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Sonia Braga conquista Mar del Plata con "Aquarius"

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Foto: Difusión

La programación sigue siendo excelente. Lo mejor de la jornada fueron dos films argentinos que abarcan el compromiso de la parternidad y "Aquarius": una joya brasileña que está triunfando por el mundo.

El silencio
Arturo Castro Godoy vivió hasta los 16 años en Caracas, su ciudad natal. Luego se mudó a Santa Fe para estudiar humanidades pero no resultó: eligió el cine. Hizo bien. Su primer largometraje tiene el pulso de un cineasta experiente, con una cadencia bien llevaba, una dirección de actores logradísima y una tensión que se va volviendo cada vez más pesada, explotando en una hermosa escena que podría definir el tono de la historia: el protagonista escucha una confesión y se le caen las lágrimas sin mover un solo músculo de la cara.

Esta es una película caminada, porque la cámara sigue al protagonista con un lente que busca el primer plano del personaje sin despegarse de su nuca. Tomás Amadeo es un chico afortunado: buena casa, una madre presente, una novia linda, amigos divertidos y toda la música que le apasiona a su disposición. Sin embargo hay algo en su silencio y en la pronfundidad de su mirada, en la forma en que aprieta la mandíbula, que delata una tristeza, un conflicto por resolver al que debe enfrentarse cuando su novia queda embarazada.

Cuando deciden ser padres, toda su inmadurez entra en crisis, y decide, como un cliché asumido, ir en busca de su padre ausente, en un pueblo donde “nunca pasa nada”. Una vez en Los espejos encuentra la forma de dar con él y se encuentra con un hombre tosco, bohemio y trabajador que tiene una esposa joven y un hijo pequeño. Todo eso que no le puedo dar a él. Pero Tomás se encuentra, contra todos sus pronósticos, con un buen tipo que parece no darse cuenta de su identidad, o en todo caso que no tiene una explicación convincente que dar.

El silencio es una película de estados y de conflictos íntimos, con actuaciones poderosas (Alberto Ajaka es un actor que puede hacer lo que quiera) y con una energía que se mueve entre la culpa, la tensión, la amargura y el cariño.

Los globos
Esta es una obra que podría emparentarse a El silencio. Otra vez el eje está puesto en el compromiso de la paternidad, y también es una ópera prima. Mariano González se declaró un admirador de los oficios. “Me gusta lo que se hace con las manos y cómo te trabaja la cabeza cuando uno está haciendo un oficio”. Para describirse, agregó que no había estudiado ni cine ni ninguna otra carrera universitaria: pintó casas, armó bicicletas, aprendió a hacer globos y piñatas en el taller de un amigo, el mismo que usó para rodar este film. “Escribí pensando en la producción. ¿Qué tengo? Tengo un hijo, una ruta, el taller de globos y un auto. Había sido padre hacía poco y eso me había movilizado. Mezclando todo eso surgió esta historia”, contó.

Gónzalez no tenía ninguna experiencia en cine, sin embargo guionó, dirigió, protagonizó y montó su película. Y el resultado es brillante. Este es un relato durísimo, sucio, descarnado y rudo, con un padre del que poco sabemos. La información es mínima, una herramienta bien usada para que el espectador pruebe distintas conjeturas vinculando a los personajes. La introducción sería esta: un hombre fue padre sin quererlo y sabiéndolo tarde. El niño (interpretado por Alfonso, un niño prodigio que es hijo del director) perdió a su madre en un incendió y fue criado por su abuelo, que no puede tenerlo más y ahora, como una carga, pasa a manos de su padre.

