ENTREVISTA

El próximo jueves Gustaf regresa al Teatro de Verano para hacer su tradicional despedida del año, celebrando además una década desde su primera presentación en ese escenario popular. Las entradas están a la venta por la red Abitab a 800 pesos. El también conductor del ciclo radial Feliz Día charló con El País y recordó como fue aquella primera vez sobre el escenario del Ramón Collazo, los nervios de los días previos y la necesidad que tenemos, hoy más que nunca, de reír.

—¿Cómo fue aquella primera presentación en el Teatro de Verano hace ya 10 años?

—Fui al Teatro de Verano porque creo que el artista va a donde lo lleve la gente. Puedo fijar un Teatro de Verano, pero si la gente no va, voy a estar solo. Entonces es la gente que me va llevando a ciertos estamentos o escenarios. Ya había sido el primer actor con un monólogo que llenó un Teatro Movie, así que había un caldo de cultivo de público que me seguía en radio, televisión, publicidad y teatro. Era el momento del Teatro de Verano, lo sentía. Pero corría con una desventaja, no había un antecedente y por más que parezca que desde el punto de vista del ego está bueno ser el primero, no tenía de dónde agarrarme para hacer ese show. Pero me puse a estudiar y vi que Eduardo Depauli en los años 30 había llenado, por ejemplo, el Estadio Centenario. Era un gran cómico de la época e hizo un gran espectáculo, pero se acompañó con un partido de fútbol con figuras de ese entonces y fue una maratón de humor. Es loco que nadie lo recuerde, porque llenó el estadio.

—Vos también actuaste en el Centenario en 2016 pero volvamos tu vínculo con el Teatro de Verano. ¿Cómo hiciste aquella vez hace 10 años?

—Me acuerdo que puse un sobrepiso en el foso para estar cerca de la gente, que esta vez no va a poder ser por el distanciamiento. Había un descreimiento general de toda marca, sponsor y hasta en el ambiente: decían que el público no iba a acompañar. Los días previos no los recuerdo con goce, salvo la función, sino como un show que no sabíamos cómo hacerlo. Sabíamos que la gente iba a acompañar, pero el “no” siempre estuvo en el entorno. Era julio y me fui a la casa de mis padres a recibir un poco de amor y cuando mi padre abrió la puerta, le dije: “Reservamos el Teatro de Verano y todo el mundo dice que no va a resultar”. Mi padre me dijo: “Se va a llenar y va a quedar gente afuera”. Y pasó eso. Salí vestido con un traje humilde de lino blanco, que era uno que mi padre usaba en los setenta, y una camisa celeste en honor a Uruguay. Fue inolvidable. Y ahora, revivirlo va a ser algo conmovedor.

—Me quedé con la frase de tu padre, ¿siempre fue de apoyarte en tu carrera?

—Sí, totalmente. Y por eso me puse el traje del viejo. Hay un momento cuando salgo al escenario, bailando, diviso a mi padre que está con una boina de cuero y cuando vi el video me di cuenta que le dije: “mirá que te ví, estás ahí”. Lo pensaba, pero no me acordaba que lo había dicho. Fue muy loco.

—¿Por qué volver al Teatro de Verano?, ¿Había que sacarse las ganas?

—Mis espectáculos de estas fechas son para despedir el año pero esta vez siento que va a ser una válvula de escape. Nos merecemos que la carcajada, con todas las medidas sanitarias, llegue al Parque Rodó. Va a haber un sonido especial, pantallas, pero siento que nos merecemos reír en ese pulmón que es el Teatro de Verano. Ustedes ocupen sus lugares, distanciados y cuidados, que yo me encargo que esto suceda. Porque hacer reír al otro es un acto de amor, más en tiempos duros. El público tendrá su opinión, pero es el acto de amor que le puedo dar a mi pueblo, hacerlo reír en los momentos más duros.

—Es todo lo que pregonás desde hace mucho. ¿Por eso tenés que hacer el show?

—Tengo que hacerlo, sí o sí. No los puedo dejar, pero no lo digo desde un lugar superior, sino desde la persona que viene del barrio. Y se me va a venir la reminiscencia de aquel primer Teatro de Verano. Siento que pertenezco a ese lugar popular.

—¿Te considerás un artista popular?

—Sí y me encanta. No le huyo a esa etiqueta. A veces el ser popular tiene una connotación degradatoria pero tiene que ver en tocar un lugar especial en la gente. Si puedo llegar a un lugar del alma del pueblo sin ser demagogo, si lo logro voy a ser el tipo más feliz del mundo. Soy un tipo agradecido con la gente: siento que cada vez que salgo a hacer reír, es para decir gracias.

—¿Cómo vivís estos días previos al estreno?

—Hay mucho repaso de la letra, también cuidado de la puesta porque el protocolo que es muy estricto y lo que quiero es que todos estén cuidados. Ya visité el teatro un par de veces, miro desde las gradas y me imagino la función. Es una estrategia. También hay que revisar el vestuario, que esté la camisa celeste que tiene que ver con Uruguay. Estoy viendo todos los detalles, las pantallas, y es imaginarte el espectáculo varias veces antes para tener un sinfín de posibilidades. También me cuido porque el público va a pagar una entrada, entonces me cuido en la alimentación y hago ejercicio para estar 100 por ciento en cuerpo y alma para brindar lo que artísticamente siempre he brindado. Después es entregarse a lo que pueda pasar.

—¿Cómo es la noche previa?

—Hay nervios. Cuando no tenga nervios, me retiro. La noche previa es tan inquieta como maravillosa, y el despertar de ese día y sabés que tenés eso a la noche, también es maravilloso.