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Natalia Oreiro: "Lo que me sucede hasta el día de hoy con Rusia sucede porque es sincero"

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Natalia Oreiro

Entrevista

La artista uruguaya habla de "Nasha Natasha", el documental de Martín Sastre que muestra su vínculo con Rusia y de qué hizo cuando la estafaron en una gira

Natalia Oreiro
Natalia Oreiro en "Nasha Natasha"

"Nuestra Natalia”, le dice el público ruso a Natalia Oreiro, y así, con solo dos palabras, definen el vínculo que entablaron con la cantante y actriz uruguaya. Por un lado, es una expresión que marca un sentido de pertenencia y, por el otro, alude a Natasha, un nombre muy común en su cultura. El rostro de Oreiro apareció en sus pantallas por primera vez con la novela Ricos y famosos, pero nada se compara con lo que generó Milagros Esposito, “la Cholito”, ese entrañable papel de Muñeca brava que marcó a fuego a sus seguidores de Europa del Este. El personaje fue parte de su infancia y, al mismo tiempo, les hizo ver que era posible encontrar en una figura femenina de ficción esa mezcla de vulnerabilidad y fortaleza. Milagros iba de frente, pero también cargaba con el peso de la pérdida. Milagros podía ser una amiga más de tu grupo. Milagros era una mujer natural. Como Natalia.

Si bien eso no termina de explicar el profundo lazo que une a Oreiro con Rusia, sí es lo primero que se desprende de Nasha Natasha, el documental de Martín Sastre—con quien la actriz había colaborado hace una década en el largometraje de Miss Tacuarembó— que se filmó (en parte) en 2014, cuando el cineasta registró la ambiciosa gira que emprendió ese año la artista a lo largo y a lo ancho de Rusia, durante 40 días, en avión, ómnibus y en el famoso Transiberiano.

Nasha Natasha, que se estrenó el jueves en Netflix, no solo abarca ese importante hito en la vida de Oreiro (a quien vemos cómo se prepara cuidadosamente para cada show, desde el setlist hasta el vestuario; rodeada de sus fans aceptando sus regalos en plena euforia, y triste en su habitación de hotel extrañando a su marido Ricardo Mollo, y a su hijo Atahualpa), sino que también nos transporta a su infancia de la cantante uruguaya.

—¿Te cuesta explicar tu vínculo con Rusia?

—Sí, me cuesta porque no es algo tangible. Sí lo es cuando abrazo a la gente y siento esa conexión, pero es difícil explicarle a alguien eso que nunca vio, eso que sucede. Martín (Sastre) logró capturar una esencia que sucede ahí de algo como muy real. Si bien yo era consciente por mi profesión de actriz que tenía una cámara que me estaba siguiendo, estábamos muy cansados, fue maratónico, tocábamos, nos subíamos a un avión, llegábamos a Siberia y nos encontrábamos con 30 grados bajo cero. Por eso también una parte del documental muestra cómo yo tenía a Atahualpa muy chico, de dos años, todavía estaba tomando la teta. Él estuvo en el comienzo de la gira y en el final, porque en toda la parte de Siberia, más profunda y fría, no lo podía llevar. Eso para mí era muy difícil, porque el tema de la lactancia es muy fuerte, igual tiene un súper papá que me acompañó, me apoyó e hizo que eso fuera posible. Cuando regresamos, Martín me propone hacer un documental para que lo vea la gente y ahí dudé.

—¿Por qué las dudas?

—Porque yo nunca mostré cosas de mi historia personal que el documental también tiene, sumado a lo profesional.

—Sí, hablan tus padres de cómo fue tu niñez, y eso a su vez está ligado a lo que generás en la gente en Rusia que te sigue desde que eran chicos; ¿hubo una intención de mostrar eso también?

