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Mandrake: Rockear al compás del tamboril

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"Si la gente no se da cuenta de que el candombe es el rock uruguayo, es problema de ellos".
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ANDRES FERNANDEZ/DIARIO EL PAIS

Echenle la culpa a Eduardo Mateo. Alberto Wolf atravesaba su temprana adolescencia (tenía 12 o 13 años) cuando escuchó el disco Musicación 4 y 1/2 (1971, de Mateo y El Kinto) y se dio de bruces contra el candombe, un ritmo que lo cautivó.

Poco le importó ser un "blanquito" al que miraban de costado cuando trataba de acercarse a los morenos de las comparsas barriales para escucharlos y admirarlos, porque lo que descubrió fue "alucinante". De aquella época, hace casi 40 años atrás, data la partida de "un viaje de ida", como hoy Mandrake define su relación con el género al que homenajeará entre viernes y sábado en la Sala Hugo Balzo, con banda completa.

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"El candombe es el rock del Uruguay", le afirma a El País, y se desliga de manera tajante de cualquier prejuicio estético. Él es tan rockero y tan candombero como Jaime Roos y Mateo, porque al final ambas formas de ser confluyen en una. "Que otra gente no se dé cuenta, es problema de ellos. Pero el candombe es como el rock: tiene raíces negras, marginalidad... Ahora ha crecido mucho, pero sigue siendo una cosa mágica y mística".

Esta manifestación, reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, se metió en las fibras de Mandrake y siempre estuvo apareciéndose a la fuerza en sus composiciones. Eso volvió a pasarle este año; trabajaba en un nuevo disco y surgieron los candombes. Se preguntó qué hacer con ellos y entendió que por primera vez estaba dispuesto a hacerlo avanzar. Así fue la gestación de "Los candombes". En el Auditorio del Sodre, Mandrake solamente ejecutará canciones de sus 30 años de trayectoria (incluso algunas nuevas) y otras que escribió para comparsas, pero que nunca cantó personalmente.

"He hecho de todo un poco; no es fácil la vida del fácil. Escribí para comparsas y para murgas, para parodistas todavía no. Pero me haré amigo del Pinocho", comenta en medio de una carcajada, antes de hablar "en serio" y con voz crítica sobre las diferencias abismales entre su concepción de candombe y la que se comercializa en el Concurso de Carnaval. "Yo voy a las llamadas de barrio, pero el desfile es muy for export", lamenta. Las maneras de involucrarse con ese espectáculo son desde un balcón, "como un capo", o entre la multitud, corriendo riesgos para los que él ya no está. Con esos mismos ojos ve a las presentaciones en el Teatro de Verano, que lo aburren. "Vienen con las plumas y se pierde la magia. Quieren hacer algo de Broadway, ¿para qué? En la parte de comparsas son divinos los ensayos. Vas al club, te comés un chorizo, te tomás unos vinos y es puro swing, las mujeres preciosas".

En su mundo no hay trajes fastuosos ni parafernalia, no hay palcos ni tacos altos. En el mundo de Alberto Wolf, el encanto del candombe depende sólo de los instrumentos. "Son tres cosas hablando: el chico habla de una cosa, el piano de otra y el repique de otra, y de repente te das cuenta que es una conversación. Son cosas de otro planeta que se juntan".

Ese fenómeno cuasi cósmico, le permite al género ser "eterno", y en los shows que brindará junto a Los Terapeutas pretende hacer un "humilde aporte" y reflejar la cantidad de posibilidades artísticas que nacen desde esos tres tambores, recorriendo una suerte de árbol genealógico de parientes rítmicos. Para eso se rodeará de la cuerda de tambores del Lobo Núñez, de la voz de Camila Sapin, de Gonzalo Brown en su versión rapera y Roberto Darvin, "la magia más grande" de estas dos noches.

"A mí el tango no me gusta, vamos a decir la verdad. Dicen que te toca cuando sos viejo y yo ya tengo 53 años. Pero nunca me saqué las muelas de juicio, así que capaz no envejecí del todo", bromea Mandrake, quien escucha mucha música y se define como "ávido". Más allá de su relación con el candombe, él es un rockero —según la acepción clásica del rock— empedernido.

