Publicidad

Claudio Tolcachir: “El teatro sirve para generar magia con el espectador”

Compartir esta noticia
Claudio Tolcachir. Foto: Marcelo Bonjour

Entrevista

El argentino habla de su nueva obra, su vínculo con Uruguay, las preocupaciones de su teatro y más

A Claudio Tolcachir le queda algo por hacer: “Algún día voy a venir con un recital a Montevideo. No digo al Solís, vamos a un lugar más chiquito. Tengo que decidir qué me gustaría cantar”, bromea, medio en serio. Es raro pensar que Tolcachir, uno de los nombres cumbres del teatro mundial, tenga algo en el tintero. El martes 21, a las 18.00 y a las 20.00, estará otra vez en el Solís con la obra Próximo, protagonizada por el argentino Lautaro Perotti y el español Santi Marín. Sobre su vínculo con Uruguay y sobre Próximo, charló con El País.

—¿Qué podés adelantar de Próximo?

—Es una obra que cuenta el encuentro de dos personas de dos realidades absolutamente diversas. Uno es un actor bastante conocido en Madrid, el otro un argentino que está trabajando de lo que puede sin papeles en Australia. Ni ellos recuerdan cómo empezaron a conectarse. Empiezan divirtiéndose, jugando, con algún chichoneo, y poco a poco en el desarrollo de la historia, esos dos universos se van transformando y se convierte cada uno en el sostén absoluto del otro. Una de las características de la historia, que le da cierta locura, interesante para buscar e investigar, es que en determinado momento nos damos cuenta de que están absolutamente enganchados, enamorados, necesitados uno del otro, y no se conocen. Nunca se olieron, nunca estuvieron juntos. Eso genera preguntas: ¿es verdad o no? ¿Puede pasar? Me parece interesante que te enamores de alguien que nunca pudiste tocar, lo cual lo vuelve más desesperante. Habla de la soledad, porque estos personajes están cada vez más solos en sus universos y tienen al otro como único sostén.

—Hablemos de ese juego que hace con las dos realidades, esa virtual y esa espacial.

—Y por supuesto también permite un juego teatral enorme, porque son dos personas que están en el mismo espacio físico, que es el escenario, pero que al mismo tiempo uno está en Australia, el otro está en invierno. Uno está de día, otro está de noche. Todo el tiempo están conviviendo y cruzándose dos realidades a punto de rozarse siempre, como si fuera una pantalla partida que va tomando muchas formas. Jugando con la magia del teatro. Uno como espectador ve que están juntos en un escenario, pero sin embargo juega a creer, y compruebo que al espectador le sucede, que dice: “Por favor, que se encuentren, que se produzca el encuentro”. Es muy hermoso porque es para lo que sirve el teatro, para generar magia con el espectador.

—¿Hay una preocupación por los vínculos en tus obras?

—Es lo que más me conmueve. Siempre que aparece una historia tiene que ver con un ser. Un hombre, una mujer, que desea algo, que le sucede algo que por ahí es más grande que esa persona; me gusta esa imagen de que la vida le queda grande. Yo nos siento a todos bastante incapaces, bastante huérfanos para poder llevar adelante la vida, y me conmueve contar esas historias. Me gusta compartir el devenir de un personaje tratando de llevar adelante su vida. Me parecía conmovedor trabajar sobre lo imposible. Nos enfrentamos con lo imposible de cumplir un sueño, de nuestra vocación, del amor, de la familia, de la pareja.

—Uno suele ver a la tecnología como algo que deshumaniza, pero acá vos buscás que se genere algo mucho más humano con este vínculo a través de computadoras.

—Estoy totalmente de acuerdo. Un camino fácil hubiera sido utilizar la tecnología para criticarla, que por supuesto dentro de la obra está. Posiblemente al actor famoso le viene muy bien tener una relación con alguien que está muy lejos y no va a aparecer. Pero también es interesante pensar que de pronto la tecnología puede hacer que se encuentren personas que antes no se hubieran encontrado, o que tal vez una persona que está tan sola como está este chico en Australia, donde no entienden lo que dicen alrededor, o tan sola como está este chico en España que no puede salir a la calle porque es muy famoso, permita que no estén solos y que estén acompañándose por otro que está muy lejos. A contrapelo de lo lógico que sería criticar las relaciones por la tecnología, también puede ser una salvación, o que haya gente que halle en esta tecnología una forma de comunicarse que antes no existía.

