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La conquista de la América

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Gustaf cierra dos años de temporada con su espectáculo Moltobene. Foto: F. Flores
Nota a Gustavo Perini, conocido como Gustaf van Perinostein, humorista uruguayo, ND 20161031, foto Francisco Flores
Archivo El Pais

El actor lleva Moltobene al Estadio Centenario

Hace mucho que Gustavo Perini es Gustaf (El Gran Gustaf también aplica) y hace mucho que insiste con su idea de que el humor va a salvar al mundo. Hasta ahora eso no parece estar logrado, pero él insiste con su misión y desarrolla año a año espectáculos unipersonales con los que se mantiene en cartelera un mes tras otro. Este año, sin embargo, decidió repetir Moltobene, el show del año pasado que aunque es de humor y habla sobre la amistad, tiene un trabajo más acentuado en la parte emocional. Emocional y no dramática, porque drama es todo, suele aclarar.

A Moltobene lo despide el viernes 25 de noviembre en la Tribuna América del Estadio Centenario (ver recuadro), con una función a gran escala donde sigue apareciendo lo absurdo, la esquina del barrio, y todo lo que le enseñaron tanto su padre como los italianos de la talla de Alberto Sordi, que tenían esa capacidad de entretener y emocionar.

A Gustaf, que empezó por los rincones más under de la Montevideo de los noventa para llegar a los escenarios más grandes de la ciudad, eso es lo que más le gusta: lo suyo es actuar, no ser comediante.

—¿Moltobene qué te dio?

—Una exploración actoral más grande. La franja de lo que no es humor la voy abordando progresivamente más, entonces es un monólogo con el que la gente lagrimea.

—¿Te trajo otro público?

—Mi público es muy amplio en franja etaria y clase social. Están los que me siguen del under, los de la radio, los de la televisión, los que van exclusivamente al teatro. Por suerte, porque es lo que quiero. No le tengo miedo a la palabra "popular", mientras uno diga lo que quiera.

—¿Es lo que buscás, ser un artista popular?

—Sí, por supuesto. Me parece que las grandes obras artísticas son las más populares. Yo en 2010, cuando hice el Teatro de Verano, les leí un poema de Bukowski a 5.000 personas. El tema es que a veces no hay un camino para inducir al público a excelentes obras artísticas. Bueno, es muy subjetivo, a mí me encanta pero el realismo sucio puede gustarte o no. Los artistas hemos hecho como un gueto, "vengan a ver nuestras obras que son para algunos iluminados". Se termina comiendo a sí mismo eso.

—O al revés: si sos un artista popular se asume que te va a ver cierto público y tenés que ofrecerle ciertas cosas.

—Claro. Pero no es así.

—¿Sos muy lector?

—Tendría que ser más pero no tengo tiempo, y mi cabeza explota. Tengo mucho para leer y supe ser mejor lector.

—¿Tenés un archivo de tus propios personajes?

—En radio son veintipico. En la trayectoria no sé.

—¿Tenés tus favoritos?

—Tengo versiones de personajes. A mí me gustan los que son genuinos, pero la aceptación es muy variada.

—¿El público se fanatiza con ciertos personajes?

—Sí. Me pasa algo extraño que hay gente que es fanática de lo que vos hacés, y es un fenómeno extraño que me sigue llamando la atención. Cuando hago los shows grandes se nota eso porque te gritan. En el Museo del Carnaval había un grupo adelante que me gritaba como si fuera un partido de fútbol (se ríe). Ese sí no es un público que vaya al teatro: es un público que te sigue hagas lo que hagas. El cariño está precioso siempre, pero como artista te preguntás por qué al tipo le gusta tanto. Tampoco me voy a poner a preguntar mucho.

—¿Tenés haters, gente que se ensaña contigo?

—Nunca me ha pasado, debo decir la verdad. Y si hay alguien que no le gusta lo que hago es parte de eso, no me lo tomo personal. Lo vivo con mucha felicidad, y creo que el crítico más fuerte soy yo.

—¿Cómo dosificás la energía, qué te ayuda?

—El actor es un deportista y tiene que entrenar lo físico, lo espiritual y lo intelectual. Yo entreno físicamente, como decía Artaud: "el actor es un traficante de emociones". Uno tiene que estar continuamente encarnando y desencarnando, llenándote de algo que no sos y vaciándote después. Lo de la voz es respiración, en la radio tomo dos litros de agua.

—¿Hubo algún personaje o texto del que te costó salir?

—No recuerdo, pero sí de encarnar. Cuando hice La sangre, en 2002, a la misma vez estaba haciendo Atilio Capanga. Y era un terrorista que torturaba a sus víctimas, pero la gente veía el afiche e iba por Atilio y se encontraba con esa obra. Me acuerdo que cuando se bajaba la luz la gente decía: "bueno, vamos arriba Gustaf hoy". Tenías que abstraerte de eso y hacer lo que tenías que hacer, que no tiene nada que ver con el humor. Y el humor es una tentación muy grande.

—Para personajes de radio o tele, atados a la actualidad, ¿no perdés la inspiración?

—No porque está la noticia, tenés que ver cómo los ponés en una situación nueva. En realidad lo que escribo yo son radioteatros clásicos.

—¿Escribís para otros artistas?

—No se ha dado. Si me pagaran lo haría con mucho gusto (se ríe), si hay buen caché.

