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Una de las mejores escenas eróticas de la historia del cine está hacia la mitad de Primera victoria, un film bélico que Otto Ludwig Preminger dirigió en 1965. El marino interpretado por John Wayne está a más de tres metros de distancia de la enfermera encarnada por Patricia Neal. Hay entre ellos un juego de miradas, y la cámara baja hasta los pies de Neal, que se quita un zapato empujándolo con el otro. Luego la escena funde en negro. Todo transcurre en menos de un minuto.

Hace años que Hollywood perdió esa sutileza, pero al parecer no ha aprendido a reemplazarla por otra. Si algo hay que objetarle a estas 50 sombras de Grey no es su obscenidad (que en realidad es mínima, por no decir inexistente) sino su obviedad, la simplonería de su anécdota y su diseño de personajes, el convencionalismo de sus resoluciones a nivel de puesta en escena. El material es decididamente secundario, y no hay un solo intento por parte de su directora Taylor-Johnson de trabajarlo con un mínimo de creatividad.

Reconozcamos que es prolija. Con una historia que a nivel de situación y diálogo bordea el ridículo y a veces incursiona en él, la película logra cierto empaque formal: una pulcra fotografía en color y pantalla ancha, cierto ojo para el encuadre, una música de Danny Elfman que no suena como el habitual Danny Elfman pero acompaña adecuadamente lo que está sucediendo en la pantalla.

El problema es que sucede poco, y lo que sucede no importa. En largos trechos de su relato, la película opera casi como un documental acerca de la vida de los ricos y famosos, con una cámara que se regodea en ejercicios con planeadores, cenas o reuniones en lugares sofisticados, y una frecuente presencia de autos caros.

Ah, sí, también está el sexo, que se supone rudo pero que el fotógrafo Seamus McGarvey siempre se las arregla para filmar de modo que el espectador (y probablemente, particularmente la espectadora) no se sienta incómodo/a. Con frecuencia, ver sexo en el cine da la sensación de estar espiando por el ojo de la cerradura, pero lo que la película muestra aparece más bien estilizado, con esmeros de composición del cuadro y buen color. Nada para enojarse.

Hay que poner en el haber de la protagonista Dakota Johnson cierta dosis de frescura que le permite inyectar un mínimo de interés humano a su joven ingenua, atrapada en medio de un cuento de hadas oscuro. No cabe decir lo mismo de su compañero de reparto Dornan: literalmente, es un buen mozo de madera. Y puede haber dos películas más.

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