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El capricho como elemento artístico

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Foto: Flickr

Justin Vernon, más conocido como Bon Iver, ha ido al revés de muchos: a medida que se hace más raro, más discos vende.

22, A Million, su tercer y último disco se encamina al número uno y hasta recibe elogios de Adele, quien está en el otro extremo del panorama musical actual, y sin embargo es una colección compleja de canciones pop disfrazadas de complejas. Y es un gran disco.

Bon Iver juega en la categoría de cantautor moderno pero a diferencia de Iron & Wine, por ejemplo, suele adornar sus canciones con distorsiones vocales (mucho Autotune) y capas sonoras que le dan profundidad a su música. Sus influencias van desde el soft rock de la década de 1970 al Phil Collins solista de la transición hacia ser una megaestrella, una marca que quedaba clarísima en el cierre de su anterior disco y acá se deja ver un par de veces (en "8(Circle)", por ejemplo).

Otra influencia podría ser Kanye West, con quien Justin Vernon trabajó en un par de discos. Bon Iver, con su afán de experimentar dentro de un género tradicional, es como la versión blanca de West pero sin rap. O un Radiohead folk y americano.

No queda muy claro de que hablan sus letras que resultan bastante caprichosas. Pero el capricho artístico es parte del método de Bon Iver que acá titula las canciones con una combinación aleatoria de letras y símbolos.

Además, es capaz además de arruinar el sonido en el medio de una canción (en "29 #Strafford APTS", por ejemplo) o combinar pop, free jazz y soul en apenas cinco minutos de canción. Vernon es un tipo inquieto y ha recorrido un largo camino desde sus comienzos como cantante folk ermitaño.

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Foto: Flickr

MÚSICAFernán Cisnero

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