Crítica

La banda volvió a su formato eléctrico, y demostró que está en un momento inmejorable

Belén Fourment

Diego Tuñon insistió en entrevista con El País en que Babasónicos estaba en un “supermomento”, y tenía razón: quedó claro el jueves, cuando esta versión de Adrián Dárgelos que es como un Jesucristo superstar (pelo y barba largos, pantalones de cuero, camisa larga y chaleco) apareció en escena, en una Trastienda repleta. Porque Babasónicos es una banda enorme, y los dos años que le dedicó a Impuesto y Repuesto de fe la elevó, para dejarla flotando en otro nivel.

En formato eléctrico, Babasónicos fue muchas bandas en una, manejando las dinámicas con una habilidad que poco se ve en el rock latino. Derrochó sensualidad y provocación, una causa en la que los siete músicos se comprometieron por igual, a través de un setlist que fue un viaje en el tiempo y también un viaje emocional.

Estuvo el electrorock denso y sucio de “Suturno”, la furia casi punk de “Pendejo”, esa cosa más intimista y acústica que aparece en temas como “Curtis” (qué nostalgia), y hasta la más pura electrónica con “Monga nunca”, del EP lanzado el año pasado, BBS Vol. 1, disponible en YouTube.

Babasónicos se dio el lujo de hacer éxitos y rarezas (según Dárgelos, fue la primera vez que hicieron “Fan de Scorpions” en Uruguay) dejando de lado varios éxitos. Porque han construido una obra tan amplia y tan rica, que a esta altura no los necesitan.