—Próximo es parte de un largo vínculo con Uruguay.

—Hay un vínculo que es personal, que es el de haber viajado 200 veces de turista a Montevideo, Colonia, Cabo Polonio, La Pedrera, Punta del Diablo, La Paloma: es el lugar de vacaciones de toda la vida. Pero después de que pudimos venir la primera vez, con La omisión de la familia Coleman, se abrió como una puerta que a mí me encanta mantener abierta. Por eso estoy también. Hay algo tan generoso de parte de esta ciudad para con nosotros, que tengo que venir y estar y charlar y compartir mi obra con ustedes.

"Hay algo tan generoso de parte de esta ciudad para con nosotros, que tengo que venir y estar y charlar y compartir mi obra con ustedes"

Claudio Tolcachir

—Ya has estado en el Solís: ¿te sigue hipnotizando?

—Entrás y te emociona, y tengo muchas ganas de ver la obra acá: va a ser mágico. Te encontrás con un público que te dice: “sí, yo vi esta obra, vi esta otra y esta otra”, y nos van acompañando en un proceso muy amoroso. Uno viene con mucha ilusión. Es sentir que hay una familia afuera de tu casa que te espera.

—Y vos con Timbre 4 generaste un puente para que obras uruguayas vayan para allá.

—Absolutamente, muchísimas. Hicimos un festival de teatro uruguayo. Estamos generando una red que me parece un vínculo tan necesario, porque nos hemos encontrado con toda la generación: Calderón, Sergio Blanco... Siempre que haya una posibilidad de dar lugar para que pueda venir ese teatro, lo hacemos. Estrenamos en Buenos Aires Tebas Land, La ira de Narciso; la relación con el teatro uruguayo es buena. Este año estuvo Estela Medina.

—¿Qué ha sido para vos el teatro en todos estos años?

—Imaginate que en 25 años se convirtió en miles de cosas. Pero te diría que nunca me aburrí. Tuve mucha suerte de que me la pasé haciendo cosas que me gustaron, sobre todo como director, cuando podés empezar a elegir más. Es pesada la parte donde están los trámites, pero como lo hacemos en grupo se sostiene más. Después el hecho de ensayar, el proceso creativo, siempre es un desafío. Y poder dirigir y después actuar y después dar clases. Y después trabajar afuera, mezclarse con otros. Por suerte el teatro tiene la agilidad que a mí me gusta, que me permite cambiar de rol, y seguir aprendiendo. Mi pánico es que en algún momento sienta que no hay nada nuevo. Por ahora no me pasó, y sentir que no sé si lo voy a poder hacer.

—Sos una persona inquieta, que está siempre creando.

—Tengo etapas. Sí es verdad que trabajo mucho, casi todos los años estoy haciendo cuatro o cinco obras. En lo que más tardo es en escribir. Es lo que más tiempo me lleva. Pero una de las cosas que yo más celebro de Timbre, es que también es un espacio para cuando uno no tiene nada nuevo para hacer. A veces necesitás extrañar, decir que no tenés nada para decir. Ahora, por ejemplo, no tengo nada para escribir. Estoy en esa etapa en la que voy mirando para todos lados para ver qué me dan ganas de hacer. Mi mayor estimulante es el aburrimiento, quiero que cambien las reglas del juego, quiero que aparezca algo nuevo, que me excite y que me divierta. Y trato de disfrutarlo cada vez más.

—Cuando estás en el rol de actor, ¿sos de aportar ideas?

—Me encanta tener director, y no me meto en nada que no tenga que ver. Y como actor me encanta regalarle al director todo lo posible. Soy un actor generoso en el sentido de proponer y proponer, pero luego acato las decisiones del director y lo celebro mucho. Es otra creatividad. Como director vos tenés que medir, pensar; como actor podés tirar y tirar y tirar y zambullirte, porque hay otro que va a elegir. Es una creatividad muy libre la del actor. Y me hace muy bien.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad