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Patricia Sosa con El País: "Me considero una rocker que canta lo que se le da la gana"

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Patricia Sosa. Foto: Difusión.

ENTREVISTA

Antes de los shows que presentará el viernes 7 y el sábado 8 de octubre en el Teatro Movie, la cantante argentina dialogó con El País para repasar su carrera

Patricia Sosa estuvo hace muy poco en Montevideo. Pero no para cantar; fue para actuar en Perdida mente, la obra que protagoniza junto a Leonor Benedetto, Karina K, Julieta Ortega y Ana María Picchio. Agotó funciones en el Teatro Movie, donde volverá el viernes 7 y sábado 8 para interpretar sus clásicos y estrenar canciones. “Con la banda estamos muy entusiasmados porque hace tiempo que no estamos por allá”, le comenta a El País. “Vamos a hacer un concierto muy completo y contundente”, promete.

Por supuesto, habrá espacio para temas obligatorios como “Aprender a volar”, “Endúlzame los oídos” y “Luz de mi vida”, pero el repertorio se basará en un concepto. “Siempre me gusta dejar un mensaje y voy a apostar para que las canciones generen una cofradía de buenas intenciones”, asegura.

—“Mundo sin violencia” y “Bendición para la sanación de la humanidad”, dos de tus últimos lanzamientos, son un buen ejemplo de la intención de esta visita. ¿La búsqueda de la unidad, el optimismo y la empatía es lo que mejor te define?

—Yo creo que sí. Vos sabés que yo soy meditadora desde el ‘96 y en estos años profundicé mucho en el cambio interior. Creo que es lo único que sirve porque si alguien viene a decirte que tenés que ser menos violento, es medio difícil generar un cambio. En vez de hablar de paz hay que ser paz, y creo que esa es la misión de mi música: tiene que estar muy emparentada con las buenas cosas. A lo mejor esas ganas de cuidar al otro es algo muy de madre, pero yo quiero cuidar a la gente, ser empática y sonreírles. Cuando veo a artistas que se esconden para que no los saluden, siempre digo: “¿Por qué no se dedicaron a otra cosa donde el anonimato los haga felices?”. Yo hago música y, gracias a Dios, empatizo con la gente.

"Mundo sin violencia" - Patricia Sosa

—¿Qué te brinda el encuentro con el público?

—Es hermoso, y a veces me emociono con las cosas que me dicen. Lo único que recibo de la gente es amor y es muy raro que alguien me diga algo feo, incluso por las redes sociales. Por eso, lo único que puedo hacer es devolverles ese amor. Sé que tengo un don, que es el canto y que me fue otorgado; no es mío, yo solo soy una guardiana. Por eso, cuando empiezo a cantar siento que me desmaterializo y empiezo a escuchar; sé que mi voz es como un masaje para toda la gente y es una grata compañía que les da un rato de diversión y de reflexión. Pero sé que yo soy solo audio, el resto es un vestido.

—Me interesa hablar sobre la versatilidad de tu obra. Pasaste por el rock pesado de La Torre, grabaste varios discos de folklore, uno con Chucho Valdés y hasta cantaste con María Becerra. ¿De dónde surge esa postura?

—Yo me considero una rocker que canta lo que se le da la gana, ¿viste? No me puedo sacar mis raíces rockeras ni quiero hacerlo, pero en mis canciones también hay mucho de las influencias de la vida. Todavía me acuerdo de la vez que me encontré a Ariel Ramírez en la calle. Él era mi ídolo porque cantaba sus canciones en un coro folclórico del colegio, y cuando lo paré y le dije que me gustaría cantar una canción suya, lo primero que hizo fue preguntarme dónde había nacido. Cuando le dije que era de Capital Federal, me respondió que no podía porque no había nacido en el interior. Me quedé parada en medio de la calle sin entender lo que me había dicho, pero esa misma noche le mandé un demo de “Alfonsina y el Mar” y “Volveré siempre a San Juan”, y al final me contrató durante dos años. Es importante atreverse a hacer las cosas y salir de la zona de confort.

—Ya que hablamos de “atreverse a hacer las cosas”, ¿cómo surgió Once: concierto para dos, tu álbum junto a Chucho Valdés?

—Yo siempre digo que “El titiritero mayor”, que es como le digo a Dios, tiene planes muy hermosos para mí. Lo de Chucho Valdés fue así: un día estaba en mi casa y recibí su llamado. ¡Me caí sentada en la cama! Pero, ¿cómo pasó? Resulta que el tipo había ido a tocar al Teatro Colón y antes de irse de Buenos Aires se le manchó la camisa. Como él siempre está impecable y le faltaban unas horas para embarcar, se fue a un shopping para comprarse una nueva camisa. Justo en el negocio estaba sonando un disco mío que tenía la canción “Por él”. Se quedó escuchando, preguntó mi nombre y en el Musimundo del shopping se compró mis discos. Cuando llegó a Los Ángeles lo recibió la misma persona que me llevaba cada vez que iba a grabar allá, y como era argentino, Chucho le pidió si le podía conseguir el contacto de su compatriota. Como ya me conocía se lo dio y me llamó en ese mismo momento. Casi me descompongo cuando escuché su voz...

—¡Qué buena historia!

—¡Fue increíble! (se ríe) De ahí hicimos una gran amistad y estuvimos dos años hablando por teléfono e incluso me mandaba temas que Pablo Milanés le había compuesto. En un momento me dijo: “¿En qué lugar del mundo querés grabar un disco?”. Yo quería hacerlo en Argentina, pero como él no venía hasta dentro de un año y medio, me propuso hacerlo en Málaga, que iba a estar un mes allá. Estuve todo un mes viviendo en su casa y fue buenísimo porque sonaba el teléfono y le gritaban cosas como: “Chucho, ¡te llama Chick Corea!” y “Chucho, ¡está Pat Metheny!” En un momento le dije: “Me dejás ser tu telefonista por un rato? Los quiero atender a todos” (se ríe). Fue una experiencia increíble. Después tocamos en Cuba, Miami y otros lugares.

—¿Qué otra historia, así de inesperada, recordás con cariño?

—Tengo un montón, por eso te decía que el titiritero tiene planes maravillosos para mí. Un día me llamó Facundo Ramírez, el hijo de Ariel, y me dice que se iban a cumplir 50 años de La Misa Criolla y que quería hacer un homenaje. Empezamos a ensayar y a mandar mails a todas las fiestas provinciales: la del asado con cuero, la de la frutilla, del poncho y otras más. En ese momento alguien nos propuso que mandemos un mail al Vaticano; nos parecía raro, pero nos animamos. Al final, fueron los primeros en responder y el 12 de diciembre de 2014 hicimos el primer recital de la historia dentro de la Basílica de San Pietro. Yo estaba nerviosa y antes de cantar un cura me dijo: “Mire que nos están mirando 800 millones de personas”; fue peor todavía. Se me secó la boca, me transpiraba la mano y me temblaba el plexo, pero, ¿sabés qué hice? Tomé una respiración profunda de meditación, me conecté con el altísimo y dije. “Dios mío, si me trajiste hasta aquí, asistime”. Vos sabés que cuando empecé a cantar al lado del Papa Francisco sentí la bocanada más grande de mi vida y me sentí absolutamente asistida. Tenía el cuerpo tembloroso, pero la voz salía perfecta. Entonces agradecí, como lo hago siempre.

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