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Gustaf habló con El País: "Aprendí que el artista tiene que ser un detective"

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Gustaf

Entrevista

El actor y conductor de televisión presenta el 14 de octubre en el Teatro de Verano, su nuevo show, "Supervivencia" y acá habla de eso, de la televisión y de su ética de trabajo.

Gustaf
Gustaf. Foto: Marcelo Bonjour

Gustaf acomoda unas sillas haciendo de anfitrión en un bar ajeno. Quiere que el periodista esté cómodo, al igual que al rato cuando llega Marcelo Bonjour, el fotógrafo de El País, se muestra solícito a posar, haciendo todo lo que le pide, sugiriendo fondos, perfiles, miradas. Así es este actor devenido conductor de televisión en horario central: detallista y entregado, incluso al lado menos artístico de su trabajo. Por ejemplo, atender a la prensa.

La charla es porque está cerca Supervivencia, el espectáculo que presenta, a lo grande como se le hizo costumbre, en el Teatro de Verano, el 14 de octubre.

Supervivencia nació de un sueño en el que todo estaba prendido fuego y no había salida”, le dijo Gustaf a El País, aclarando que es, precisamente, “dragón de fuego” en el horóscopo chino. Y eso lo unió con lo que “tajantemente” le dijo un amigo: todos somos supervivientes”. Fue así que surgió este nuevo espectáculo en el que cuenta algunas de sus “muertes” personales y en el que vuelve a combinar humor y “una parte en que lo que quiero es dar esperanza de que se puede salir adelante”, dice este actor que empezó en el underground de los 90 con el legendario Teatro Trash y ahora conduce un programa de preguntas y respuestas (Los 8 escalones, Canal 4) y un programa de radio (Feliz día, Radiocero).

De cosas como la fama, su origen teatral y por qué siempre está dispuesto al saludo, Gustaf, uno de los perfiles uruguayos más distinguibles, charló con El País.

—Da muchas entrevistas pero nunca habla de su vida privada.

—Elegí no hablar de eso. En todo caso, me pregunto, ¿qué es lo privado?

—¿Es casado, tiene hijos?

—No. Tengo 45 años, soy soltero, no tengo hijos. Nunca ventilé esas cosas. Me aburre un poco hablarlo y no me interesa eso de la prensa de corazón. A mi me interesa que como artista trascender desde la tarea pública.

—Y nunca su pronunció políticamente, además.

—Creo más en la ética que en la política. Eso ha sido histórico en mí. ¿Qué gano? ¿Qué le hago ganar a los demás? Sin embargo lo ético lo aplico en qué puedo hacer yo por el otro con mi arte. Me interesa más la conexión entre el artista y el espectador. No quiero llegarle a la mente, si no al alma. Primero entretenerlo, conmoverlo y luego hacerle una pregunta.

—En ese sentido, ¿cuánto piensa su figura pública?

—Las cosas que hago en radio o en televisión, las hago si se dan dos condiciones. Una es que en el momento en que lo estoy haciendo sienta felicidad, a la mínima rajadura de incomodidad no lo hago más. Y soy muy detallista, obsesivo y autoexigente, que es un tema aparte que me genera un montón de problemas personales y hasta de salud. La otra condición es el control artístico. Sin esas dos cosas, no hago nada.

—¿Y cómo aplica eso a un formato como Los 8 escalones?

—Es un formato y hay que hacer tal o tal cosa pero lo que hay adentro (menos las preguntas), si me dicen que haga lo que quiera, como me dijeron, está bárbaro.

—¿Y cómo se consigue esa independencia?

—Generando confianza a través de un camino artístico. A mí me dijeron explícitamente que si en el programa quería actuar, que actuara. Los que están editando el programa se matan de la risa, así que sigo. Todo pasa por la aceptación popular. Claro que no es lo mismo que lo haga ahora con 25 años de carrera que al principio. Pero es esa certificación la que me da carta blanca.

—Ya que estamos, ¿no son medio fáciles las preguntas?

—Hay de todo. Está aquel que sabe mucho y le erra en el primer escalón y es un efecto dominó y hay quien no sabe tanto y pegó dos dobles y está en el séptimo escalón.

—¿Esta continuidad en la televisión le cambió el vínculo con la gente?

—La televisión legítima y amplifica eso que se puede llamar “popularidad”. Por más que ya estés “instalado”, el público que te ve como un artista popular -un título que a mí me encanta- tal vez se agrande temporalmente con un programa en horario central. Y eso se ve en la calle. Antes te saludaban tres, ahora son seis. Sacar una foto, grabar un vídeo con la gente, eso requiere una atención de 24 horas para la que estoy siempre dispuesto. Me fascina. No me molesta porque cuando no pase, algo que creo no va a suceder...

—¿Perdón? ¿nunca se va a terminar su popularidad?

—Tengo un vínculo maravilloso con el público porque me brindo por entero en todo. Si esto fuese fútbol sería el jugador que más allá del talento se da por entero y tranca con la cabeza. El que me va a ver sabe que después de un espectáculo termino fundido en el camarín. Y después de grabar Los 8 escalones terminó fundido. Y ese compromiso incluye que si me saludan en la calle, atiendo. Es como tener una farmacia 24 horas abierta.

—Viene de un hogar obrero, ¿cómo incide eso en su ética de trabajo o en sus miedos?

—Mis padres vienen de infancias durísimas. Mi padre empezó a trabajar a las nueve años; fue hasta quinto de escuela. Esos orígenes tenían que ver con la miseria y es un miedo que queda en los genes. Eso de que capaz que no tengo para comer o el miedo a estar de nuevo en la miseria. Conozco ese temor pero cada vez viene menos. A medida que avanzás en un camino hay cierta certificación. No se planifica un Teatro de Verano cuando se arranca pero ahora sí porque alguien hay del otro lado. La miseria me ha hecho también agradecer y valorar lo obvio. Mi viejo siempre decía este es el mejor café con leche porque no sabés qué va a pasar. ¡Un año me crié a café con leche y corned beef! Todo eso lo valoras.

—Empezó estudiando con Restuccia y Cerminara, y hoy está en televisión o con espectáculos como el del Teatro de Verano. Son cosas que en su momento podrían haber sido vistas como ceder.

—Mantengo lo de no transar o transar lo menos posible. En los cinco años que no hice televisión tuve propuestas. Pero vi que iba a transar felicidad. Si no hubiese hecho esa escuela no sería este actor o no pasaba nada conmigo. Cuando ibas a entrar en esa escuela te decían que eran unos degenerados, que no ibas a aguantar. Eran los gitanos del teatro. Yo me puse Gustaf por un monólogo que se llamó El cine de la locura, que hacía todo con frascos, un monólogo en el piso para mis compañeros. Le dije Alberto (Restuccia) voy a hacer un monólogo capaz, que no cae bien y el me dijo que le diera para adelante. No sé si soy alguien culto, pero lo poco que soy se lo debo a que aprendí ahí que el artista tiene que ser un detective. Y también esa cosa de que tampoco te importe qué es lo que pueda funcionar.

—¿Y dónde cree que se mantiene la ética de aquel muchacho?

—Capaz que en la irreverencia: nunca hago reverencias a nadie.

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