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Bandoneón con sabor a naranja

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El exitoso músico uruguayo sube hoy al escenario mayor del Teatro Solís. Foto: M. Bonjour
Nota a Raul Jaurena, bandononeonista uruguayo, ND 20151216, foto Marcelo Bonjour
Archivo El Pais

El exitoso músico uruguayo sube hoy al escenario mayor del Teatro Solís.

Se queda en Uruguay hasta febrero, disparando del frío neoyorquino, de vacaciones y con unos pocos conciertos. En febrero se vuelve a Nueva York, donde reside desde hace 28 años, y en marzo hará una gira por Alemania, donde dará unos 15 conciertos. Luego tocará con la Filarmónica de Israel, donde estará una semana. En abril hace una temporada de dos meses en Nueva York, y a mitad del 2016 volverá a Uruguay. Luego irá a Finlandia, después una serie de conciertos en Estados Unidos, y en julio vuelve a Europa, para seguir hasta Rusia, luego Jerusalén, luego nuevamente Uruguay, y en noviembre Europa otra vez. Así es un año en la vida del bandoneonista uruguayo Raúl Jaurena, quien vive donde quiere, en Nueva York, para poder tener a mano los mejores clubes de jazz ("no los de los turistas", aclara).

"Te voy a hacer una anécdota. Hace tres o cuatro años fui a saludar a la gente de la Filarmónica, y me invitan a ver una función de ópera en el Solís. Fui con mi mujer, estábamos en un palco. Entra una violonchelista al palco, nos saludamos y me preguntó si seguía viviendo en New York. La gente de al lado estaba escuchando. En el intervalo, una señora que había escuchado la conversación, me pregunta si soy músico. Eso lo había escuchado. ¿Vive en Nueva York? Sí, le contesto. ¿Qué instrumento toca?. Bandoneón, le contesto. La mujer se dio vuelta, no me habló más, y cuando nos íbamos le dije buenas noches y no me contestó. Habrá dicho, este bandoneonista atorrante, bolichero, medio borracho. Date cuenta el concepto que se tiene del bandoneón. Y no me preocupa por mí. Me preocupa por el tango", relata Jaurena, antes de presentarse esta nochecita en el Teatro Solís, con un amplio programa, y con entradas en TickAntel de 150 y 400 pesos.

—¿Cuándo notó usted que el bandoneón iba a ocupar un lugar importante en su vida?

—Yo primero lo tomé como un juego, y hacia los 12 años lo empecé a tomar más en serio. En mi barrio, que era La Unión, yo tocaba en una pizzería, y me daban de comer pizza y algún dinerito. Y un día mi madre me dijo: Así no, hay que hacerlo en serio, y me puso a estudiar en serio. Hacia los 14 años empecé a estudiar con Guido Santórsola, y ahí me di cuenta que esa era mi profesión.

—¿Y cuándo empezó a tocar en una orquesta?

—Yo empecé de tercer bandoneón, haciendo lo que podía en la orquesta de Donato Racciatti, recogiendo una experiencia increíble, de tipos que tocaban mucho. Para mí fue una experiencia increíble, musical y humana, porque Racciatti fue un tremendo ser humano. Y acá fue criticado, como que su orquesta era mala. No; era una orquesta muy justa y que salía muy bien. No hay que ser tan rápido en las apreciaciones. Si Racciatti fue tan famoso, por algo fue. Y yo estaba allí, con 13 años, en la orquesta más importante de Uruguay. Ganaba un montón de dinero, y cuando le dije que me quería ir, me dijo, pibe, debés estar loco.

—¿En ese tiempo para tocar en una orquesta había que estar muy bien empilchado?

—Teníamos tres uniformes de trajes. Todos con el mismo traje, la misma corbata, zapatos, medias, todos iguales. Cuando uno entraba a una orquesta, tenía que sacarse las medidas, para hacerse la ropa. Y el representante venía y decía que mañana estábamos en tal lado, con el traje verde.

—En eso cambió mucho...

—Totalmente. A mí no me molesta tanto. Acá la gente cuida más, pero en New York, es tremendo. Los jazzistas, pueden venir a tocar con los mismos zapatos que jugaron al fútbol. Una vez tocando con Paquito DRivera, él me dijo que me quería presentar a Hermeto Pascoal. El director del Lincoln Center es Wynton Marsalis, que estableció que en el Dizzys Club Coca-Cola todos los músicos tienen que ir de saco, porque conoce a los jazzistas, que igual van sin camisa. De pronto aparece uno y le dice a Hermeto Pascoal que había un problema con la vestimenta. Los brasileros habían ido como uno va a la playa, de ojotas, y toda la ropa arrugada. Es la ropa que tenemos decía Hermeto, y no se le movía un pelo. Después de mucho, y como el teatro estaba lleno, los tuvieron que dejar tocar así, harapientos. Cuando empezaron, el público se olvidó de cómo estaban vestidos.

