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La ceremonia de tocar y de siempre esperar una epifanía

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Martín Buscaglia se presenta este martes en el Teatro Solís a beneficio de la Fundación Gonchi. Foto: Leonardo Mainé

Martín Buscaglia

Con Martín Buscaglia, que el martes toca en el Solís, a beneficio de la Fundación Gonchi

Martín Buscaglia se presenta este martes en el Teatro Solís a beneficio de la Fundación Gonchi. Foto: Leonardo Mainé
Martín Buscaglia se presenta este martes en el Teatro Solís a beneficio de la Fundación Gonchi. Foto: Darwin Borrelli

Este martes a las 21.00, Martín Buscaglia vuelve a la sala principal del Teatro Solís, con compañía y un motivo especial. Por un lado, tocará junto a su banda, los Bochamakers, y compartirá escenario con Coralinas, el coro que dirige Carmen Pi y con el que hará alguna colaboración en vivo. Y por otro, lo recaudado es a beneficio de la Fundación Gonzalo Rodríguez, que se dedica a promover la movilidad segura de los niños en el tránsito. Las entradas están en Tickantel y boleterías, desde 500 pesos.

“Desde lo artístico, tocar en el Solís está buenísimo. Para mí, es el lugar más potente de todos para tocar: reúne calidad, comodidad, estética, épica, y es muy emocionante. Tiene un peso en sí mismo”, dice Buscaglia en charla con El País, “y a eso se le suma que es a beneficio de la Fundación Gonchi”.

Si hay que sumarle algo más, el del martes será uno de sus escasos shows del año en Montevideo. Este 2018 lo encontró produciendo un disco de su colega español Kiko Veneno; trabajando para un cancionero de Cantacuentos, banda con la que volvió a hacer temporada tras una década; y con un programa en Radio Gladys Palmera. “Ahora lo paré un poco para bajar a tierra un disco mío”, avisa.

—La última vez que estuve acá, ya estabas en eso de bajar a tierra las canciones para hacer un nuevo disco.

—Sí, pero no sé qué pasó. Seguimos tocando con Fernando (Cabrera), me invitó Kiko a producir un disco, surgió lo de sacar este libro, y tampoco siento una necesidad ni tengo el deber de sacar un disco cada dos años. Ni ahí. Estoy en la etapa de sustracción ahora, me sobra.

—¿Tenés canciones definidas ya?

—Sí, montón. Estoy eligiendo qué canciones van para ver qué tipo de disco queda, si es más introspectivo, más simple o más intrincado. Estoy en ese trabajo que es muy lindo, de quitar la maleza.

Martín Buscaglia: "Tener vergüenza tiene que ver con la petulancia; es creerse demasiado. Yo estoy lejos de eso". Foto: Darwin Borrelli
Martín Buscaglia: "Tener vergüenza tiene que ver con la petulancia; es creerse demasiado. Yo estoy lejos de eso". Foto: Darwin Borrelli

—¿Pero es así? ¿El perfil de un disco lo definen las canciones, no tu estado?

—Ambas cosas, porque vos podés querer algo, y la música puede querer otra cosa. Pero vos no querés pelearte con las canciones. Nadie puede ser lo que no es, y por más que yo quiera hacer un disco de funky carioca, si las canciones son todas baladas tristes, sería una tontería que las fuerce. Pero vos podés hacer una canción de 8.000 maneras, que si está buena, no va a perder su esencia. Y si es fallida, va a seguir siendo fallida aunque le hagas mil ornamentos. Así que estoy en esa conversación con las canciones.

—Entre estas canciones, ¿hay algún grupo que viene de algún lugar en particular, nacieron de un mismo espacio?

—Es interesante porque cuando empezás a ponerlo en palabras, empezás a pensar en cosas, y todavía no lo hablé con nadie así que estoy pensando en vivo y en directo. Creo que son cada vez más intensas, y cada vez parecen ser más leves. Al menos eso es lo que quiero. Mi ideal es que la canción sea un caballo de Troya.

—¿Con algunas de estas nuevas ideas, melodías, te pasó algo especial?

—(Se ríe) Infinitas. Tengo 25 temas que estoy cerrando. A ver, leo acá (toma un papel): “¿Por qué si soy el más inteligente, sufro todo el tiempo y todo me molesta? Respuesta: porque no soy el más inteligente”. No sé, tengo 800 mil temas.

—Has dicho que no te gustan demasiado los músicos más teatrales, pero vos tenés algo bastante teatral.

—Sí, pero soy siempre yo en escena, no soy otro nunca. Tocar en vivo tiene una cuestión de ceremonia, y para una ceremonia vos podés vestirte de púrpura como el Papa; vestirte de blanco y dejarte una barba larga y tocar un didyeridú; o ponerte una máscara, pintarte el cuerpo y hacer una danza con sonidos onomatopéyicos. Me parece que esa es la que me va más, pero me van todas. Tenés que saber cuál es la tuya. Kiko tiene un tema antiguo, precioso, que dice: “Dame algo tuyo, tiene que ser tuyo”. Sí es una ceremonia tocar, es un estado que no es el cotidiano. Pero lo que tiene que haber es una naturalidad, porque querer demostrar no existe. A veces hay un miedo a soltarte, cuando la música es etérea por naturaleza, y ese miedo es como una vergüenza a la empatía. Y tener vergüenza tiene que ver con la petulancia; es creerse demasiado uno tener vergüenza. Yo estoy lejos de eso.

—Y en el momento en que estás en el escenario, frente al público, ¿qué querés?

—Bueno, tengo la esperanza y la sapiencia de que es una posibilidad clara de que pase algo, que haya una chispa de epifanía. ¿Para qué sirve la música? Para eso, para una ceremonia: para una boda, un entierro, para la guerra. En eso sí tiene que ver con el teatro, es un arte que es el ave fénix y revive cada vez. Algún tema nuevo tocaré en este show, pero voy a tocar muchos temas que toqué muchas veces, y no importa: esa vez es nuevo. Esa posibilidad que tienen la música y el teatro no la tienen otras ramas del arte, por eso los escritores son más atormentados.

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