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Hortensia Campanella: "Onetti no era un entrevistado fácil"

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Hortensia Campanella

ENTREVISTA

Onetti, Benedetti, Galeano, Cristina Peri Rossi y otros grandes escritores en una antología de grandes entrevistas: el libro se presenta hoy en Puro Verso

Hoy a las 19.30 en Librería Puro Verso será la presentación de Valió la pena vivir. Diálogos en el tiempo, donde Hortensia Campanella reúne algunas de sus mejores entrevistas. Participarán Alicia Torres y José Miguel Onaindia.

-¿En qué lapso fueron realizadas estas entrevistas?

-Desde 1978 hasta 2000 y algo, aunque la mayoría son de los 80 y 90. Y hay entrevistas que se continúan a lo largo del tiempo.

-Habrás tenido entrevistados difíciles...

-Onetti no era un entrevistado fácil, pero me facilitó las cosas nuestra amistad. Y la larga entrevista que aparece en el libro es producto de años de hablar con él. Y de esperar a que él tuviera ganas de hablar. A veces Dolly Muhr me llamaba y me decía ‘Juan dice que tiene ganas de hablar’. Eso facilitaba las cosas. Si no, muchos periodistas lo saben, podías conseguir solo respuestas muy cortas, del tipo, ‘si’, ‘no’.

Juan Carlos Onetti. Foto: Flick Elisa Cabot
Juan Carlos Onetti. Foto: Flick Elisa Cabot

-¿Cuándo lo conociste?

-Yo llegué a España en 1976 y él había llegado en el 74. Y lo conocí en el 77, asistiendo a una charla de un poeta. Y a partir de ahí, y con la simpatía de Dolly, empezamos una relación amistosa. Los cuatro, junto con mi compañero. Y esa relación se fue afirmando, hasta el mismo momento en que Onetti murió: yo estaba en la clínica. Fuimos muy amigos: cuando nació mi hijo, él jugada con niñito. Íbamos de vacaciones juntos, a la playa, aunque por supuesto, él se quedaba en la habitación.

-¿En las entrevistas se abría?

-Cuando se sentía a gusto hablaba mucho, y era una persona que se interesaba por todo: por la política española, y por supuesto por lo que pasaba aquí en Uruguay. Además era una fuente sobre comentarios de literatura. Incluso me daba a leer lo último que escribía. Yo no era una crítica importante, pero eso demostraba su confianza y afecto.

-¿Lo notabas muy desengañado de Uruguay?

-Bueno, lo que le había pasado era verdaderamente terrible para cualquiera, pero él no era de dramatizar. Más bien se le notaba depresivo cuando recordaba, por ejemplo, su etapa en el Cilindro y luego en el Sanatorio Etchepare, cuando Dolly consigue que los militares consideren que estaba muy deprimido, y lo ingresan en ese sanatorio.

-En el libro aparece también Idea Vilariño...

-Sí, yo no le hice una entrevista, pero me pareció que esos diez años de trato bastante frecuente que tuvimos, merecían estar en el libro. La visité muchas veces, y me quedaba un rato largo con ella. En entorno era muy especial, con las persianas bajas, porque tenía problemas en la vista. En general tenía un tono muy dulce, voz muy baja, afectuosa. Y le interesaba muchísimo que yo había tenido una cercanía tan grande con Onetti. Era constante en sus conversaciones. Me contaba de Onetti y me preguntaba sobre él. Sin dudas, su gran amor. Hablábamos de muchas cosas, de literatura, de su obra, pero siempre volvía a hablar de Onetti.

Mario Benedetti. Foto: Archivo El País.
Mario Benedetti. Foto: Archivo El País.

-Volviendo a la apertura política española, en ese tiempo tomaste contacto con varios uruguayos que estaban allá...

-Si, Onetti, poco después Benedetti, Galeano, Peri Rossi. Y Taco Larreta: fue una alegría cuando le dieron, inesperadamente, el premio Planeta. Todo el mundo creía que el autor tendría que tener una relación con la familia de la duquesa de Alba, por lo bien documentado que estaba. Cuando se encontraron que era un uruguayo, hubo como cierta decepción en el ambiente español.

-Contame de Benedetti...

-En las entrevistas era una persona muy precisa en las respuestas, muy abierto en lo literario, aunque no en lo sentimental. No era muy expresivo, pero sí muy cálido. Aunque cuando lo sacaban de las casillas, podía ser muy cortante, como le ocurrió a algún periodista. Benedetti admiraba muchísimo a Onetti. Y a Onetti no le gustaba lo que hacía Benedetti, pero le tenía un gran cariño. Eran, lo que se llama, amigos. Se veían, generalmente Benedetti lo visitaba.

Hortensia Campanella
Campanella, y un libro que entra en los secretos de grandes escritores. Foto: Francisco Flores

-Como integrante del consejo directivo del Sodre: ¿Cómo ves el futuro del Sodre con el cambio de gobierno?

-El Sodre es de todos. Cada gobierno tendrá sus objetivos y prioridades, pero el Sodre ya es de toda la gente. El BNS, así como la orquesta, o las escuelas, que han despegado, necesitan apoyo. Si Julio Bocca en su momento no hubiera tenido apoyo del gobierno, no había podido hacer lo que hizo, por más maravilloso que fuera. En apoyo que necesita el Sodre es imprescindible, y por lo tanto, seguramente se lo seguirá apoyando. Supongo. Espero.

-¿Han habido tensiones entre la Ossodre y Diego Naser?

-Diego tuvo un problema de estrés, y sigue de baja, aunque sigue siendo el director de la orquesta. Pero no creo que sea algo raro que hayan esas tensiones. Cuando yo volví de Chile, en 2012, y lo primero que me contaron fue los problemas de la orquesta con su director y con Bocca. Esas cosas pasan. 

andar por el mundo
Valió la pena vivir
Valió la pena vivir
AutoraHortensia Campanella
EditorialPlaneta
Precio$ 790

Valió la pena vivir recupera una serie de encuentros y entrevistas de Hortensia Campanella, durante su vida en el exilio, con personajes de la cultura de varios continentes. Creadores tan interesantes en sus expresiones culturales como en su vida íntima, comprometidos con el tiempo que les tocó vivir.

En 1976 había líneas de transporte marítimo entre el Río de la Plata y Europa. Desde Montevideo a Vigo se tardaba 14 días, tal vez algunos días menos de lo que le había llevado a mi abuelo hacer el trayecto inverso unos sesenta años antes. Y allí estaba yo con mi compañero que abandonaba su primer exilio en Buenos Aires, navegando casi hacia la nada (...) España fue para mí, como para muchos, lo que Mario Benedetti llamó una “patria suplente compañera”. Allí había una gran efervescencia cultural: volvían sus exiliados (...), se hacían oir los que habían soportado la dictadura creando y resistiendo, protestaban los jóvenes para buscar su lugar. Y, al mismo tiempo llegaban los latinoamericanos que estaban padeciendo dictaduras, con ansias de protestas.

Durante varios años busqué su palabra con toda la libertad que me daba su generosa disposición, con la curiosidad y el asombro de poder indagar en mentes y sensibilidades extraordinarias. Mas allá de los problemas del entorno, del acontecer personal de unos y otros, sentí plenamente el privilegio de dialogar con alguno de los creadores más relevantes de la época.

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