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Fernando Cabrera: "Me siento muy feliz con lo que he hecho y con lo que soy"

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Fernando Cabrera. Foto: Leonardo Mainè.

ENTREVISTA

A finales de diciembre, Fernando Cabrera lanzó "Simple", su nuevo disco. Sobre sus nuevas canciones, el músico habló con El País

El 29 de diciembre, Fernando Cabrera despidió el 2020 con el lanzamiento de Simple, su nuevo disco. Se trata del primer álbum de su discografía en el que se encargó de todos los instrumentos y es todo un acontecimiento. Son 10 canciones sumamente íntimas, e incluso varias de ellas están atravesadas por cambios de melodías que llevan a su trabajo a nuevos terrenos.

Desde su apartamento en Ciudad Vieja, Cabrera habló con El País sobre su nuevo material, que se consigue en disquerías.

Simple es el primer disco tuyo en el que te encargaste de todos los instrumentos. ¿Cómo surgió?

—Es una circunstancia que se dio de forma natural. No fue una propuesta. Simple puede significar dos cosas para mí: una especie de transición o el comienzo de una nueva etapa mía en cómo encarar una grabación. En todos mis discos desde El viento en la cara hay una o dos canciones en las que hice guitarras, percusión y coros. Esto es, simplemente, algo que hice toda mi vida, pero de manera completa. Disfruté mucho del proceso y por eso digo que tal vez pudiera ser el comienzo de un nuevo camino. Ya estoy pensando en el futuro, pero también me imagino canciones arregladas con banda y con orquestación.

—En estas canciones profundizás en la idea de que los silencios y los matices están repletos de significados. Ese es un camino que ya estaba presente en tus últimos discos y en tus presentaciones a guitarra y voz. ¿De dónde parte ese interés?

—Es fruto de tener una visión más orquestal y ordenada de la música. Tuve que comprender que el silencio y los matices forman parte de la música, y que tienen poderío y energía como el sonido. Se trata de trasladar a la canción al formato sencillo de un cantautor, y tratar de trasladar conceptos o desarrollos que son propios de una orquesta. Si vas a escuchar una orquesta sinfónica, vas a ver que los 80 músicos no tocan desde que empieza hasta que termina un concierto. A veces queda solo un oboe y otras veces entra un contrabajo o las trompetas, y hay otros timbres. También hay silencios repentinos que producen un similar impacto y sorpresa que un fortísimo de toda la orquesta.

—Repasando tu discografía, siento que fue a partir de Fines cuando comenzaste a profundizar en esa búsqueda. ¿Estás de acuerdo?

—Puede ser, aunque en Fines no era muy consciente de eso. Pero ese verdad que ese es mi disco más orquestado, con distintos instrumentos como corno inglés, violonchelo, oboe y vibráfono. Hay sorpresas tímbricas, pero no todavía no está tanto el uso del silencio o el desarme de las cosas. Creo que fue a partir de Viveza, hace unos 18 años, cuando empecé a pensar en términos de desarmar lo que es muy cargado. Cuando comencé a tocar la guitarra, yo era muy sobrecargado con la guitarra: venía con la escuela de Joao Gilberto, Tom Jobim y más adelante todo el fenómeno de la MPB. Todas mis composiciones desde el comienzo, como "Agua" y "Paso molino tenían una sobrecarga armónica tremenda.

Fernando Cabrera. Foto: Leonardo Mainé.
Fernando Cabrera. Foto: Leonardo Mainé.

—Está presente en el disco de MonTRESvideo...

—Exacto. Fue así durante varios años. El proceso que estamos hablando lo empecé a encontrar en mi guitarra, y en vez de tocar los acordes pasé a tocar una sola nota. Pero como lo que canto ya es una segunda nota, se arma un imaginario armónico y el resto del acorde se lo arma el oyente en la cabeza. A veces toco un acorde entero y otras no. Tampoco es necesario tocar arpegios. Empecé a experimentar con eso hace algunos años, y con la guitarra llegué a esa característica de limpiar las cosas. También es importante la interpretación vocal. Desde hace años vengo metido en un viaje de trasladar al canto las características del habla. Cuando un habla, aplica una infinidad de matices no conscientes: a veces susurrás, gritás o hacés un énfasis en una palabra o una sílaba. Me interesa que el canto aplique la frescura y la naturalidad del habla.

—Es interesante lo que mencionás, porque esos matices en el habla son innatos y hasta un bebé lo hace sin ser consciente. Sin embargo, es difícil llevarlo a la interpretación. Parece que siempre hay que respetar la métrica.

—Es que nos entrenaron para eso. No puede haber vaivenes rítmicos y tenés que mantener la melodía. Yo no canto así desde hace mucho tiempo. Nosotros tenemos una tradición así en el Río de la Plata. Mirá a Gardel o a Tita Merello; desde hace mucho tiempo había gente cantando con libertad absoluta y riéndose de la métrica. No lo inventé yo eso de escaparse de la cárcel de la métrica que marca la partitura. Expresar es lo que importa.

Fernando Cabrera. Foto: Leonardo Mainé.
Fernando Cabrera. Foto: Leonardo Mainé.

