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Rodolfo Ranni: "El actor tiene que hacer de todo y bien que para eso le paga"

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Rodolfo Ranni
Ponzetto, Fernando

ENTREVISTA

El argentino vuelve a Uruguay después de ocho años para presentar "Divino Divorcio", una comedia con Jessica Schultz que se presenta mañana en el Teatro Stella

Rodolfo Ranni
Rodolfo Ranni

La última vez que vino a actuar a Uruguay fue en 2014 con Los Grimaldi, una típica comedia teatral argentina en la que también estaban Nazarena Vélez y Diego Pérez. Y esa larga ausencia, bromea Rodolfo Ranni, no es por falta de cariño: dice sentirse muy querido y muy cómodo de este lado del río. Por eso le extraña que hayan pasado ocho años.

Ahora Ranni, quien tiene 85 años, vuelve a Uruguay con Divino divorcio, una comedia en la que comparte reparto con Jessica Schultz. Es una versión que dirige el propio Ranni y que ha venido girando los últimos dos años por Argentina. Se presentan el sábado a las 21.00 en el Teatro Stella; entradas en venta en RedTickets y hay beneficios de dos por uno para socios de Club El País.

Sobre su carrera y la obra que lo trae de vuelta 14 años después, Ranni charló con El País.

—Hace poco Pablo Rago y Luciano Castro nos contaban que lo tenían a usted entre sus referentes. ¿Cómo se siente con ese tipo de elogio?

—Son amigos muy queridos. Los conozco desde chicos. Y bueno, uno a esta edad se convierte en referente, ¿no? Tuve la fortuna de trabajar con los más grandes como Sandrini, Tita Merello, Hugo del Carril y ellos fueron referentes porque en mi época uno aprendía trabajando y observando a los grandes.

—Digamos, ¿cuál piensa que es el mejor ejemplo que ha dado a estas nuevas generaciones?

—Nunca pensé en dar un ejemplo pero tal vez sea -sin quererlo, sin pensarlo- de que nada es tan importante. Yo tengo una premisa que es la de Omar Khayyam: “Siéntate al claro de luna y bebe”. En todo caso, tengo una actitud frente a la profesión: termino de trabajar y me voy a mi casa. Salgo antes que el público cuando termina la función. Como que ahí terminó lo mío y a partir de ahí soy Rodolfo Ranni, un señor común y corriente que se va a su casa después de haber trabajado.

—¿Cómo era aquel cine argentino de la década de 1950?

—Debuté en 1957 en cine con Hugo del Carril. Ahí debutamos Gilda Lousek, Enzo Viena, Graciela Borges. Y mi segunda película fue con Sandrini y la tercera con Del Carril y Tita Merello, con quien también estuve en teatro. Esos eran mis ejemplos de vida. La profesión se vivía de una manera más lírica.

—¿Cuál es el papel que la gente le recuerda más?

—El otro día nos preguntábamos con Ricardo Darín qué es ser famoso. En nuestro trabajo sería que la gente te quiera, que te sienta parte de la familia, que por la calle te griten “qué hacés Tano”. Hace 70 años que entro a la casa de la gente y sé que se me quiere mucho. Siempre he tratado de hacer dos o tres cosas al mismo tiempo. Si hacía Nosotros y los miedos en televisión, en teatro hacía algo con Hugo Sofovich. No creo en las especializaciones: el actor tiene que hacer de todo y bien que para eso le paga.

—¿Qué le quedó por hacer?

—Soy bastante atípico en ese aspecto. Por ejemplo, nunca soñé con ningún personaje en especial. Me encantaría hacer La muerte de un viajante pero si no lo hago, no me voy a morir frustrado. Las cosas me fueron llegando y yo las fui aceptando intuitivamente. Tuve la fortuna de estar en la gran ficcón argentina, en el gran momento del cine y de la televisión argentinos. ¿Qué más puedo pedir?

—Para ser ese actor que lo quiere es irse para su casa ha trabajado muchísimo.

—Muchísimo. He estado más tiempo trabajando que en mi casa. Quizás por eso me rajaba lo más rápido posible para irme a casa. Es un trabajo, nunca lo he tomado como una cosa marciana. Lo que siempre quise fue cantar pero un día pregunté quién ganaba más guita los actores o los cantantes. Y de pronto cayó al teatro en mi. Vivía en la zona de Retiro y en las Galerías Pacífico, vi un cartel que decía “próximamente gran teatro”. Era un sótano infecto y entré y me encontré con un señor, que nunca supe quién era,l que me dijo que iba a llamarse Teatro de los Independientes y si me interesaba el teatro, firmaba y era uno de los fundadores. Hoy es el Teatro Payró. Así me llegó el teatro.

—Usted era un italiano hijo de la guerra...

—Y al año de llegar muere mi padre y el destino, Dios o quien sea, o mágicamente me puso el teatro en mi destino tal vez para contenerme por la falta de mi viejo. El único año entero que vi a mi papá fue el año que tuve que llegamos a Argentina. Nací en el 37, la guerra empezó en el 39, nos venimos a la Argentina en 1947, me comí tres revoluciones en la Plaza de Mayo y pensé que mi vida era una eterna pobreza. Pero no, acá estoy y bien por suerte.

—No era una familia artística...

—Los domingos y me hacían cantar canzonettas y me daba tanta vergüenza que cantaba atrás de la puerta. Mi tío, con cada canción me regalaba una moneda de 50 centavos de plata que en esa época había monedas de plata en Argentina. Recién escuchaba a Pavarotti y pensaba que yo podría haber sido un gran tenor.

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