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Un teatro visual busca lo onírico

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Felisberto Hernández

Pese a que Felisberto Hernández no fue dramaturgo, su narrativa es netamente teatral. Y lo es en muchos aspectos, el más llano, en las escenas que arman los personajes de sus relatos, en los escenarios internos que presenta su obra.

Sus famosas vitrinas, sus escenas con muñecas, son elementos que impregnan a su obra de misterio y también de fuerte contenido visual. En muchos de sus relatos, además, la simulación, o el desdoblamiento, aportan humor o extrañeza (o ambas cosas juntas), reforzando ese sentido de actuación que sus personajes tan bien expresan.

Ya en el aspecto biográfico, el hecho de haber sido pianista y compositor, de haber tocado en cines y teatros, en salas de provincia y en salones domésticos, lo familiarizó con los entretelones de la escena, con el vértigo del escenario, con el misterio del público, aspectos todos que se reflejan en sus relatos, principalmente en los de mayor carácter autobiográfico.

Sin embargo, llevar la prosa de Felisberto al teatro no es fácil, quizá juntamente por el riesgo que comporta ese cruce de una teatralidad en prosa, al ser volcada sobre las tablas. No obstante, en las últimas temporadas, el autor de Por los tiempos de Clemente Colling ha empezado a asomar por las salas montevideanas, y lo viene haciendo con espectáculos de interés, que a su vez dan cuenta del rico material que las obras completas de Hernández tienen también para la escena.

Por supuesto que siempre se encuentran antecedentes, que nada es completamente nuevo. Ya en los años 60, a pocos años de morir Felisberto, Alberto Restuccia llevaba al teatro algunos textos de este autor. Pero en los últimos años la dramaturgia nacional se ha centrado en él, para animar su obra y su biografía en el escenario, desde múltiples estéticas y puntos de vista.

Uno de esos espectáculos se estrenó hace poco y está en cartel: Los estrafalarios de Hernández, que el grupo Kalibán Usina Teatro está haciendo en Platea Sur, bajo dirección de Diana Veneziano. La directora y su elenco toman un camino similar al que Mariana Percovich había emprendido un año y medio atrás, cuando montó su Proyecto Felisberto. Pero los resultados, afortunadamente, son muy distintos, porque esta aventura se puede encarar de mil modos diferentes.

En ambos montajes, el tema de la memoria, el de los recuerdos y lo onírico, son materializados en escena. Pero ya desde la concepción escénica, los rumbos son diferentes. Percovich realizó su obra en una casa, y el público se dividía por las habitaciones, fragmentando así la percepción de cada grupo de espectadores.

El montaje de Veneziano también presenta originalidad. El espacio escénico, dentro de un antiguo edificio de la Ciudad Vieja, es alargado, el público se ubica a los costados, y en cada punta de esa escena longitudinal, hay a su vez un pequeño escenario. A su vez, desde el techo, o desde los costados, salen o bajan como instalaciones, donde se recrean escenas felisbertianas. Un mérito indiscutible de este montaje de dramaturgia y dirección de Veneziano, es el trabajo que tiene detrás. Como ejemplo alcanza con mirar el material escrito que el espectador recibe al llegar a la sala, asunto que da cuenta de la seriedad con que el grupo de artistas se tomó esta aventura teatral.

"El espectáculo parte de la mirada y percepción de todos los integrantes de este colectivo artístico, de sus vivencias personales, de las resonancias y ecos que producen las imágenes sonoras y visuales que surgen de los textos de Felisberto y de aspectos de su vida personal. Son esas huellas las que construyen un espectáculo que intenta ofrecerse como un espacio de encuentro y de conmoción con el espectador, quien a través de la asociación libre de imágenes, recurrirá también a las suyas propias, a sus vivencias y sus restos de recuerdos", explica la directora.

Lógicamente que el estimulante espectáculo tiene dos tipos de espectadores bien distintos: el que ha leído a Hernández y conoce bien su obra, y el que no. Ambos pueden salir gratificados, pero las sensaciones que reciben son muy distintas. El conocedor de la obra de Felisberto irá encontrando pasajes mezclados de sus relatos, que por otro lado reflejan personaje de diversa índole, desde el excéntrico de Las Hortensias a los pianistas desgraciados y humillados que asoman continuamente por la gran obra del narrador uruguayo.

