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"El dolor te hace una persona más sabia"

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Isabel Allende. Foto: Difusión

Una entrevista con la escritora a 25 años de la muerte de su hija, Paula.

A punto de publicar Más allá del invierno, la escritora más internacional que tiene Chile, con una obra traducida a 30 idiomas, recuerda su mayor tragedia. En 1992 la porfiria se llevó a su hija Paula y la arrojó a ella a su madurez. De esos días salió un libro. Un cuarto de siglo después, enamorada de un abogado neoyorquino, esta Premio Nacional de Literatura 2010 relata cómo emergió del túnel y recuperó su fe. Al morir su hija mayor, el 6 de diciembre de 1992, Isabel constató que su vida había estado detenida durante doce meses. En su libro Paula (1994) relata cómo fue la agonía de esta psicóloga de ojos grandes y sonrisa ancha, recién casada con un hombre que la adoraba y quien murió en un profundo coma y con daño cerebral severo, por una crisis de porfiria. Paula Frías Allende estuvo hospitalizada 150 días en una institución pública en Madrid, la mayor parte del tiempo en la UCI, donde su madre, su marido y su abuela solo podían verla cinco minutos al día. Para ello, las dos mujeres llegaban al hospital antes de la salida del sol y se retiraban, exhaustas, al caer la noche. Era una espera desesperada porque, como dice hoy la escritora, no había nada más que hacer. Solo rezar. Una tarde, la prestigiosa editora catalana Carmen Balcells decidió poner un block de notas y una lapicera entre las manos de Isabel. "Escribe o te morirás de angustia. Escríbele una carta a Paula", le dijo. La autora comenzó a llenar, día tras día, el cuaderno. Llenó uno y después otro. Y otro. Y cuando su madre, después de más de tres meses junto a ella regresó a Chile, esas notas se convirtieron en cartas. Sin querer, Isabel Allende, quien, coronando 28 años de éxito literario recibió en 2010 el Premio Nacional de Literatura, registró una minuciosa bitácora de los peores días de su existencia.

—¿Cómo se sobrevive a la muerte de un hijo?

—Lo que pasó con Paula es una de esas situaciones en la que uno no tiene ningún control. Hasta que Paula se enfermó, yo tenía la sensación de que, cuando había una crisis, una situación violenta o mala en mi vida, siempre había una manera de escapar. En el golpe militar, me podía ir de Chile. En un mal matrimonio, existía la posibilidad de separarse. Pero cuando Paula se enfermó, no había escapatoria. Ni opciones ni alternativas. Lo único que se podía hacer en ese momento era estar con ella. Y rezar. Yo no soy una persona muy creyente, pero en ese momento lo único que uno puede hacer es tratar de convocar fuerzas mágicas, divinas, para que ayuden. Porque nada funcionaba. Y llega un momento en que hay que confrontar el hecho de que se va a morir, nomás. Y de que se murió. Y cada persona vive el duelo de manera personal. En el caso mío, me ayudó mucho la escritura. Poder escribir Paula me permitió recordar día a día lo que había sucedido en ese año de confusión. Porque Paula se enfermó el 6 de diciembre de 1991 en España. Y yo pasé varios meses en el hospital con ella en España y después me la traje a la casa en California. Pero cuando Paula finalmente murió, exactamente un año más tarde, para mí todo había sucedido como en un solo magma. Afortunadamente, yo le escribo a mi mamá todos los días. Había un registro de lo ocurrido. Mi mamá me devolvió esas cartas diciéndome "para que veas que la única salida para Paula era la muerte". Esas cartas estaban en orden cronológico y, al leerlas, me di cuenta de cómo había sido el día a día y pude escribir el libro. Y el revivir ese año y escribirlo me permitió darles límite al duelo y al dolor. Decir esto es lo que ocurrió, esta es la tragedia. Pero, aparte de eso, estaban naciendo mis nietos, estaba mi hijo Nicolás conmigo, estaba enamorada de Willie, tenía a mi madre conmigo. Muchas cosas buenas estaban ocurriendo que yo no veía, hasta que lo empecé a escribir. Con ese libro pude contener el duelo de la muerte de Paula. Eso me ayudó mucho.

—Desde 1994 hasta hoy es inundada por cartas de lectores que le hablan de su libro.

—Todas las semanas contesto alguna carta de alguien que está leyendo el libro en alguna parte del mundo. Hay una sensación de que el espíritu de Paula está vivo. Y está la fundación que formamos en su honor y que maneja mi nuera, pero conmigo muy involucrada. Cada vez que se firma un cheque para cualquiera de las organizaciones que ayudamos a financiar, pienso en Paula y es ella la que firma el cheque. No la tengo conmigo, pero es mi compañera espiritual.

