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"Tengo algo solitario bien uruguayo"

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Israel Adrián Caetano. Foto: Darwin Borrelli
Israel Adrián Caetano, el director uruguayo radicado en Argentina.
Foto: Darwin Borrelli

El director analiza su nueva película: El otro hermano, una historia cruda y fuerte

Es uno de los grandes directores argentinos (y eso que nació en Uruguay) y aunque su Pizza birra y faso (dirigida a medias con Bruno Stagnaro) fundó el nuevo cine argentino, en su obra hay mucho cine clásico: es un heredero de Leopoldo Torre Nilsson (a quien admira) pero también de Adolfo Aristarain. Eso queda bien claro en El otro hermano, su nueva película que se estrena este jueves en Uruguay. Es un western/policial bien duro con Daniel Hendler (con 10 kilos de más) como un muchacho que llega de Buenos Aires a un pueblo perdido en el Chaco porque murió su madre asesinada por su marido. Allí lo espera Duarte (un Leonardo Sbaraglia irreconocible), un sujeto desagradable que le promete cobrar un seguro. De hecho, todos son desagradables en esta película que es una adaptación de una elogiada novela de Carlos Busqued.

Es un trabajo por encargo para Caetano pero sin embargo consigue transmitirle la misma personalidad de sus mejores películas entre las que habría que ubicar Bolivia (2001), Un oso rojo (2002) Crónica de una fuga (2006). En Uruguay dirigió Uruguayos campeones (2004), un proyecto televisivo que emitió Canal 4. En la televisión argentina dirigió hitos como Tumberos, Disputas y escribió guiones para uno de los fenómenos televisivos del año pasado, El marginal. Actualmente está dirigiendo una miniserie biográfica sobre Roberto Sánchez, Sandro. Es un director de pulso clásico que sabe contar sus historias y qué necesitan para ser contadas de la mejor manera cinematográfica.

Mucho menos parco de lo que aparenta, Caetano recibió a El País en Buenos Aires luego de una función exclusiva de su nueva película y habló de cine, de El otro hermano y qué le tira de Uruguay (una pista: es amarillo y negro).

Recién en la conferencia de prensa, te referiste a algo con un "quizás es porque soy uruguayo". Después de tantos años en Argentina, ¿qué queda de uruguayo en vos?

—No sé, si me tira algo, me tira Peñarol. Pero hay algo contemplativo en mi que debe ser uruguayo. Siempre que voy a Uruguay me pongo en la rambla a mirar el agua y me puedo quedar horas, tomando mate, sin hablar. Me da paz. Y eso combinado con el vértigo de Argentina me compone como persona. Y tengo algo solitario bien uruguayo. Eso de contemplar me ayuda en el cine.

—Esta película está firmada por vos en encuadre y dirección. ¿Por qué esa salvedad?

—Sí, me adueño del encuadre. Yo pongo la cámara, elijo el lente y si bien dialogo con el operador y con el fotógrafo, me gusta encuadrar. Y además soy admirador de Leopoldo Torre Nilsson y en algunas películas él ponía "encuadre y dirección". Me interesa mucho la narrativa y la forma de narrar y por eso me cuesta mucho dejarlo en manos de otro.

—En ese sentido, en El otro hermano, ¿cómo trabajás, desde el encuadre, la amoralidad o la violencia?

—Acá había un encuadre muy particular porque esta es una película en la que el fuera de campo no existe. Eso es algo que en Francia había trabajado mucho. Y también en Crónica de una fuga, porque ellos escuchaban pero no sabían qué había afuera. En ese sentido, El otro hermano es una película casi obscena, pornográfica de a ratos pero no es degenerada, no es barata...

—Sí, eso se ve en los primeros planos, por ejemplo...

—Es cruda, se ve lo que se tiene que ver y no escatima información. Cuando tiene que mostrar la foto de esos cadáveres destrozados la muestra. Es hasta gore. Cuando leí la novela fue como una patada: el autor no tiene consideración y a mí me pareció que la película tenía que ser fiel a lo que había escrito ese hombre. Y por eso se tenía que ver lo que se tenía que ver. Así que la película va y muestra: cuando precisa un primer plano, lo hace, y cuando precisa un contraplano, lo hace y un detalle de un escarabajo pisado, también. A mí me ayudó mucho lo directo y cruel que tenía la novela y eso me pautó el encuadre y el lenguaje de la película.

—Aunque recién dijiste que no lo veías como un western, a mi me pareció el tono de western fantástico de La venganza del muerto de Clint Eastwood. Eso de qué no sabés en qué mundo sucede, si están todos muertos o vivos, por ejemplo.

