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Por los versos de toda una vida

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Reflexiva: es la imagen que se desprende de "M Train". Foto: Claire A. Hatfield

La poeta punk cumplió 70 y en el último tiempo editó Mis mejores canciones y M Train.

Es casi un juego metaliterario decirle poeta a Patti Smith, que es en sí misma poesía. Es poesía cuando después de haber hecho la primera estrofa larga de "A Hard Rain’s A-Gonna Fall" en la ceremonia de los Premios Nobel, con su melena cana enmarcando un rostro curtido que aún conserva una inocente mueca infantil, se pone tan nerviosa que tiene que interrumpir su canto para empezar de nuevo. Es poesía cuando se la ve, más de cuatro décadas después, en su foto más famosa, la que Robert Mapplethorpe le tomara para la portada de su primer y fundamental disco, Horses.

Y es poesía en cada página de M Train, su nuevo libro de memorias que llegó a fines de 2016 a las librerías uruguaya y que, como el anterior Éramos unos niños (de 2010), se lee de un tirón.

Se podría pensar que estas memorias, antes de tener el mínimo contacto con la edición, están relacionadas con la Nueva York que tan importante fue en la conversión de Smith en un ícono cultural y, a la vez, en una misteriosa figura de culto. Se puede asumir que el tren M al que refiere el título alude a alguna línea de las que cruza esa ciudad que tan propia le es.

Pero no, nada más lejos que eso. Nueva York está en M Train, sí, porque si Smith es poesía también es una encarnación de la ciudad que nunca duerme. Pero los límites geográficos del recorrido de sus memorias están bastante más allá y llegan, por momentos, a territorios de realismo mágico, a generar cruces imposibles.

En esta nueva entrega de sus memorias, la artista que ha escalado en los círculos intelectuales gracias a su buena literatura, muestra su parte más íntima: la de su soledad. Le rinde homenaje a escritores muertos, frecuenta cafés de diversa índole y es testigo de sus declives, duerme en la cama de Diego Rivera, es parte de una sociedad exclusiva por la memoria del alemán Alfred Wegener, compra una casa en Rockaway Beach que sería una de las pocas sobrevivientes al huracán Sandy, sueña y ve muchas series policiales, sobre todo The Killing.

Sus grandes amores (Robert Mapplethorpe y más que nada Fred "Sonic" Smith, su fallecido esposo), sus hijos y la música son apenas una compañía nostálgica en este viaje al que, gracias a una prosa precisa, sin sobrecargas, no es difícil sumarse. Smith es la protagonista absoluta de su historia: ella y su poesía, que al final son lo mismo.

Sus mejores canciones.

"Componer canciones derivó del acto físico de dibujar palabras", resume Smith en la introducción de Mis mejores canciones, otro documento clave de su bibliografía. Es un cancionero presentado como libro-objeto, donde sus letras (en versión original y traducidas al español) aparecen presentadas cronológicamente, acompañadas de algún manuscrito y funcionando como un gran compendio y una gran retrospectiva a la vez. Para los fanáticos y los melómanos, es de esas joyas que hay que tener en la biblioteca (y está en librerías uruguayas hace más de un año).

Y en una carrera artística larga que arrancó en la primera mitad de los setenta en Nueva York, a Smith le tocó tener mucho dolor y mucha oscuridad, pero también muchos grandes momentos que son, con sus 70 años recién cumplidos (los celebró el 30 de diciembre pasado) y teniendo en cuenta el vistazo anterior al precioso M Train, los que preponderan.

Uno de esos momentos importantes tuvo que ver con ponerle la voz a semejante tema de Bob Dylan en la gala de los Nobel, ante la ausencia de su colega laureado en Literatura. Es que Smith conoció a Dylan cuando éste ya estaba posicionado y ella empezaba a dar sus primeros pasos firmes en la música, y fue de su mano que volvió a los escenarios en 1995 tras un distanciamiento de casi dos décadas y tras sufrir la muerte de Fred Smith. Hay obvios puntos de contacto a nivel artístico entre los dos, pero hay muchos más a nivel personal, esos lazos a los que el público les es ajeno.

Allí, en esa gala, con su mirada inocente y un silencio que luego justificó con un artículo en The New Yorker —"no me olvidé de las palabras que eran entonces una parte de mí. Simplemente era incapaz de dejarlas salir", reconoció sobre su bache—, la desgarbada y andrógina poeta punk volvió a ser centro de atención, un lugar en el que ha permanecido para círculos intelectuales y para devotos suyos, pero del que voluntariamente se ha mantenido a cierta distancia. A esta altura, con 70 años cumplidos, el mote de madrina del punk bien ganado y un legado que la convierte en la mujer más importante del rock, ella sigue renegando del término "músico" y dice que se reconoce como escritora. Y en ese gesto punk, también hay poesía.

Patti Smith: "Mi ambición es hacerlo mejor que lo último".

"Sólo hago mi trabajo, y trabajo todos los días, y mi ambición sólo es hacer algo mejor que lo último que hice", dijo Patti Smith desde su casa de Rockaway Beach (El Álamo, como le dice) a The New York Times, en una entrevista hace poco más de un año, previo a la publicación de M Train.

"Me gustaría escribir algo tan bueno como Pinocho o Mujercitas. No digo Moby Dick porque eso es imposible. Me gustaría escribir un libro que todo el mundo amara. Me gustaría tomar una foto que alguien quiera poner sobre su escritorio para poder mirarla mientas está escribiendo una carta o lo que sea que esté haciendo mientras está sentado allí. Me gustaría hacer una pintura que asombre a la gente", comentó en referencia a sus intereses profesionales y artísticos, sin hacer mención a su faceta musical, por la que se hizo conocida pero para la que no ha editado material en el último tiempo. Su último disco de estudio con canciones nuevas es Banga, de 2012, y luego de eso sólo lanzó Killer Road (el año pasado), un tributo a Nico. Entre marzo y abril tocará en Estados Unidos y Australia.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Reflexiva: es la imagen que se desprende de "M Train". Foto: Claire A. Hatfield

PATTI SMITHBELÉN FOURMENT

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