Los cinco meses que pasó la escritora en un hospital de Madrid se cerraron una mañana de primavera europea en 1992. Paula Frías, ya con muy grave pronóstico médico, fue trasladada a San Francisco, en una delicada operación aérea. Para su madre y su hermano Nicolás, tenerla en California fue un consuelo: "Antes no había atenuante. Eran los pasillos del hospital, el dolor mío y el dolor ajeno, era la angustia de esperar, era rezar para que por favor llamaran pronto a Paula. Era entrar a verla y que tal vez hubiera abierto los ojos, tal vez se moviera un poquito, tal vez la enfermera te pudiera decir: Mire, está respirando. Pero no respiraba: estaba con un respirador. No había atenuante ahí".

Allende rememora el gran sufrimiento de Nicolás cuando murió su hermana —era su compinche— y en la ceremonia del bosque, con su nieto de dos años de la mano y, en brazos, la segunda nieta. Veinticinco años después, la escritora dice: "Yo creo que todas las madres somos aprensivas. Siempre fui aprensiva con Paula, porque ella fue hija única tres años. Con Nicolás fui menos aprensiva, porque él era de esos niños traviesos que siempre se meten en problemas, siempre andaba con puntos en la cabeza o un brazo roto. Me acostumbré a que Nicolás viviera accidentado. Ahora hace carreras en bicicleta, cruza todo Estados Unidos solo en bicicleta, cosas que a mí me parecen riesgosas. Pero he aprendido a no vivir asustada. Yo creo que lo que aprendí con Paula es que las cosas pasan.

—Nicolás también tiene porfiria ¿no?

—Sí. Y tengo dos nietas con porfiria también. Y uno vive con la idea de que eso puede volver a ocurrir en la familia. Se transmite genéticamente y se vive sabiendo que es una posibilidad, porque Nicolás tiene la misma condición que tenía Paula. Ahora, es menos peligroso en los hombres que en las mujeres. En las mujeres, con cada cambio hormonal, desde la menstruación y el embarazo hasta la menopausia, todo puede producir una crisis. Entonces las mujeres son más vulnerables a tener una crisis como la que le dio a Paula. Nicolás ha vivido totalmente sano hasta ahora y, gracias a Dios, mis dos nietas no han presentado ningún síntoma. Pero vivimos con la espada de Damocles, por supuesto.

—¿La muerte de Paula la cambió?

—Me cambió, yo creo que me hizo mejor persona. A palos, pero me hizo mejor persona. Uno pierde de vista tonterías: ambición, carrera literaria, nada importa nunca más. Me acabo de separar de Willie, hace casi dos años. ¡Y todo el mundo me daba el pésame! Porque después de tanto tiempo, y de esto y de lo otro... estuvimos juntos 28 años. Y yo pensaba: "Pero si esto no es ni el 10% de lo que me pasó con Paula, no hay que darme el pésame. ¡Esto ni duele siquiera comparado con lo otro!". Pasa eso: todo te parece poco.

—El dolor le dio sabiduría.

—Te da sabiduría y te da desprendimiento. Desprenderte de la idea de que tú mandas. De que tú controlas las cosas, de que si tú lo haces bien, va a resultar. ¡No! Puedes ponerle todo el esfuerzo del mundo y puede que no resulte.

—¿Cambió su relación personal con su escritura?

—Yo no sé si fue solo por la muerte de Paula o también porque ese mismo año cumplí 50 años y fue el fin de la juventud para mí. Entré en mi etapa de madurez porque yo había sido una adolescente eterna. Y ese año con Paula, y después de que ella murió, siento que maduré, que me cambió todo. Eché por la borda todo lo que no es indispensable en la vida.

—Dijo en su libro Paula que cada palabra que escribió era una quemadura. ¿Cómo escucha esa frase 25 años después?

—Hoy no la aplico, pero la aplicaría exactamente igual al proceso de escribir Paula. Escribí en una casucha que hay detrás de mi oficina y que también es nuestra casita de húespedes. Me venía temprano y pasaba el día allá, encerrada, llorando. Era una lágrima tras otra, porque era recordar.

Personajes propios del presente.

Allende parte de una cita de Camus —"En medio del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible"— y urde una trama con unos personajes propios de la América de hoy, que están "en el más profundo invierno de sus vidas": una chilena, una joven guatemalteca y un maduro judío. EFE

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Isabel Allende. Foto: Difusión

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