A lo largo de la película el niño se mueve como un paquete, con adultos que no se ocupan de él como deberían ni son cariñosos. Pero Alfonso no lo nota y sigue siendo un niño encantador, lleno de buenos comentarios y predispuesto a cambiar de planes con el adulto que sea. Una cámara en mano apoyada en un diseño de sonido hiper realista, muestra a Matías permanentemente en movimiento: teniendo sexo, cocinando, fumando, haciendo globos, entrenándose, y cargando a un hijo que piensa abandonar. Un retrato crudamente emotivo que coloca a este director debutante como una de las más grandes sorpresas de este festival.

Si no puede ver el video, haga click aquí.

Aquarius
La nueva película del excelente cineasta brasileño Kleber Mendoça Filho (O som ao redor, entre varias) hinca el diente en una fractura social que bien podría funcionar como una metáfora de los últimos acontecimientos en la polítca brasileña (de hecho el film ha viajado por el mundo como bandera del “Fora Temer”, incluso se exhibió en actos a favor de Dilma por todo el Brasil).

Se puede envejecer o se puede ser Sonia Braga, una actriz hermosa, magnética, que toma cada plano de esta espléndida película. El relato está fragmentado en tres capítulos: el pelo de Clara, el amor de Clara y el cáncer de Clara. El epicentro es la casa de esta periodista musical y escritora de 65 años que sobrevivió a un cáncer, es viuda, escucha música para acompasar sus emociones (una tremenda banda musical que suena en vinilo es coprotagonista de esta historia), cada mañana se sumerge en las peligrosas aguas de Boa Viagem y adora salir a bailar.

Clara lleva toda la vida viviendo en el mismo apartamento del edificio Aquarius, allí crecieron sus hijos, fue feliz con su marido y todavía sigue siendo un punto de encuentro familiar. Un lugar que, como dirá en una escena, “si les gusta a los jóvenes les parece vintage y si no les parece viejo”. La decoración está cargada de objetos, muebles, discos, libros, fotos y cuadros que lo convierten en un espacio irrepetible, imposible de mudar.

Es, evidentemente, una forma de hablar de la memoria, del valor emotivo de los espacios y las cosas que se impregnan de nuestra historia. Y, en contraposición, de esta tendencia frenética que están teniendo las constructoras de barrer el pasado para convertir las viviendas en ratoneras de lujo mal construidas, seriadas y con más amor por la vigilancia 24 horas que por el diseño.

La capitalización de la economía, la vivienda, de la vida, toca la puerta de Clara en boca de un viejo conocido y de su nieto Diego (crítica a un sistema de lazos familiares que mueve el poder en este país...y en la región) que quieren -una vez más- ofrecerle dinero en efectivo por su casa. Clara es la única sobreviviente de este complejo fantasma, trancando así un proyecto y molestando a los herederos de sus vecinos que quieren concretar la venta para hacerse del dinero.

Este constructor, un joven pasivo agresivo con actitud inocente, hará lo que sea necesario para sacarla del edificio y remodelarlo. Representa la postura de una parte de su generación, que estudia en Estados Unidos, que mezcla palabras en inglés, que habla de derecho a tomar su lugar, que sienten que este es su momento y ofrece un falso respeto cuando en realidad lo invade una soberbia -a veces racista-, egoísta y desconsiderada. Uno de estos personajes le soltará a Clara una de las frases claves del film: “Me conoció de niño, pero no tiene idea de cómo soy de adulto”. Diego hará cualquier cosa para ahuyentarla de su hogar: incluso organizar orgías en el piso de arriba, defecar en las escaleras, organizar reuniones de una iglesia pentecostal (de la que es dueño, otro mal brasileño) y mucho más.

A todas las intimidaciones Clara responder con belleza, equilibrio y alegría, sin perder la decencia y determinada a ser resistente. Aquarius es la voz de una generación en el cuerpo y alma de una presencia mítica como es Sonia Braga, una actriz luminosa, que sin imaginarlo terminó convirtiéndose una vez más en el rosto de una obra de arte fundamental para su tiempo.

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El eterno femenino de una imaginativa pintora
Foto: Difusión

cineMARIÁNGEL SOLOMITA

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