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"Pienso en mis historias todo el día"

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Pierre Lemaitre. Foto: Marta Calvo

El premiado y exitoso escritor francés habló con El País sobre sus libros y sus rutinas.

Hace 15 días que está dando vueltas por América Latina en una gira que comenzó en México y entre otras escalas lo llevó a las ferias del libro de Bogotá y Buenos Aires; en esa quincena dio, confiesa, unas 50 entrevistas. En Uruguay estuvo dos días, el lunes y ayer, en los que atendió también a la prensa y participó de una charla en la Alianza Francesa.

Tanta actividad no parece hacerse mella en Pierre Lemaitre, un hombre simpático que empezó a escribir a los 56 años (o sea en 2007) pero que en estos 10 años consiguió el prestigioso Premio Goncourt (por su novela de 2013, Nos vemos allá arriba) y de paso se convirtió en un best seller y en una de las actuales figuras literarias de Francia.

A Uruguay han llegado esas noticias y a través de Alfaguara y Salamandra se ha publicado casi toda su obra: Irene, Vestido de novia, Tres días y una vida, Camille, Alex, Rosy & John y Nos vemos allá arriba. A esa lista se incluye ahora Recursos inhumanos (Alfaguara, 590 pesos)

Muchas de ellas están protagonizadas por el comandante Camille Verhoeven, un gruñón y petiso investigador. Esa saga es la que le ha dado a Lemaitre motes como "la nueva sensación de la novela negra". Además le han dado un montón de premios, además del Goncourt.

Pero como demuestra Recursos inhumanos, las inquietudes literarias de Lemaitre (quien nació en París en 1951) excede los límites de un género. La novela publicada originalmente en 2010 es un retrato feroz de las relaciones laborales en una sociedad en la que alguien como Alain Delambre tiene 57 años y está desempleado y desesperado. Sin embargo, como le dice, a El País, en la novela no había una intención de denuncia sino que, como en toda su obra, lo más importante son las historias y los personajes.

—Ha estado recorriendo América Latina. ¿Cómo encontró el continente?

—Primero y de manera muy egoísta lo vi muy acogedor hacia mí. Tengo tendencia a ver de la mejor manera a un continente que acoge bien mis libros. Lo que más me llamó la atención es la diversidad. Visto desde Europa, América es bastante homogénea y como no soy un gran viajero no me era fácil hacer la distinción entre los países. Pero ahora sí veo muy bien esas diferencias. Lo que me llamó la atención es el fervor por la lectura. Las ferias del libro de Buenos Aires y Bogotá son acontecimientos increíbles. Y vi que los latinoamericanos son gente maravillosa. Me voy encantado.

—En toda esa gira le habrán repetido eso de "la nueva sensación de la literatura francesa" o "el maestro de la literatura negra". ¿Cómo lleva el peso de tantos elogios?

—Dos cosas. Por un lado, mi ego está feliz, no puedo mentir que es una satisfacción narcisística muy importante. Pero a la vez soy demasiado viejo para hacerme ilusiones. Si fuera un escritor de 30 años podría creer en todo esto y a los 30 estaba dispuesto a creerlo. Pero tengo el doble de esa edad lo que me hace relativizar todo eso. Estos viajes lo dejan a uno con la sensación de ser un gran hombre pero conviene ser razonable.

—La figura del escritor siempre ha sido importante en la sociedad francesa. ¿Cómo está ese rol hoy?

—El estatus del escritor ha ido siendo menos importante en los últimos años. Veníamos de un período en el que todos los intelectuales eran escritores siguiendo el modelo de Sartre. La importancia de los intelectuales se desplazó y ahora en el debate hay menos novelistas y más sociólogos, historiadores y filósofos. Me parece justo. Sin embargo aún tenemos intelectuales que conservan las dos cualidades como Édouard Louis y Tristan García que son novelistas y filósofos. De cierta manera los intelectuales se profesionalizaron y los escritores están en su justo lugar.

