y nos agradeció, ofreciéndonos si queríamos un poco. “¿Cómo se llaman?”, nos preguntó. “Soy Juan y él es mi primo Alfonso. Tenemos nueve años”. Su sonrisa y su bienvenida nos animaron a preguntarle de dónde era, adonde iba y por qué caminaba. Despacio puso un poco de leche en una media botella de plástico que le servía de taza y empezó a contarnos: “Esta pandemia nos golpeó mucho. Yo ayudaba a mi familia trabajando en la cosecha en San Antonio, en Salto, pero la empresa cerró y me quedé sin trabajo. Ahora no hay trabajo en mi pueblo”.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y con voz triste continuó: “Mi padre se enfermó, mi madre no trabaja porque cuida a mi hermana que no puede caminar y mi abuelo… y mi abuelo...”

Román emocionado se quedó callado unos momentos y Alfonso y yo lo acompañamos en el silencio. Después continuó: “Me voy a la capital a cumplir una promesa y a buscar trabajo para ayudar a mi familia. Le prometí a mi abuelo que conocería el mar. No tengo plata para un pasaje por eso camino hacia allá. En la ruta voy buscando trabajo, hago cualquier ‘changa’, para mandar plata a mi familia, como lo que me den y duermo en mi carpa”. Nos quedamos callados mirando el fuego un poco impresionado. Román viendo nuestra preocupación, cambió el tema y nos preguntó: “Pero… cuéntenme ustedes, ¿cómo les va en la escuela?, ¿son buenos estudiantes?, ¿cómo son para el fútbol? Seguro son pata de palo”, bromeó. Y así, empezamos a hablar del colegio, los amigos, del fútbol, de autos, motos y caballos, haciendo cuentos y chistes… y cuando quisimos ver, habían pasado varias horas y era casi el mediodía. Nos despedimos con pesar y le deseamos mucha suerte.

Volvimos muy callados con mi primo, pensando que éramos muy chicos para ayudarlo, pero convencidos de que teníamos que hacer algo. Después de mucho discutir, hacer planes y contar y recontar nuestros ahorros, decidimos ir hablar con nuestro abuelo y pedirle ayuda. Nos sentamos frente a él en su escritorio y le propusimos que esas vacaciones trabajaríamos ayudando en todo lo que nos mandara, juntar leña, barrer los patios, ayudar en el campo, dar de comer a las gallinas, etc. pero que a cambio nos tenía que pagar… ¡un pasaje a Montevideo! “¿Y para qué quieren un pasaje?”, nos preguntó y le contamos la historia de Román.

Nuestro abuelo muy emocionado nos dijo que sí, que nos compraría el pasaje, y además, que tenía un trabajo para Román a la vuelta de su viaje y que podía contar con ayuda para su familia desde ese momento.

Locos de alegría galopamos de vuelta al campamento en busca de nuestro amigo, que ya había juntado todas sus cosas y estaba de nuevo en la ruta. Sin bajarnos de los caballos, lo llamamos a los gritos y le contamos las buenas noticias y Román llorando solo decía: “Gracias, muchas gracias, gracias, gracias”.

Román fue a conocer el mar y nosotros trabajamos todas esas vacaciones sintiéndonos orgullosos e importantes. En septiembre volvimos al campo y lo vimos. Estaba cambiado, contento, parecía más joven sin la barba y con la ropa nueva. Nos abrazamos y hablamos de todo un poco. Él nos contó que estaba ayudando a su familia y que su padre se estaba recuperando. Román bromeaba y se reía mucho y nosotros con gran alegría nos dimos cuenta que ya no se parecía en nada a aquel triste caminante que conocimos en las vacaciones de julio.

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