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"Necesitamos la música como el aire"

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Alejandro Spuntone
Alejandro Spuntone.
Foto: Darwin Borrelli.

Hoy y mañanacon entradas agotadas Spuntone-Mendaro se presentan en el Teatro Solís.

Tiene nombre de tanguero, pero Alejandro Spuntone es uno de los grandes protagonistas del rock uruguayo. Fue parte importantísima de La Trampa, uno de los grandes fenómenos de la movida que le puso banda de sonido al Uruguay de la crisis de 2002. Con esa banda y con el pelo más largo consiguió ventas extraordinarias, recitales masivos, tantos clásicos ("Caída libre", "El poeta dice la verdad", "Mar de fondo", "Las décimas", "Luna de marzo", "Calavera", "Muerte serena") y hasta el derecho a una banda tributo —Toco y obligo—, toda una certificación de cariño y respeto poco usual en el rock uruguayo. Su música, una combinación de rock pesado y milonga, es un momento importante en la historia de la música uruguaya. La Trampa se separó en 2010, después de 20 años de carrera.

Hoy, Spuntone está en dos proyectos. Por un lado tiene una suerte de supergrupo con Víctor Nattero de Traidores, El resto de nosotros.

Pero, por ahora está concentrado en una instancia fundamental para su otro grupo, Spuntone-Mendaro, el dúo que comparte con el ex Hereford, Guzmán Mendaro, y que se presenta hoy y mañana en el Teatro Solís con entradas que, como lo anunciaron ayer en su cuenta de Twitter, están agotadas para las dos funciones.

Aunque no se puede comparar con el éxito de La Trampa, Spuntone-Mendaro confirman (y otra prueba son sus discos de oro) que son una de las bandas más convocantes del momento.

En el Solís presentarán El refugio, el segundo disco del dúo en el que vuelve a repasar en formato amable y acústico, algunas canciones clásicas de la música uruguaya. Con sus proyectos musicales, Spuntone siempre ha conseguido ser popular, aunque él mantenga siempre su perfil bajo. De eso también habló con El País.

—Tenés una carrera larga. ¿Seguís disfrutando de cantar?

—Me encanta. Lo hago desde que armé mi primera banda, hace 25 años. Siempre tuve la expectativa de tener una banda, que me fuera bien, y ahí llegó La Trampa. Pero, bueno, llegó un momento en que eso se terminó y quedé medio... ¿ahora qué? Fue ahí que me di cuenta que lo que me hacía falta era cantar.

—Y ahí apareció Mendaro...

—Era algo para hacer esporádicamente, mientras uno trataba de reconstruirse en una banda propia porque tenía necesidad de tener un grupo y hacer música. Con Guzmán pegamos onda porque los dos teníamos la misma expectativa: hacer música. La necesitamos como el aire.

—Volvamos un poco atrás. ¿Cuándo descubriste el rock?

—Tendría 10 años. En mi casa mi padre escuchaba folclore y mi madre cosas más de la radio. Y un vecino me prestó el Back in Black de AC/DC, en el 82, e hizo un click en mi gusto musical. Y mi primera experiencia directa fue a través de un amigo que se compró una guitarra eléctrica y nos juntábamos en su cuarto a sacar canciones de Ramones. Ahí nació el bichito de hacer una banda.

—¿Y cuál fue la primera banda?

—Se llamaba En blanco. Tenía canciones de Ramones y algunas cosas nuestras medio punks, pero básicamente era una banda de tipos que se morían por tocar. El primer show que dimos fue en el Club de Pesca Independiente, frente al zoológico, la fiesta de fin de año de un club del barrio.

—¿Ese fue tu debut artístico?

—Con un susto bárbaro, sí.

—¿Eso en qué año?

—1989.

—Era más difícil para el rock, por entonces. Había pocos lugares, instrumentos...

—Había una sola sala de ensayo, y sí, no había instrumentos en la vuelta. Teníamos un guitarrista brasileño que tocaba con la guitarra prestada del Topo (Gustavo Antuña, de Buenos Muchachos).

—Una Fender, un Marshall, eran utopías.

—La primera guitarra que tenía este amigo era una Caiola Mobel marrón. No tenía equipo y salía por un pedal ultrametal que amplificaba a través del radiograbador. Empecé tocando la batería, no cantaba. Y tuve una banda heavy metal, Zener.

—Y fue ahí que conociste a La Trampa.

—Compartíamos sala de ensayo. Empecé con ellos en 1993.