Ese es uno de los escollos que tiene que resolver el actor Luciano Álvarez, obligado a interpretar una multiplicidad de situaciones. Y lo hace con naturalidad, sin duda vinculada a sus años de bailarín, que le aportaron un dúctil manejo corporal. Junto a él, Karina Rodríguez, María Larrousse y Agustina Vázquez Paz componen con solvencia distintos momentos del espectáculo, que transcurre de sorpresa en sorpresa. Un trabajo de video, voces en off, y varios pasajes de música en vivo, desde diversos instrumentos, multiplican la variedad de lo que le va llegando al público, que según la ubicación verá mejor unas escenas que otras.

Hay tramos del espectáculo que seguramente se alojarán en la memoria del espectador. Como el gran rollo de papel escrito que se despliega todo a lo largo. O las vitrinas que entran y salen con escenas. O el artefacto con ruedas que transita por la escena: al respecto, también hay un trabajo interesante de carpintería, principalmente con el uso de molduras y piezas torneadas o talladas de mobiliario antiguo.

Vida y obra de Felisberto pueden ser volcadas sobre el escenario desde puntos de vista bien distintos. Hace tres años se presentaba en Espacio Teatro África, la muñeca de Felisberto, que sobre texto de Roberto Echavarren llevaron a escena Fernando Gallego y Arles Galli, protagonizada por Mariana Trujillo, Claudio Castro y el propio Fernando Gallego: el asunto fue interesante, y hurgaba bien en la biografía del narrador y en sus lazos familiares y afectivos, y a través de ellos, en el Uruguay de la época, y en el marco internacional de esa circunstancia. Los estrafalarios de Hernández encara el asunto de modo menos intelectual, más jugado a las sensaciones, logrando otro buen montaje.

El cuerpo fragmentado y la danza de los objetos

El hilo narrativo se rompe una y otra vez en "Los estrafalarios de Hernández". El espectador se enfrenta a un rompecabezas que sugiere y evoca. No se busca que haya argumento, no hay trama: hay acciones, pero también cosas, objetos que cobran protagonismo.

Es que en la literatura felisbertiana, los objetos cobran un rol clave, hasta que parecen andar por sí solos. También el cuerpo se fragmenta, tanto en sus partes como en lo que sería la vida psíquica y el organismo.

Por eso Veneziano apela también a la danza y a la expresión corporal como uno de los lenguajes de esta obra, que tiene entre sus valores la fusión de muchos elementos interdisciplinarios. Para los que gustan de ver montajes originales, una buena opción. Va viernes y sábados a las 20.30 hs. y domingos a las 19 hs. Localidades $300. Reservas: tel. 091412535.

Las salas teatrales de la zona portuaria

Platea Sur, en Bartolomé Mitre 1472, es uno de los nuevos espacios escénicos que el teatro viene ganando en la Ciudad Vieja. Se trata de un edificio antiguo, bien arreglado, donde se alterna gastronomía y arte escénico. En el caso de Los estrafalarios de Hernández, la obra comienza en el hall, donde el espectador es recibido con una copa de vino. Los actores salen también a dar la bienvenida al público, hay como una primera instancia, con piano de fondo, y luego se pasa a la obra propiamente dicha.

No lejos de allí está el Centro Cultural Tractatus (en Rambla 25 de Agosto 540), donde también se puede ver teatro y escuchar música. Allí, este sábado a las 20.30 horas se presenta Éter retornable, que hace la compañía Pastillas para morir, con dramaturgia de Angie Oña y dirección de Federico Puig Silva. Interpretada por Daniela Velázquez y Emiliano Pereira. Esta tragicomedia absurda aborda la historia de Elmer y Madelón, un matrimonio en crisis al borde del divorcio. La pareja es el punto de partida del desarrollo narrativo de la obra, pero queda rezagada poco a poco entre preguntas existenciales, recuerdos, anécdotas y una visión del mundo en el que viven, buscando descubrir lentamente diferentes facetas de los personajes. La entrada vale $ 190.

Cerca también de allí, en la Rambla 25 de Agosto entre Ituzaingó y Juan Carlos Gómez, está también el Espacio Cultural Las Bóvedas, donde este sábado de nochecita, a las 20 horas, se está haciendo un show de magia, con entradas a $ 150

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