Crítica

El otro lado de la esperanza es la segunda parte de una presunta trilogía sobre los refugiados que llegan a Europa, iniciada con El puerto.

El cine de Aki Kaurismaki, el más internacional de los directores finlandeses (el otro es Mika, su hermano) siempre se ha caracterizado por un humor planísimo, un universo de personajes peculiares al servicio de una estética clásica y cinéfila. Uruguay ha seguido bastante su carrera desde la primera, Ariel hasta El puerto. Entre sus películas más conocidas habría que incluir La muchacha de la fábrica de fósforos, Juha y El hombre sin pasado; con alguna de ellas ha ganado premios en los principales festivales internacionales. 

El otro lado de la esperanza es la segunda parte de una presunta trilogía sobre los refugiados que llegan a Europa, iniciada con El puerto. En aquella, era el vínculo de un local con un inmigrante africano, ahora es la llegada de un refugiado sirio que se cruza con un viajante de camisas que se recicló como dueño de un bar.

La película sigue esas dos vidas (uno acaba de separarse, el otro perdió a su hermana en algún lugar de Europa), que se dan una con otra casi sin quererlo. Así se comportan los personajes de Kaurismaki: pasan por esta vida tratándose de acomodar a lo que la vida les pone a la nada. Siempre lo consiguen sin poner demasiado empeño. Son capaces de poner un restaurant de sushi sin saber nada de sushi, por ejemplo.

Eso es parte de la gracia de esta película que le dio a Kaurismaki el Oso de Plata al mejor director en Berlín. Y en ese tono, de comedia que no es negra, ni parece pretender ser comedia, se las ingenia para colar cierta reflexión sobre la nueva Europa y sus intolerancias o la crisis humanitaria siria (el protagonista explica mirando a la cámara la realidad en Alepo, por ejemplo) pero lo que más parece interesarle es lo de siempre: cómo se las ingenian sus personajes para seguir a su aire en un mundo así de indiferente.

El cine de Kaurismaki, es simple y clásico. O sea cine puro.