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Invitación a una fiesta que nunca empezó

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Tiempo de fiesta

crítica: Tiempo de fiesta

La Comedia Nacional está dando en la Zavala Muniz una obra del Premio Nobel Harold Pinter

Casualidad o no tanto, la Comedia Nacional arrancó su temporada con el estreno de dos obras de dos de los mayores dramaturgos de la vanguardia europea de mediados del siglo pasado. Dos maestros que conforman, junto a Samuel Beckett, el trío de estrellas literarias del llamado teatro del absurdo. Y ambas en el Teatro Solís: en la sala mayor Rinocerontes, de Eugene Ionesco, y en la Zavala Muniz, Tiempo de fiesta, de Harold Pinter. Y esa situación permite comparar una experimentación escénica que sigue en pie, con otra que acusa el paso del tiempo.

Rinocerontes tiene mucho para decir todavía hoy, pero por sobre todo, tiene un argumento que al ser desarrollado, entretiene al espectador, lo sume en una ficción. En Tiempo de fiesta eso no sucede: la obra empieza y termina con poco desarrollo de la trama. De hecho, se puede decir que comienza y culmina sin mayores sorpresas argumentales. El montaje, de Ana Pañella, tiene algunos valores, pero no consigue cuajar en un resultado que atrape al espectador.

A nivel de puesta en escena, la pieza de Pinter presenta varios tropiezos: el primero de ellos es que las primeras escenas ocurren en el foyer del teatro, donde el público se tiene que trasladar, y donde la visibilidad no es buena. Luego los espectadores son conducidos a la Zavala Muniz, donde hay un segundo tramo de espectáculo, que transcurre con bastantes tiempos muertos. Vacíos que sin duda tienen que ver con la propuesta estética, pero que hacen que el espectador se disperse. Mirar al público siempre es interesante, y en este caso, parecía bastante distraído.

El montaje de Pañella tiene algunos valores a nivel escenográfico, desde la enorme puerta entreabierta y el trabajo de iluminación que la acompaña, hasta la disposición de los elementos escénicos. Y en esos logros se nota la mano del experiente Osvaldo Reyno. También es muy bueno el aporte de iluminación de Lucía Acuña. Y entre Reyno y Acuña, logran algunas escenas interesantes de mirar.

Pero los actores, con sus escenas breves, apenas logran trazar personajes. En este caso, la brevedad del espectáculo, de menos de una hora, conspira contra el resultado.

Desde el punto de vista visual, la puesta trabaja un vestuario de estilo retro, en el que el montaje parece descansarse, subrayándolo. También en los aspectos musicales se abusa un poco del recurso del guiño al pasado. Curiosamente, a la salida de la función del sábado pasado, dos jóvenes comentaban que no habían entendido nada, que todo les parecía muy surrealista. Y en realidad, para cualquiera que haya vivido los años de la dictadura, el montaje ostenta un contenido bien claro, incluso subrayado.

El objetivo fue describir la violencia en tiempos de represión, mientras un grupo de adinerados con poder se divertía, siendo a su vez ellos los causantes de esa violencia. Y todo se presenta como velado, a través de charlas sobre sexo, política, o temas cotidianos, mientras está latente la represión. Pero el resultado parece bastante lejano al espectador. Más bien parece una mirada de una algunos integrantes de una generación para sus propios pares. El texto, de 1991, habría venido muy bien a la escena uruguaya por esas fechas, pero hoy llega un poco trasnochado.

A veces se cree que en el teatro del absurdo el argumento es algo menor. Y obras como Rinocerontes ostentan una fuerte trama, que tiene que ver con que hoy en día siga atrapando al público. Pero Tiempo de fiesta parece girar sobre si misma, y en el camino, parece abandonar al espectador.

ficha

Tiempo de fiesta [**]

Autor: Harold Pinter. Dirección: Ana Pañella. Compañía: Comedia Nacional. Escenografía: Osvaldo Reyno. Iluminación: Lucía Acuña. Vestuario: Soledad Capurro. Elenco: Diego Arbelo, Luis Martínez, Florencia Zabaleta y Jimena Pérez, entre otros. Sala: Zavala Muniz, del Teatro Solís. Funciones: viernes y sábados a las 21.00 y domingos a las 19.00. Tickantel, $ 190.

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