—¿Cómo te pegó el éxito tan grande de La Trampa?

—Fue tan paulatino todo. Yo entré en 1993 y a la banda, aunque tenía un público under, realmente le empieza a ir bien en 2002.

—¿Por qué eso?

—En toda crisis la cultura florece. Nosotros teníamos ese disco, Caída libre, que arrancaba con un avión que se iba, y la gente se identificó con las letras. Éramos los que nos quedábamos acá.

—¿Qué aportaba cada uno en La Trampa?

Garo (Arakelián) hacía las canciones, pero se arreglaban entre nosotros. Todos veníamos de una matriz similar pero de gustos muy diferentes. Conocí mucho de música uruguaya gracias a La Trampa: antes era un ignorante. Y yo capaz que aporté una manera de cantar más cercana al heavy metal.

—¿Cuál fue su mayor audiencia?

—Y en el Pilsen Rock tocamos para 150.000.

—¿Qué se siente estar ahí?

—Perdía la noción de la cantidad, aunque la vibración que te daba eso era imponente.

—¿Y cómo fue separarse?

—Fue natural. Lo habíamos hablado. Se habían ido Alvin (Pintos, batería) y Carlitos (Ráfols, bajo), había gente nueva divina pero con una concepción diferente. La banda, más allá del éxito, siempre estaba moviéndose, buscando cosas nuevas.

—Siempre tuvieron perfil bajo.

—Se dio algo raro: en un momento éramos como la banda más importante del Uruguay y nosotros ni nos dábamos cuenta. No lo podíamos creer.

—¿Hiciste dinero?

—En su momento fui un tipo feliz cuando pude vivir de la música durante cuatro años. Ahora con Guzmán nos va muy bien, pero mi principal ingreso no es la música.

—¿Tanto Garo como vos arrastraron público de La Trampa a sus proyectos?

—Hay muchos seguidores de La Trampa y de Hereford por Guzmán. Y se ha sumado público que quizás ni siquiera era del rock. Se abrió la cancha.

—¿Es lo que hay detrás del éxito de Spuntone-Mendaro?

—Hacemos canciones que, si bien son viejas, muchas no eran muy conocidas. Muchos van a buscar al artista original y hay pibes de 20 años que nos dicen: "qué bueno estaba Zero". Ese es un poco el secreto.

—¿Cuánta vida puede tener este tipo de formato?

—Con Mendaro queremos seguir acá porque nos hace bien. Estamos en un lugar muy libre donde podemos hacer canciones que nos gustan, y se nos abre la expectativa de ver a dónde vamos. En el último tema del disco agregamos percusión y guitarra eléctrica, que quizás sea para donde vayamos en un próximo disco.

—Es una buena fórmula: buenas canciones, bien interpretadas, en un formato amable.

—Y se genera una empatía con el público. Nuestros shows son distendidos, intentamos sacarle dramatismo a la música, sacarle esa solemnidad con la que el músico suele dotar a su música.

—Todo parece haberte pasado como sin querer.

—Para mí ahí radica la historia de esto. Yo hago las cosas que quiero sin esperar nada a cambio. Si mañana no hubiera dos Solís, yo seguiría cantando con alguien en algún lado. Lo que viene atrás de eso, yo qué sé.

Un show que siempre es cálido y entretenido.

"Esto del Solís, es un hito en mi carrera, como fueron los tres Teatros de Verano con La Trampa", dice Spuntone pensando en estos shows de hoy y mañana con entradas agotadas. Adelanta que harán todo El refugio, alguna de Estado natural y otros temas no grabados.

Julio Cobelli, Soledad Moreira, Alejandro Ferradás y el Cobe Acosta, entre otros, serán los invitados de una noche que tendrá más instrumentación, "porque un Solís lo amerita". El espíritu lúdico, avisa por si acaso el cantante, igual no va a faltar.

Eso, el chiste recurrente y afectuoso, es uno de los valores agregados de los cálidos conciertos que da este dúo, en los que siempre hay una suerte de buena energía. Las versiones despojadas y sentimentales que hacen Spuntone y Mendaro llevan al público a conectarse con otro lado de la canción en cuestión, y a sentirse en un ambiente cómodo.

Se pasa bien en un show de esta dupla que además, con versiones que suelen remitir a un fogón (en el Solís quizá todo sea más formal), convida todo el tiempo a cantar.

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"Estamos en un espacio muy libre y hacemos canciones que nos gustan", dijo. Foto: D. Borrelli.

ALEJANDRO SPUNTONE

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