Confiesa tener sus "dealers" que le proveen discos de blues o de música indie, pero también reconoce que le es moneda corriente encontrarse con repeticiones. Pone un ejemplo que es inapelable: si creció escuchando a The Beatles y The Who, ¿quién va a intentar imponerle el peso de Oasis? "Estos no le pueden atar los zapatos ni a John Lennon ni a Pete Townshend. Con todo respeto; están buenas las cancioncitas que hacen, pero es casi un refrito", critica.

Sí, es capaz de reconocer que no es tarea nada sencilla crear una obra completamente nueva, pero la clave está en saber "mezclar". Otro problema es, además, que en estos tiempos la originalidad "no paga mucho": lo comenta pensando en los formatos internacionales que son éxitos de rating hace muchos años como Operación Triunfo o en los actuales programas de imitaciones del tipo Yo soy o Yo me llamo. Mandrake nunca quiso ser como nadie, porque siempre tuvo sus propias ideas y sus propias músicas que escuchar y compartir.

De hecho, él se puede jactar de haberle presentado la obra de Bob Marley a Mateo, un referente al que envidia porque "le explotaron Los Beatles en la cara". Con Marley fue receptivo de inmediato; con Nirvana, aunque vivió su boom en simultáneo, tuvo una relación diferente. Lo primero que experimentó fue un profundo rechazo, porque vio al bajista Krist Novoselic tirando el instrumento y golpeándose la cabeza: "y eso ya lo había hecho hace 90 años Sid Vicious", exagera. La segunda oportunidad la tuvo con el MTV Unplugged, y ahí comprendió que había perdido demasiado tiempo.

En su órbita musical abundan artistas, estilos e instrumentos, pero el mismo placer que le dan las guitarras eléctricas se lo provocan las cuerdas de tambores, y eso no puede ni quiere negarlo. Acostumbrado a andar por las calles y los bares de la ciudad, a Alberto Wolf lo siguen haciendo vibrar las mismas cosas que hace 24 años, aquellas a las que le cantaba en uno de sus candombes propios favoritos, llamado "Candombe del no sé quién soy": "voy las calles tras los tambores/ Isla de Flores, sepan señores/ Yo vibro ahí sin saber quién soy".

La cotidianeidad de un "contador de historias".

"No es fácil la vida del fácil. Pero yo duermo bien, soy de la siestita; además la noche ya me mata. En una época era un animal, pero ahora tengo familia y estoy tranquilo", resume Mandrake, quien siempre tiene una agenda cargada que incluye presentaciones en formato solista en espacios pequeños, y otras en lugares más grandes y con la banda.

"Había una serie de Steven Spielberg que se llamaba Historias asombrosas, y el avance era un tipo en las cavernas contándole historias a otros. Yo me siento ese tipo, un contador de historias", asume. "Y con la banda es otra cosa; hay mucha compenetración. Es un trance y lo disfruto".

Además de su rol activo de músico, Alberto Wolf tiene un programa los domingos a la mañana (de 10:00 a 11:00) en la radio El Espectador, llamado Letra y música, en el que se habla justamente de libros y canciones. El espacio lo comparte con su amiga escritora Patricia Turnes, quien siempre le está presentando música nueva. La mañana de la entrevista con El País había estado tranquilo y se dedicó a escuchar, gentileza de Turnes, Dinosaur Jr., la banda que "inspiró" a Nirvana.

El programa, este show de candombes, el show conmemorativo de los 30 años de la publicación de su disco conjunto con El Cuarteto de Nos que realizó el año pasado y otras colaboraciones, son cosas que él tiene ganas de hacer. "No pienso en reinventarme porque no me siento un personaje. No soy David Bowie: soy un músico inquieto que trata de hacer todo lo que tiene ganas de hacer", aclara.

Cuando pasen las ajetreadas noches de "Los candombes", Wolf y sus Terapeutas volverán a concentrarse en el nuevo disco, el sucesor de Monstruo (Bizarro, 2012), un álbum "oscuro" que "increíblemente" tuvo buena repercusión en la crítica y en el público, lo que se reflejó en las ventas. Este nuevo trabajo discográfico seguirá la línea de su antecesor pero será "más luminoso, con un poquito más de sentido del humor".

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"Si la gente no se da cuenta de que el candombe es el rock uruguayo, es problema de ellos".

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