—Usted tocó con grandes cantantes...

—Sí, tanto a los de acá como a los argentinos, creo que los he acompañado a todos: Goyeneche, Hugo del Carril, Alberto Marino, Miguel Montero. La ventaja que había en esos tiempos era que los cantores eran todos diferentes. Lo escuchabas a Julio Sosa y sabías que era él. También las orquestas sonaban diferente.

—¿Recuerda alguna anécdota con Goyeneche?

—Una vez estábamos trabajando en el Parador del Cerro, sale El Polaco a cantar, y él cantaba siempre los mismos tangos. Y unos que estaban ahí, le gritan: Cantá Afiches". Él no se daba por aludido. Y ellos insistían. Y al final él dijo: Escuchame Salame, no lo hago. El tipo estaba con tres o cuatro más, y cuando fuimos a salir, nos querían pegar. Hubo que llamar a la Policía, y salir escoltados para que no nos siguieran.

—Corría mucho alcohol en ese ambiente...

—Sí, siempre, y de día también. Yo trabajé años en cabarets, el Intermezzo, el Embassy. Yo empecé en cabarets con 13 años. Empezabas a la medianoche y terminabas a las cinco de la mañana. Soy de la época en que venía una persona y hacía cerrar el cabaret e invitaba a todos. Todo el mundo champán, whisky. Llegué a salir de un cabaret a las nueve de la mañana. Y alcohol sí, mucho, y el músico de la generación anterior a la mía, tomaba. En cada break, tres, cuatro grapas o cañas, más lo que invitaba el público. Eran tipos que tomaban 15 o 20 cañas en la noche, y no andaban borrachos. Pero cuando empecé no me dejaban tomar: a las dos de la mañana me daban un vaso de leche y bizcochos.

—Siempre se habla del bandoneón y la melancolía. ¿Cómo es bien ese vínculo?

—El bandoneón tiene una profundidad sonora, con una afinación que no fue la que le dieron en Alemania, donde las dos lengüetas se afinaban de distinta forma, que le daba sonido a acordeón. El sonido del acordeón, es como el pomelo. Y el sonido del bandoneón, con nuestra afinación, es como una naranja muy dulce. Esa afinación el bandoneón la obtuvo acá, en el Río de la Plata, y eso le da la profundidad. Y la expresión se la da el fuelle: eso no lo aprendés con ningún maestro.

—¿Qué lugar siente que ocupa Minotto Di Cicco en la historia del bandoneón?

—Minotto fue un tipo muy técnico. Fue de los primeros que empezó a tocar con mucha técnica, muy limpio. De los primeros que empezó a tocar bien el instrumento. Pero fue siempre muy frío, muy mecánico. Pero para aquel tiempo fue un grande. Después hubo grandes bandoneonistas con mayor calidez, como Piazzolla, que te transportaba.

—¿Es muy difícil proyectar a los músicos uruguayos en el exterior?

—Yo he visto giras muy costosas de murgas de acá, que se han presentado en New York para un gueto de 50 uruguayos, y no han sido representación absolutamente de nada. Representación es cuando en Estados Unidos actuás para los norteamericanos. Si querés insertar la cultura uruguaya, tenés que ir al Carnegie Hall. Sí podemos hacer candombe, sí podemos hacer murga, pero presentémosla de otra manera. Esa murga, que la parte lírica no la entienden, con esa gente pintada, se ríen porque no entienden nada. Es fellinesco para ellos.

Hugo Fattoruso estrenará un tango.

Hoy a las 21:00 el Solís recibe un programa múltiple, de corte tanguero, que tendrá la presencia de los conjuntos de guitarra de la Escuela Destaoriya. Se estrenarán tres nuevos tangos: uno de ellos de Fernando Rosa, violinista de El Club de Tobi, otro de Diego Rodríguez Cubelli, y el tercero de Hugo Fattoruso. Organizado por la Fundación Cienarte, esta 12° Noche de Estrenos cuenta con la participación especial de Raúl Jaurena, acompañado por un conjunto de excelentes instrumentistas, alumnos de las distintas generaciones de la Escuela Destaoriya. Será el momento del homenaje al maestro Ruben de Lapuente, quien deja el cargo de director operativo de la Escuela de Tango Destaoriya. Como no podía ser de otro modo, para los bises se espera un final apoteósico con una Cumparsita mayor, con más de 30 músicos y cantantes en escena.

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El exitoso músico uruguayo sube hoy al escenario mayor del Teatro Solís. Foto: M. Bonjour

Raúl Jaurena

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