—Pero en las últimas semanas usted se ha pasado contestando sobre la realidad francesa. ¿Eso le sucede también en Francia?

—No, en Francia no me hacen esas preguntas. Ya hay muchos intelectuales que toman posición. Pero ahora en América Latina pasó algo muy particular: mi viaje ocurrió entre las dos vueltas de las elecciones presidenciales francesas, una instancia que preocupaba, y con razón, a todo el mundo. Yo normalmente en el extranjero no hablo de política: no estoy lejos de casa para hablar mal de mi país u opinar sobre su política. Pero esta vez no dudé en tomar posición porque lo que estaba en juego era muy importante y contestar a las preguntas políticas era una forma de militancia.

—¿Que haya ganado Emmanuel Macron puede ser leído como una manera de los franceses de demostrar que son distintos y que tienen su propia mirada sobre Europa? Algo así como un refugio de civilización ante cierta barbarie política.

—Creo que Francia está en un período de transición. Y que Macron es un presidente de transición. No digo que no vaya a tener un largo mandato, pero el de ahora es una transición importante: o logra convencer a los franceses de la República o no lo logra y el aire de insurreción de Francia va a ir hacia la derecha. No creo que Francia dirija un mensaje al mundo sino que da al mundo el espectáculo de su inquietante indecisión.

—¿Cómo trabaja la estructura de sus libros?

—Empiezo con un embrión de historia y rápidamente trabajo en los personajes sin esperar tener la historia completa. Solo cuando los personajes están bien construidos termino la historia. Y estoy muy atento a los personajes secundarios. Porque en el fondo el relato de un personaje es un relato de su contexto. Es la razón por la que mi personaje se llama Verhoeven: es un nombre holandés y es un homenaje a la pintura holandesa que cuida los detalles y está atenta a los personajes secundarios.

—Eso con respecto a la técnica, ¿y la logística?

—Es muy prosaico. A los lectores les gusta que el escritor trabaje de noche y yo de noche duermo. Trabajo como un artesano. Me pongo a escribir de mañana, almuerzo y vuelvo a empezar de tarde. Parece un poco banal pero lo que no es tan banal es que todo el día estoy pensando en mis historias. La primera cosa que hago al levantarme (en realidad a mi edad se ha vuelto la segunda) es anotar lo que soñé sobre mis personajes. Mi inconsciente sigue trabajando en la historia. Cuando paseo con mi esposa e hija sigo pensando en mi historia y mi esposa me lo hace notar.

—Y con razón.

—Sí, pero no puedo evitarlo.

—¿Qué necesidad tenía de hacer un diagnóstico con Recursos Inhumanos?

—No trabajo así. No estaba pensando en hacer una crítica social de la empresa actual. Cuento historias y cuando me pongo a trabajar mi primera pregunta es cómo voy a contar esa historia. Si es una historia con un fondo social se vuelve una novela social. No empiezo con una idea sino con una historia pero en el transcurso de la escritura verifico que el libro sea conforme a mis valores.

—¿Cómo se lleva un premio Goncourt?

—Lo que cambia es que normalmente un premio literario no dura mucho tiempo. Pero el Goncourt es un premio para toda la vida. Tengo un amigo que lo consiguió hace 30 años y aún hoy cuando los periodistas lo entrevistan habla de su premio Goncourt. Tuvo muchos premios pero todos fueron olvidados, siempre lo presentan como Yann Queffélec, ganador del Goncourt.

—Pasa el tiempo y el libro en papel sigue siendo inevitable. ¿A qué se debe su permanencia?

—El libro digital es una ínfima parte del mercado literario. En Francia hace unos años pensábamos que el libro estaba muerto porque las cifras del libro digital eran bajas pero en ascenso. Pero eso se invirtió. El libro impreso conserva su valor.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Pierre Lemaitre. Foto: Marta Calvo

PIERRE LEMAITRE

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