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"A lo mejor somos un país enorme"

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Homero Francesch. Foto: Francisco Flores

Es uno de esos talentos que Uruguay ha dado al mundo y, de algún modo, se ha desentendido de él. De hecho, el pianista Homero Francesch estuvo décadas sin tocar en su país.

Ahora esa deuda con el público local se empezó a cobrar, y prueba de eso fue el concierto que el pasado martes dio en la sala principal del Teatro Solís, cuando recorrió desde el teclado la difícil pieza de Bach, Variaciones Goldberg. “Sentí que había un silencio casi religioso en ese concierto”, comentó a El País el pianista de mayor carrera internacional que ha dado Uruguay. “Lo próximo en Montevideo es cerrando el ciclo del Sodre, con Brahms, el 25 de noviembre”, adelanta el músico.

—Usted ahora empieza a venir con más frecuencia pero estuvo mucho tiempo sin tocar en su país. ¿Por qué?

—Estuve muchísimo tiempo sin tocar en Uruguay, es cierto. Yo no se lo puedo contestar porque yo no fui la persona responsable de eso. Han habido otras personas que eran las que decidían eso: para usted ir a tocar a un país, aunque sea el suyo propio, tiene que ser invitado. Y yo no fui invitado durante decenas de años. Ahora empiezo a venir, y se trata de compaginar dos agendas. Y la diferencia que hay entre Uruguay y muchos países de Europa, es que allá las cosas se organizan con mucha anterioridad. Acá se hacen las cosas mucho más sobre la fecha.

¿Cómo encontró los pianos de las salas de conciertos acá?

—Bueno, hay dos pianos principales que son de muy buena calidad. Los otros pianos no están en buen estado. Hay dos pianos en Montevideo que están en buen estado, en los que yo tocaría un concierto. En ninguno de los demás yo tocaría ni la mitad de un recital. Hay bastantes pianos que habría que refrescarlos. Y hay gente que podría venir al Uruguay a hacer ese trabajo, pero no se hace.

—¿Cuál de los compositores uruguayos es el que más le gusta tocar?

—Hace muchos años que no toco a los compositores uruguayos, no por falta de afecto hacia esa obra, sino porque no se ha dado, en los lugares que yo he tocado, difundir música uruguaya. En Europa es difícil, tiene que haber una relación con alguna asociación latinoamericana. Los tocaba antes, pero hace tiempo que no los toco. Ser un compositor en un país como el nuestro es ser un héroe. Porque en general reciben un pedido para estrenar una obra muy, muy de vez en cuando. Los medios son escasos para algo así. No se fomenta tanto esa música nacional: cuando se fomenta la música nacional es otro tipo de música. Los organizadores tienen otros intereses, que tienen que ver con la música típica, la criolla, el candombe, la música carnavalera. Esa es la música que se fomenta con ahínco.

—Usted tocó con Leonard Bernstein, ¿cómo lo recuerda?

—Fue una de las cosas más importantes de mi vida. Una persona con un carisma inagotable. Y no solo lo que fue la preparación de los conciertos, y la grabación de disco y video. Porque él armaba proyectos que incluían todo, hasta televisión. Lo que la gente quizá no sepa tanto de Bernstein es que era un erudito, de una cultura musical avasallante. Una vez, estábamos grabando un concierto de Beethoven, y en una pausa de una hora, empezaba a hablar de Mahler, y me daba una verdadera lección. Y cuando llamaban para reanudar la grabación, yo estaba exhausto de esa avalancha de sabiduría.

—¿Hay algo de nacimiento en eso de tener buen oído?

—Es un atributo que uno recibe, es como ser bello o no. Pero si no se tiene, hay muchas maneras de practicar, de estudiar reconocimiento de tonalidades. Se puede ejercitar ese oído hasta hacerlo lo más profesional posible. Yo tuve una suerte bárbara, de tener eso que se llama oído absoluto. Pero lo más importante es tratar de conservarlo, porque se va perdiendo con los años. El poder de recepción no va siendo tan exacto como fue en la juventud: por ejemplo, los agudos cambian muchísimo. Se puede sentir una cosa más baja o más alta, según el estado que uno tiene de salud. Pero por suerte, todavía me funcionan.

—¿Cómo ve el Uruguay de hoy en relación con aquel de los años 60, el de su juventud?

—No soy de los que dicen que todo lo de su juventud era mejor. Eso es una cosa propia de señores maduros. Hay cosas que son mejores ahora. La sensibilidad social es muchísimo mejor ahora que antes. Muchísimo más. No se puede comparar. No solamente desde el individuo, sino también de la administración. Hoy hay una sensibilidad social que no existía. Ahora,si está bien encauzada, o si se puede mejorar, es otra cosa. Eso cada ciudadano lo deberá pensar.

—Usted durante 33 años enseñó música en la Alta Escuela de Zúrich. ¿Cómo es su vínculo con la sociedad suiza?

—Me siento muy unido a la sociedad suiza, es un poco mi segunda patria. En sus llanuras y en sus alturas, Suiza es un país que mira mucho hacia arriba. Es chico, muchos más chico que el nuestro. Nosotros siempre decimos que Uruguay es chiquito. Pero cuando vive en Suiza ve un país mucho más chico, con más del doble de población que éste. Allá vive tanta gente en tan poco espacio, y nadie se siente que vive en un país chiquito. A lo mejor nosotros debemos empezar a pensar que somos grandes, para que nuestro horizonte también sea grande. Desde niño siento eso. Papá tenía una industria, chiquita, pero era industrial, y decía: "pero es que nosotros somos chiquitos". Pasaron 50 años, volví, y sigo escuchando que somos muy pocos. Y a lo mejor somos un país enorme, y no nos damos cuenta.

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Homero Francesch. Foto: Francisco Flores

HOMERO FRANCESCH

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