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Un camino de pistas que lleva a la canción

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Sofar #36. Foto: Javier Fuentes
Sergio Javier Bravo Fuentes

Crónica de la última edición de Sofar, un ciclo de conciertos internacional y muy particular.

Hay apenas un par de personas en la vereda, y una chica en la puerta que recibe a quienes van llegando, chequeando con detalle la lista que tiene en sus manos. Es la edición número 36 de Sofar en Montevideo, y esta vez el punto de encuentro fue el Espacio Serratosa: un lugar de coworking donde alguna vez supo funcionar el boliche Milenio en simultáneo con Pachamama, dos lugares casi míticos en la vida cultural local.

Sofar (una abreviación de Songs From a Room, o sea "canciones de una habitación"), es un movimiento de conciertos íntimos que nació hace unos ocho años en Londres, y que ya se ha desparramado por una cantidad de ciudades del mundo. En Montevideo ha crecido con una fuerza notable: la de abril fue la primera edición a la que pude acceder, tras postularme durante ocho meses.

Es que Sofar funciona con cierto halo de misterio, y es justamente la gracia. El público tiene que inscribirse a través de un sitio web conociendo, hasta ese entonces, sólo la fecha del concierto. Si queda seleccionado (está visto que la demanda es mucha y hay que tener suerte), el espectador sabrá en primera instancia en qué barrio será la actividad, y tendrá la posibilidad de avisar si va con un acompañante. La locación se revelará el día anterior, y la grilla de artistas se conocerá recién en el lugar.

Todo eso le pone un condimento especial a la noche, la convierte prácticamente en un juego, en una cita a ciegas. Una cita que es con entrada libre (al final circularán bollones que se llenarán rápidamente de colaboraciones), y a la que se puede llevar almohadones porque hay que sentarse en el piso, y la bebida que se quiera consumir.

El otro requisito del Sofar es llegar en hora y acá nadie falla en nada; lo más difícil será, por tonto que parezca, mantener los celulares en silencio.

Para las 20.30 en punto, ya todos están sentados y los únicos que quedan de pie son los camarógrafos, que se distribuyen por la sala. Porque además de lo ya contado, Sofar se filma y luego se edita —es todo honorario— para cargarse en YouTube, funcionando como una vidriera notable para artistas emergentes o con trayectoria; y como una red internacional. Para esa hora en que un presentador cuenta cómo funciona la dinámica del evento y describe, brevemente, el estilo de los artistas que tocarán, unos bonitos afiches ya revelaron la grilla que para la mayoría, no hace más que aumentar el factor sorpresa del encuentro.

La primera en tocar es la salteña Helen Olhausen, que canta descalza y cautiva con unas canciones rarísimas (por momentos parecen salirse de la forma de canción para convertirse en otra cosa, indescriptible). Después, tras un break que sirve para comprar sopa o cerveza en la cafetería del lugar, Damián Gularte toca en formato trío (guitarra, bajo y cajón) canciones de un disco que está por venir, y que tiene esa impronta urbana que caracteriza a su música, a la que no le faltan reminisencias de la obra de su padre, Jorginho Gularte.

Para el final, cuando las miradas cómplices ya circulan y hay, sin hablar, un ambiente de entrecasa, el trío El Floreo cierra con boleros, merengues e historias cotidianas poniéndole fin a una experiencia que se hace desear, sí, pero que no decepciona. Es casi como una búsqueda del tesoro, como volver a jugar por un rato.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Sofar #36. Foto: Javier Fuentes

AHÍ ESTUVEBELÉN FOURMENT

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