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El arte del títere se enseña gratis en talleres del barrio Peñarol

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“La madre de todos los animales”, una de las tantas obras de teatro con la técnica “títeres de mesa” que realiza la Compañía Cachiporra. Foto: El País

INICIATIVA

Se dictan clases para niños y también para jóvenes y adultos en la Biblioteca Municipal.

En un país en donde no existen escuelas formales para aprender el oficio de titiritero, la Compañía Cachiporra se propuso enseñar las diversas aristas de esta disciplina integral de forma gratuita en la Biblioteca Municipal María Vittori, ubicada en el corazón del barrio Peñarol.

El 7 de mayo arrancó el taller “Títeres en Construcción” dedicado a adolescentes y adultos, y se dictará todos los martes de 17:30 a 19:00 hasta fines de noviembre. Las clases dirigidas a niños menores de 12 años serán los jueves a la misma hora.

Javier Peraza y Ausonia Conde son marido y mujer, fundaron la Compañía Cachiporra 46 años atrás, y en 2018 se decidieron cumplir con una de sus máximas aspiraciones: transmitir el conocimiento acumulado sobre títeres a lo largo de este tiempo para que otros autodidactas lo tomen.

El bagaje artístico que esta pareja adquirió fue a base de experimentos, ensayo y error, e intercambio con titiriteros de otras nacionalidades en festivales.

“No tuvimos posibilidad de estudiar sobre títeres, y sabemos que en Uruguay sigue sin haber educación oficial en esta rama del arte, así que nuestra intención es generar una especie de embrión donde comenzar a trabajar este asunto y ver qué sucede”, comenta Javier Peraza, fundador de Cachiporra y docente de estos talleres.

El apoyo financiero de la Intendencia de Montevideo posibilitó que pudieran dar el primer paso en 2018, y la respuesta fue mejor de lo esperado: captaron 12 adeptos para el taller de adultos y se formó un grupo con más de 20 niños. “Nos mantuvimos en contacto a través del grupo de Whatsapp y todos estaban ansiosos por saber cuál era el plan para este año: nos preguntaban cuándo arrancábamos de vuelta. Hay un entusiasmo muy lindo y es lo mejor que nos podía pasar”.

La modalidad de las clases se plantea distinto para chicos y grandes. Con los menores se abordó la técnica de forma más libre y lúdica. Se trabajó el dibujo, la pintura y la creación de objetos.

Los adultos que se acercaron a la Biblioteca Municipal de Peñarol tenían claro a qué se exponían, por haber visto uno o algunos de los tantos espectáculos que la Compañía Cachiporra presentó en sus 46 años, y eso les daba cierta referencia.

Aprendieron técnicas de teatro negro y sombras, el manejo visual, sonoro, la manipulación de los muñecos, y la “mágica posibilidad” de animar objetos inertes. “Rescato que a los alumnos les quedó grabado lo esencial: el titiritero es alguien capaz de poner alma a muñecos que son inanimados, construir vida y contar historias desde ahí”, subraya el docente.

Dibujaron, además, los títeres para cada escena y los construyeron con sus propias manos. “El año pasado las historias con teatro de sombras no tenían texto, eran de movimiento, pero se creó una banda sonora especial para la ocasión”.

Esa vez no llegaron a acordar un nombre para la obra, pero la pieza no quedó nunca abandonada.

Este año tenemos la intención de sumar otras historias y de generar un pequeño espectáculo para mostrarlo en el entorno del Municipio G, una jurisdicción en donde hay cantidad de instituciones culturales y educativas”.

El plan para esta nueva edición es seguir creciendo y aprendiendo. Ahondarán en la historia de la disciplina e incluirán otras técnicas, como guante, vara y manipulación directa.

También leerán textos de autores que han escrito piezas especiales para títeres. Peraza llevó una narración de Federico García Lorca para trabajar en la clase inaugural del 7 de mayo. Y no descarta la opción de que sus alumnos creen sus propias dramaturgias.

ARTE EN FAMILIA

Una vida entera entre muñecos y escenarios

Cachiporra nació en el entorno del golpe de Estado y la concreción de la dictadura militar en pleno 1973. Sus fundadores, Javier Peraza y Ausonia Conde, encontraron en los títeres la chance de expresarse en tiempos de censura.

“Mi esposa Ausonia estudiaba actuación en la EMAD y yo me dedicaba a la pintura y el diseño, así que decidimos juntar ambas cosas y aparecieron los títeres”, relata Javier Pereza. Superaron dificultades extremas en sus primeras presentaciones. “Un día nos llevaron presos por el nombre de la compañía, y hasta que no explicamos que era por una obra de García Lorca no hubo manera de que lo entendieran”.

Estos jóvenes autodidactas iban a la Biblioteca Nacional y aprendían a construir muñecos en libros antiguos. “Era muy difícil conseguir información y tuvimos que inventar mucho. Fue ensayo y error pero siempre salía algo”. Ese ingenio les sirvió para hacerse notar y apenas cruzaron el charco en 1981 fue un boom: “aprender solos hizo que generáramos soluciones bien originales y eso sorprendió”. Las salidas al exterior se hicieron moneda corriente, y se formaron muchísimo con titiriteros del mundo en festivales. Transmitieron esta pasión de generación en generación, y hoy sus hijos y nietos trabajan con ellos. “Se criaron en una casa invadida por historias, muñecos y valijas llenas de escenografías”. Si hay algo que atrapa y une a grandes y chicos, a oriente y occidente, eso se llama títere, en todas sus variantes, con o sin hilos, y con una historia que se remonta por un lado a los griegos y romanos, y por otro a la India y Japón, con el teatro de sombras incluido.

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