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Eduardo Sacheri: "Para mi, los pilares de la enseñanza son el afecto y la exigencia”

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Eduardo Sacheri

ENTREVISTA

El escritor argentino, quien también es profesor de historia, publicó "Los días de la revolución" , un libro de historia y acá habla de sus alumnos y cómo el pasado explica el presente en su país

Es la primera vez que viene a Montevideo desde la pandemia y aEduardo Sacheri, aun en los feos días que lo recibieron, la idea le parece buenísima.

La visita es para presentar Los días de la revolución, el primer libro de una pretendida tetralogía sobre la historia argentina; el volumen inaugural se subtitula “Cuando no era Argentina”, y abarca los años de 1806 a 1820. Hay menciones inevitables a la Banda Oriental en un libro didáctico y que puede ser de gran ayuda a estudiantes e interesados. Sacheri es profesor de Historia en actividad en un liceo porteño.

Como suele hacer cuando anda por la ciudad, Sacheri charló con El País.

—¿Cómo es como profesor?

—Los pilares de la enseñanza son el afecto y la exigencia. Siento que si mis alumnos no me quieren y no se divierten, no aprenden. Pero, eso sí, los sacudo con unas evaluaciones que los obligan a estudiar como loco.

—Trabaja con chicos de 16 años. ¿Cómo son?

—No son ese estereotipo que a veces te da el cine de jóvenes inquietos, contestatarios, interesados en lo social. Ese es un paradigma de los 60 y los 70. Los de ahora son inquietos y contestatarios, pero muchas veces en áreas que no tienen nada que ver con la reivindicación social, si no con temas de género, de diversidad, de libertad intelectual. Y la historia le interesa a un puñadito; a la mayoría, de entrada, no les interesa nada. Hay que estimular ese interés.

—¿Cuánto hace que se convirtió en un personaje famoso?

El secreto de sus ojos, la película, se estrenó en Argentina en 2009 y ganó el Oscar en 2010 y ahí fue como un cambio muy grande. Los siguientes libros o las siguientes películas ya se asentaron en una base de popularidad muy marcada.

—¿Y ese cambio lo sintió como creador?

—Conscientemente, no. Siento que por suerte lo tomé con bastante naturalidad. Como que fue: “Uy, mirá lo que pasó, no va a volver a pasar , dejémoslo atrás, aprovechémoslo, pero sigamos escribiendo”. Y creo que seguí escribiendo lo que sentía que necesitaba escribir o me hacía bien escribir. No intenté sostener esa popularidad y eso me hizo bien a mí en mi vida.

—Y tampoco incidió en su forma de escribir.

—No, porque no escribo pensando si lo hacen películas. Hubo tres novelas que fueron película y otras cinco que no, y no pasa nada.

—En eso de escribir lo que quiere, un libro de historia...

—Ahí más que las ganas, influyó una idea casi de responsabilidad. Como profesor de Historia, estoy en contacto por un lado con el mundo académico de quienes producen historia y conocimiento de calidad; con mis alumnos que estaban bastante lejos de ese mundo, y con una sociedad donde circula cierta aproximación hacia la historia y donde el mundo político busca aprovechar la imagen de Fulano o Mengana. La discusión pública está un poco lejos de lo muy bueno que se investiga en Historia en las universidades, y ese divorcio no estaba bueno. Así que si se puede escribir divulgación casi como si fuera en el aula pero conservando esa referencia a material de alta calidad, estaba bueno poder hacerlo.

—¿Y cómo son los libros de texto en en los liceos?

—Están bastante actualizados, pero no tanto. En Argentina hay diversas corrientes históricas, pero hay como una épica militante y que gusta de verse a sí misma como la que viene a derribar una historia oficial. Pero esa historia está derribada hace 80 años. A la formación de los docentes en Argentina le falta un poco de novedad también. La idea es ayudar a perforar esa especie de pared que hay entre el trabajo académico y la sociedad en general.

—La manera en que está escrito combina un libro de texto con giros coloquiales...

—Hay una idea de oralidad, de coloquialidad, sí. ¿Como le enseñó a mis alumnos esas cosas complejas? Tirando algunas líneas simples o puentes con la música, con el fútbol, con el cine, con los refranes que los acerquen un poquito. El libro busca esa conexión. No tiene, por ejemplo, citas eruditas, ni tablas estadísticas, ni una bibliografía completa, sino recomendaciones para ampliar los conocimientos. La idea es prescindir de ciertas cosas que en la divulgación entorpecen la llegada a un público que está lejos de ser experto.

—Y encontrar el vínculo con el presente.

—Cuando estudiás Historia, estudiás la realidad, no el pasado. Lo que te importa es entender el hoy y cómo nos pega ese pasado. Indudablemente parte de lo que somos tiene que ver con lo que fuimos.

—Desde esa perspectiva, ¿cuándo se complicó todo en Argentina?

—La discusión por el poder del siglo XIX fue sobre todo territorial: ¿gobierna Buenos Aires o cada una de las provincias se gobierna a sí misma? En el siglo XX, la discusión es qué clase social gobierna, cuál es el lugar del Estado. Y ahí es donde a Argentina se le complica mucho el rumbo. La consolidación del peronismo como una potencia hegemónica ya va para 80 años y en la estructura de poder del peronismo, el electorado argentino encuentra un imán para confiarle los destinos políticos. En sus primeros 30 años, el peronismo osciló entre estar en el poder y estar prohibido. Pero de 1983 para acá básicamente la gente elige peronismo. Ahí hay un diálogo muy sólido entre la ciudadanía y ese sector político. Y si reiterás tus comportamientos electorales, es muy probable que repitas los mismos ciclos de dificultad. Argentina lleva muchísimos años en una encerrona de la que cada vez le es más difícil salir. La paradoja de la Argentina actual es que estar donde está es dolorosísimo y salir, probablemente, al menos de entrada, sea más doloroso.

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