—Hacés Moltobene y estás en la radio y televisión. ¿Te quita mucho tiempo este trabajo?

—Sí, sobre todo como lo encaro yo. En los últimos tiempos lo que he tratado de hacer es: si bien yo no puedo variar la intensidad y el amor con el cual me aboco a hacer eso, sí la cantidad y la frecuencia. Y estoy tratando de hacer eso para tener más tiempo para ir a ver a Fénix o poder ir al cine. La vida ideal sería actuar en cine o alguna ficción seis meses al año, y los otros seis meses dedicarse a escribir o a viajar (se ríe).

—¿Cómo viviste este mes que estuviste sin trabajar?

—Dormí, dormí y descansé que era lo que tenía que hacer. Igual yo en agosto siempre me tomo 15 días, acá lo expandí. Es lo que te decía, puedo variar la cantidad en que hago esto pero después de una gran intensidad la cantidad de veces que lo hago... Ya está, tranquilo. La verdad me vino mejor.

—¿Cómo fue eso de pasar de lo más under a querer popularizar el teatro?

—A mí se me da naturalmente, no es un capricho. Esto no se puede hacer si la gente no te lleva hasta ahí, pasa que yo vengo haciendo todos los escalones. No me salteé ninguno.

—¿Qué era el Teatro Trash, donde empezaste?

—Era un trío que actuaba en espacios no convencionales. Siempre era con estética de comic o de películas clase B. Roger Corman era un adalid para nosotros. Yo escribía esas obras de 40 minutos y como grupo teatral éramos teloneros de La Chancha o Hereford en boliches, lugares de tango o boliches gays. Me acuerdo de actuar en Espejismo y la función arrancaba a las 04.00.

—Los que lo vieron dicen que era algo muy original.

—¡Estaba buenísimo! (Se ríe) Era una demencia.

—¿Cómo te llevabas con la vida de la noche?

—Yo actuaba en Espejismo y mi madre me esperaba con pan de maíz y un café con leche. Yo estaba muy obsesionado con lo que hacía, íbamos antes y hacíamos el ensayo técnico. Si hubiese seguido en ese mundo, terminaba en una zanja desbundado, pero siempre fui súperestricto. A mí me fascinaba que el boliche se llenara para vernos y estar acorde a eso. Creo que para sobrevivir a esas etapas tenés que ser muy riguroso artísticamente.

—Y lo seguís manteniendo.

—Sí, sigo yendo tres horas antes a ver el foco dónde pega. Tendría que achicar un poco.

—¿Hiciste teatro infantil?

—Hice tres años en Casa de Teatro, sábados y domingos a las 15.30 (se ríe). Yo me divertía mucho, lo único que sufría era que jugaba Fénix y no lo podía ver. Pero ahí aprendés, son escuelas muy saladas porque el niño está con el estímulo a flor de piel. También terminás actuando para adultos. Con Abeijón me pasa eso, hablás de política o de algo más osado para el horario pero lo ven los niños.

—¿Te ves? ¿Repasás los trabajos que hacés?

—No me gusta verme, soy muy autocrítico y me paso de rosca con eso. Tengo que ser menos riguroso en eso, porque estás al borde de perder la capacidad de disfrute.

Gustaf cierra dos años de temporada con su espectáculo Moltobene. Foto: F. Flores
Gustaf cierra dos años de temporada con su espectáculo Moltobene. Foto: F. Flores

Al Centenario.

Gustaf cierra dos años de temporada con su espectáculo Moltobene, con una función que será el viernes 25 en la Platea y Tribuna América del Estadio Centenario. Empieza a las 21.30, contará con una previa a cargo de VJs y las entradas se consiguen en los locales de Abitab, a 450 pesos. Los socios de Fénix entran gratis, retirando invitación en la sede.

“Lo que me copa es llevar el teatro a lugares donde no hubo”

-Como futbolero, ¿llegar al Estadio te genera otra ansiedad o emoción?

-Eso está divino. Es la primera vez que lo hacemos en un lugar futbolero y tiene una connotación simbólica muy polenta, está buenísimo. A mí lo que me copa es llevar el teatro a lugares donde generalmente no hubo. El antecedente de ahí es de (Eduardo) Depauli, pero en 1936, en una época en la que no había televisión ni redes y él era el capocómico número uno. Él llenó el estadio pero con una jornada más larga con famosos y orquestas.

-Esta es la despedida del espectáculo Moltobene. ¿Ya pensás en el próximo?

-Sí, yo voy metiendo ideas en una carpeta y después busco una idea, un concepto.

-¿Cuál es tu momento favorito de esta obra?

-(Piensa) Hay un momento muy interesante que es la comparación del entretenimiento de los ochenta y el de ahora, todo lo lúdico que nosotros hacíamos con pocos recursos. Ahí hablo básicamente de mi infancia, de los pocos recursos con los que vencía al aburrimiento, y pongo un ejemplo que es cuando Suárez hace un gol en la final de la Champions League, Barcelona contra Juventus, y sale a festejar y queda a un metro de los hinchas. Que hasta lo pueden tocar, pero en vez de eso toman el celular porque prefieren registrarlo. Esto del Estadio tiene que ver directamente con eso, con la experiencia de ver a un ser humano sin pantalla mediante, haciendo teatro.

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Gustaf. Foto: Difusión

GUSTAFBELÉN FOURMENT

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