—No, eso fue surgiendo. Cuando me preguntaban sobre por qué el fenómeno en Rusia decía que no sabía, o me iba a los extremos pensando que quizá en otra vida fui rusa. Además físicamente tengo un parecido, la primera vez que fui a Rusia en el 2001 me vi muy parecida a las mujeres de allí, incluso mi nombre es muy común allá. Con Muñeca brava sucedió algo social, en un momento en donde los chicos se quedaban al cuidado de sus abuelos porque los padres tenían que salir a trabajar, y ahí había una mezcla muy particular de gente muy chica y gente muy grande. Para los niños y las niñas, Milagros era un personaje muy rupturista, empoderado, que salía a dar batalla. El ruso está acostumbrado a eso, a dar pelea, son resilientes. Las heroínas de teleteatro, hasta ese momento, eran más frágiles o bien femeninas, como que no contestaban. El personaje que hice yo sí, y se identificaron con eso, porque no lo habían visto, pero después esas personas fueron creciendo, fueron teniendo hijos.

—Claro, lo más interesante es que el vínculo perduró en el tiempo.

—Por eso hablo de que es un vínculo sentimental, porque nunca dejé de viajar, ni de hacer cosas allá, de vincularme con ellos, viajé a muchas ciudades muchas veces, a lugares donde no había espacio para tocar y tocábamos en circos. En esa gira del documental, a mí me estafó el productor, no me pagó. En la mitad de la gira, mi manager me preguntó qué ibamos a hacer, y yo le dije que había que seguir, me hice cargo del staff pero nunca pude cobrar eso, lo di por perdido. No podía trasladar al público la estafa de la que fui víctima, porque había gente que viajaba de pueblitos con flores, dibujos.

—El regalo allí simboliza una conexión muy fuerte con la otra persona, ¿cómo se siente eso?

—Sí, ellos sienten que te dan un pedazo de ellos, y que ahora te queda a vos. Es muy emocionante.

—¿Dónde guardás los regalos?

—Tengo un cuarto ruso en mi casa, y en distintos lugares hay mamushkas, balalaikas, colchas, manteles, cosas artesanales, guardo todo con mucho amor. Mi casa es muy folk en ese sentido. Tienen una tradición de dibujo, pintan muy bien, y me han regalado cuadros. Cada vez que viajo vuelvo con tres valijas más de las que llevo (risas). Cuando Ata viajaba, intentaba ser muy cuidadosa con lo que le daba, y que lo que le daba tuviera cierto valor y lo disfrutara, pero cuando llegó allá miraba cómo diciendo “¿esto qué es?”, porque además había cosas que me regalaban que tenían su cara y yo tenía la dicotomía de qué hacer con eso, hasta que dije: “Bueno, es amor, y el amor si es mucho no puede ser malo”.

—Lo aceptaste...

—Es que es muy genuino todo. Lo que sucede hasta el día de hoy sucede porque es sincero.. Por eso cuando me preguntan cómo son los rusos, digo que son muy cálidos, porque se tiene un prejuicio por el clima, pero son muy cariñosos. Eso de amor recíproco fue creciendo con el tiempo, porque dejé de ser “la de Muñeca brava” y pasé a ser Natalia.

—En el documental mostrás los momentos en los que te bajás del escenario y estás en el hotel sin tu hijo y tu pareja, ¿dudaste de que se registre algo tan íntimo?

—Martín fue tomando esos momentos genuinos, pero lo que documentaba no pensaba estrenarlo, era algo para cuando yo fuera grande, para que mis nietos vieran lo que pasaba en Rusia. Nunca tuve la conciencia certera de que se iba a estrenar, era imposible pensarlo, y si lo hubiese pensado, creo que no lo hubiera hecho. Nunca sentí que podía interesar, o que podía exponerme desde ese lugar. Hay una parte donde muestro el nacimiento de mi hijo. A mí me cuesta verlo, pero dije “bueno, soltar”. Pero esos momentos que mencionás sí, fueron difíciles, le pasa a mucha gente que tiene esa vocación. En el escenario recibís toda ese energía, pero cuando llegás a la habitación pensás “estoy re sola”. Ata viaja siempre conmigo, le encanta, pero en ese momento era impensado. No podía. Me angustiaba mucho el no poder verlo, y Ricardo manejó muy bien eso.

—¿En qué está el trámite de la ciudadanía rusa?

—Eso surgió en el último viaje. Existe el trámite, pero para mí es simbólico porque yo no me voy a ir a a vivir a Rusia, es más que evidente, tengo a mi familia acá y a mi trabajo, pero es importante por el sentido de pertenecer, sería algo bello. Ellos le dan mucha importancia a los símbolos.

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