—Sí, y hay una película muy rara con Jack Palance, de la que nunca me acuerdo el nombre (seguramente sea Bienvenido a la ciudad sangrienta de 1977) y era como que a los delincuentes los recluían como en un pueblo del oeste a que se matan entre ellos. Era increíble.

—Sí y en El otro hermano hay algo de ese aislamiento. No hay extras, como si fueran ellos solos en ese mundo.

—Sí, no hay extras. Es eso. Ese pueblo es la soledad absoluta. Es gente que compra y vende, hay insectos, no hay más que lo que ves. No hay un plano panorámico del pueblo, hay solo un mapa en la comisaría tapado por un mueble. No escatimo información: es lo que se ve.

—¿Y no hay nada fantástico?

—No. Los únicos espacios que se ven —el cementerio y el del final— son lugares crueles también. Siguen siendo claustrofóbicos, no tienen escape porque están condenados a vivir ahí. Y todos los personajes son como veteranos de una guerra y quedó un pueblo desolado, sin Estado, sin gobernantes. Es medio Mad Max, también. Y están los insectos que son los únicos que sobreviven en la era nuclear. Ahí hubo un pueblo incipiente pero hoy no hay niños, por ejemplo.

—Sí, por eso me recordaba La venganza del muerto...

—Es un western cruel ese de Eastwood. Yo me acordaba también de Deliverance, la de John Boorman que es algo que no te da respiro y que cuando termina tampoco te vas aliviado. Hasta dónde es capaz de llegar al ser humano.

—Cuando encarás un proyecto así, ¿sabés el impacto que va a tener?

—Yo sé de qué trata la peli porque tengo que adaptar una novela...

—Fue un laburo por encargo.

—Sí, y respeté la novela de este hombre que estaba retratando un mundo sin esperanza, cruel, sin ningún tipo de concesión. Sabía que estaba hablando de ese mundo, que era un western despiadado, sin héroes. Y que también era un policial negro, porque son monos que se están peleando por muy poco dinero. Unos locos que están matando por dos mil dólares.

—Y también está presente una amoralidad que quizás venga de la dictadura argentina.

—Es que la violencia está naturalizada. En ningún momento el personaje de Hendler mira asombrado al otro por lo que le está diciendo. Nadie se asombra de la crueldad.

—Y ese otro hermano, en realidad no es el que uno piensa y hay muchos hermanos.

—Eso en la novela no estaba tan a flor de piel pero en realidad son hermanastros y yo pensé que ese era el único vínculo afectivo al que aferrarme para poder construir hacia el final que alguien defienda a alguien. Y en esa relación es que radica la pequeña, ínfima, historia de amor que pueda haber.

—Todo es cruel acá, ¿te interesaba eso?

—Lo que matiza mucho la peli es el humor negro que eso tiene. Cuando Hendler tira las cenizas de su familia, es tal la parsimonia con la que se lo toma, que causa gracia.

—La película incluye una escena de violación, ¿no es un poco mucho?

—Sí, es tremendo eso. Pero yo necesitaba que odiaran un poco más uno de los personajes de la película.

—Ya había quedado claro.

—Había cosas peores en la novela. Y era como una declaración de principios. A mi me da escozor esa escena.

—Es fea.

—Esa es la palabra para definirla. Era descarnada y es así la película.

—El diseño de arte, que tiene una relevancia notable en la película es de un uruguayo, Gonzalo Delgado Galiana. ¿Cómo fue trabajar con él?

—Muy bien. Es un campeón. Un talento, pensamos lo mismo, y lo precisé mucho.

—Empezaste la biopic de Sandro, así que tenés mucho trabajo y no vas poder ir a Montevideo a contemplar.

—Sí, empecé con eso. Vamos a ver cómo sale. Así que espero que a fin de año pueda ir a Montevideo a contemplar tranquilo.

El gran narrador del cine argentino.

Un western pos-apocalíptico, un policial negrísimo en un mundo amoral, un relato nihilista sobre la condición humana. Caetano es el gran narrador clásico del cine argentino desde Adolfo Aristarain. Hay que tener su pulso para llevar adelante una historia en la que todo está contado desde el desastre vivencial de personajes bien feos: el comisario que hace un Sbaraglia con un tono que le es ajeno y que sortea con solvencia y un Hendler, con 10 kilos de más pero con la dosis justa de maldad e incredulidad que pedía su personaje. El diseño de producción del otro uruguayo del proyecto, Gonzalo Delgado, es magistral para pasar de lo barroco lumpen a lo despojado, a medida que los personajes se van mostrando como un puñado de reverendos cretinos.

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Israel Adrián Caetano. Foto: Darwin Borrelli

ISRAEL ADRIAN CAETANO

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