—Tu nuevo disco abre con “Era el águila de la libertad”, donde utilizás la imagen del ave para representar la idea de la libertad, y esa es una búsqueda atraviesa todo Simple. En la última canción, “Creo que te amo”, retomás esa idea con la frase: “Canté sin seguir el estilo de nadie”. ¿Esa ha sido una constante en tu obra?

—Siento que fui llegando a un momento como el actual, donde ya no me cuestiono mucho nada. Pero me costó porque soy una persona de baja autoestima, estoy muy pendiente del qué dirán y siempre estuve afectado por la sensación del ridículo. Son un montón de cosas que me acompañan desde la infancia y que me ha sido difícil manejar. Recién ahora lo siento claro: no tengo que explicarle nada a nadie ni tengo que dar examen. Pero recién ahora, en base a un trabajo de muchos años, me he ganado cierta libertad de hacer lo que considere. Sin embargo, si repaso toda mi discografía, me siento muy orgulloso porque encuentro libertad siempre. Todo lo que he hecho ha sido bastante personal, sin seguir el influjo de nadie ni carriles prefijados. Tal vez yo tenía esa personalidad musical y no lo sabía. Yo escucho mis discos de hace 30 años y me da satisfacción enorme ver lo que hice a los 20 años. Estará bien o mal, y le podés encontrar miles de defectos, pero no se parece a nada.

—En el libro 56 canciones y un diálogo (1992) recordás tu adolescencia y hablás del momento en que tomaste el impulso de abandonar la tradición religiosa que se te había inculcado en tu familia y en el colegio. Ahí reaparece la idea de la libertad. ¿Esa decisión se trasladó a tu concepción de la música?

—A los 15 años hice una renuncia muy fuerte de toda esa carga familiar y del colegio al que me mandaron. Creo que esa decisión fue significativa para el resto de mi vida porque siempre fui una persona muy curiosa; entonces he experimentado mucho, he tenido relaciones con gente muy distinta, he cambiado de barras, de hábitos y de estudios. Nunca me quedé quieto. Siempre tuve rechazo a hacer lo que la sociedad espera de vos, por eso nunca me costó optar por situaciones de incomodidad respecto a la supervivencia. Eso se traslada a la música, porque es imposible dividirlo. Es una actitud de no ser una oveja, pero no son cosas que uno reflexiona; son parte de tu pensamiento.

Fernando Cabrera. Foto: Leonardo Mainé.
Fernando Cabrera. Foto: Leonardo Mainé.

—Mencionaste que sos una persona de baja autoestima. ¿Haber renunciado a la religión, que atravesaba a tu familia y tus amigos, pudo haber influido en eso? Imagino que esa renuncia debe haber llevado a que algunos te dieran la espalda.

—Sí, aunque es un tema mucho más complejo. Creo que puede venir desde la infancia por la relación con tus mayores y tus padres. Son mil detalles que hacen que tu personalidad no sea fortalecida. Por ejemplo, mis hermanos son completamente diferentes a mí. No sé si es algo genético, cultural o si son las experiencias que uno va teniendo, pero nunca fui una persona de llevarse al mundo por delante. Y eso me ha producido inconvenientes severos en mi profesión porque, como cualquiera sabe, para la actividad artística el ego es un insumo bastante necesario. Esa cosa de llevarte el mundo por delante, tener la certeza de que siempre tenés razón y de que naciste para triunfar son un ingrediente necesario en la profesión artística. De cualquier manera, yo me siento muy feliz con lo que he hecho y con lo que soy. Tampoco me ha ido mal.

—"Estaba en otra vida” habla de un hombre que siente que tuvo dos vidas anteriores. Ambas presentan la idea de la música vista como una salvación. ¿Lo sentís así?

—Mi vida hubiera sido un desastre si no hubiera sido músico. Seguramente hubiera sido una persona mediocre o hubiera fracasado laboralmente. Soy un inútil porque tengo dificultades para los idiomas, para las ciencias exactas, para tener un oficio rutinario y para bancarme a un jefe y a los mismos compañeros. Hubiera terminado en situación de calle, no tenía otro destino. Por eso canto: “Yo me salvé guitarreando”.

—¿Qué te gustaría generar en aquellos que escuchen Simple?

—Yo no le pido nada a la gente para este disco. Sientan lo que quieran sentir, experimenten lo que quieran y sean libres. Esta es mi profesión y la voy a seguir haciendo porque, además de que no sé hacer otra cosa, me llena completamente. No encuentro otra manera de ser más feliz que haciendo esto. Y si todavía alguien tiene ganas de comprar una entrada o escuchar mi disco, ya está. El beneficiado soy yo. Es más, el que se va más feliz de los recitales soy yo. Yo veo que el público se va emocionado de los shows o me cuentan que un tipo grande se fue llorando, o que un niñito estaba shockeado y comentaba las canciones con los padres. Cuando termina un recital me voy con la enorme cantidad de satisfacción de haber cumplido y de provocar emoción. Y esa vibra es grosa. Pensá que durante una hora y pico vamos todos en un mismo vehículo no se sabe adónde y estamos metidos en esa cabina, juntos. ¿Qué te parece provocar eso y todavía ser “vos” el piloto? No puedo pedir más.

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