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Pablo Atchugarry: "Hay que ir a buscar la belleza"

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En cada pedazo de mármol, en cada pedazo de madera, hay vida que respetar. Foto. R. Figueredo
Nota a Pablo Atchugarry, escultor uruguayo, 20140120, foto Ricardo Figueredo, Maldonado
Archivo El País

La barba blanca, tupida. Los ojos brillosos. Y una sonrisa que nunca se desdibuja de su rostro. Pedro Atchugarry se tomó todo un día de descanso —mucho para él— para sentirse un poco más cerca de su tierra.

Salió temprano desde la ciudad de Lecco —donde vive todo el año, menos en el verano, cuando vuelve a Uruguay, a Punta del Este, a la Fundación que lleva su nombre—, para trasladarse a Milán, donde se celebra la Expo 2015. Allí, sostiene alguien que trabaja en el pabellón uruguayo, se suele sentar en una mesa a recibir a quien quiera charlar con él: "Periodistas, curiosos, admiradores; habla con todos".

En el jardín del pabellón, a pasos de la puerta de entrada, muchos visitantes se quedan detenidos observando "La vida después de la vida", una obra realizada sobre el tronco de un viejo olivo, que prestó para la Expo, y que cuando esta termine en el mes de octubre será trasladada a una Fundación de la ciudad de Boston, en Estados Unidos.

Los trabajos de Atchugarry están valuados en cientos de miles de dólares; algunos llegan a pasar el millón. Él, sin embargo, conserva la modestia. "Es un honor poder poner un granito de arena a lo que es la presencia de Uruguay en la Expo 2015", sostiene.

—¿Cuánto tiempo le lleva hacer una obra como esta que está frente al pabellón uruguayo?

—Es un trabajo que se divide en diferentes etapas. Con esta obra fue una casualidad increíble. Hace cinco o seis años que había visto este olivo, que tiene alrededor de 800 años, en el sur de Italia, en Puglia. El destino era que lo quemaran, que lo cortaran como madera para el fuego. Fue un encuentro muy fuerte. Por suerte logré traérmelo a mi taller. Después, al tiempo, lo empecé a trabajar. Una obra así lleva entre cinco y seis meses. Al final tuve que acelerar un poco los tiempos para que llegara a la Expo.

—¿Cuánto hay de trabajo previo, antes de enfrentarse a la madera, y cuánto es improvisación?

—En este caso se trata de un olivo. Una planta que siendo cada vez más antigua, más se va ahuecando en su interior. Estas cosas, que uno no puede prever, son las que hacen que el trabajo se tenga que ir completando, resolviendo, a medida que se hace. Una cosa es el proyecto de la obra y otra el trabajo efectivo. Se va cambiando. De repente el material en una parte está podrido y hay que sacarlo. También pasa que en el proceso aparecen nuevas ideas.

—Tanto este tipo de maderas, como el mármol de Carrara, que usted también trabaja, son materiales caros. Y en este tipo de esculturas, cuando una parte se saca, ya no se puede volver atrás. ¿Cuánto tiempo le lleva tomar cada decisión?

—Hay dos tipos de esculturas: una en la que se agregan cosas, y otras en las que se quitan. Las mías son de quitar. Cuando uno se enfrenta a la realización de una escultura en madera, mármol o piedra, carga con el peso de que cada pedacito que está quitando se elimina para siempre. Cada paso es una gran responsabilidad. Por eso uno se tiene que parar ante la obra, pensar, pensar mucho, y recién ahí quitar. Se tiene que actuar con firmeza.

—¿Y nunca se arrepiente?

—Sí, claro. Algunas obras las he abandonado, porque de repente ya tenían un defecto que comprometía mucho el equilibro del trabajo. Pero trato de salvarlas siempre, aunque tengan un defecto, aunque tengan alguna rajadura. Para mí hay vida ahí adentro. En cada pedazo de mármol, en cada pedazo de piedra o madera, hay vida. Y la vida hay que respetarla.

—¿Cuál es su régimen de trabajo?

—Empiezo a las siete de la mañana y termino a las ocho de la noche. En el medio me tomo una hora de descaso. O sea que trabajo 12 horas. Sábados y domingos también. Todos los días del año.

—¿Trabaja solo?

—No, desde hace un tiempo tengo tres asistentes uruguayos, con los que me siento muy cómodo. Ellos vinieron para Italia. Pero igual cada una de las obras que hago pasa por mis manos. Esa es la diferencia con otros artistas, que hacen un proyecto y otro lo ejecuta. Yo ejecuto mis propias obras. Los asistentes sí son muy importantes para todo lo que son terminaciones, para el lijado. Ellos hacen el mismo horario que yo. Nos transformamos en un buen equipo. También viajamos juntos a hacer muestras por el mundo. Recientemente llegamos de Bélgica, donde colocamos un Vía Crucis que son 14 altorrelieves de 500 kilos cada uno.

—Un artista como usted, que es tan cotizado, ¿cómo hace para enfrentarse a un nuevo trabajo sin caer en la rutina, sin hacer que esto se vuelva un negocio? ¿Cómo se supera a sí mismo?

—Ahí es cuando lo más importante es ser honesto con uno mismo, intelectual y sentimentalmente. No hay que perder la perspectiva de que lo que uno está haciendo va a quedar para la eternidad, o por lo menos para varias generaciones. No hay que escatimar esfuerzos y sacar de adentro lo mejor posible. Entender que cada vez que uno empieza una obra es un nuevo desafío, y que lo que está en el pasado ya no cuenta más.

—¿Qué es para usted el arte?

—Es como ir a tocar un mensaje. El artista es una antena que va captando ondas en el aire, ondas que están en el espacio, y lo que él hace es concretizarlas en una obra, que luego sirve como plataforma, como despegue de vuelo para las nuevas generaciones.

—¿Cómo se lleva con los nuevos conceptos de arte?

—El arte en cada momento del ser humano, de la historia, ha tenido manifestaciones diferentes, pero de todos modos creo que el corazón de la obra, lo que palpita, tiene que ser todavía la belleza. Tiene que estar dentro de esas reglas. A veces, en las últimas décadas, eso no ha pasado. La gran provocación de Marcel Duchamp, que tomó un urinario, lo dio vuelta, lo firmó y lo convirtió así en una obra de arte, ya tiene casi 100 años. Desde ahí creo que se ha abierto un gran espectro, mucha libertad; sin embargo, yo sigo creyendo que en el fondo lo que hay que ir a buscar es la belleza.

Una cara de Uruguay para el mundo

La Expo Milán 2015 abrió sus puertas en abril y cerrará en octubre. Allí decenas de países exponen soluciones locales a una problemática global, y en esta oportunidad la consigna fue: "Alimentar el planeta, energía para la vida". Uruguay aprovechó el evento para vender sus carnes, resaltando la trazabilidad del ganado en el país. Por allí ya pasaron 200.000 visitantes y 400 comen por día los cortes nacionales en su parrillada.

El 25 de agosto, bajo el lema "La vida crece en Uruguay", se festejó allí el día de la Independencia, con la presencia de la ministra de Turismo, Liliam Kechichian, una cuerda de tambores de la comparsa C1080, y los músicos Jorge Drexler y Luciano Supervielle. Frente al pabellón uruguayo está la obra de Pablo Atchugarry, "La vida después de la vida".

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En cada pedazo de mármol, en cada pedazo de madera, hay vida que respetar. Foto. R. Figueredo

Una charla en la Expo Milán con el escultor uruguayo más cotizadoCARLOS TAPIA / EN MILÁN

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