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¿Cómo es la secuela de "Borat", la película más política de Sacha Baron Cohen?

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Sacha Baron Cohen

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Las nuevas aventuras del ficticio periodista kazajo se estrenaron en Amazon Video y es una comedia con cámaras ocultas que logra momentos cómicos y políticamente directos

Borat usa el cantero de flores frente al Trump International Hotel en el Columbus Circle de Nueva York como baño de hombres. Sacha Baron Cohen, su creador, toca el violonchelo y planea tomar algunas clases de Zoom de los maestros.

Borat mantiene a su hija adolescente en una jaula: “¿Es más bonita que la jaula de Melania?”, le pregunta. A Sacha Baron Cohen, que alguna vez soñó con ser chef, le encanta cocinar para su familia.

Borat compra una torta y pide que le escriban en glaseado algo como “Los judíos no nos reemplazarán”. Sacha Baron Cohen es un judío observante que habla hebreo y trabaja con la Liga Anti-Difamación en “Stop Hate for Profit”, una campaña para detener el odio en las redes sociales.

Borat canta una cancioncilla sobre la gripe de Wuhan y pide mutilar a los periodistas “como hacen los saudíes”. Sacha Baron Coen habla con los periodistas de Borat: A Subsequent Movie Film (está en el servicio de Amazon Video), la película del momento.

Sacha Baron Cohen, además, está en El juicio a los 7 de Chicago, la película de Netflix que probablemente le dé una nominación al Oscar. Y Borat quizás tenga la culpa de todo lo que nos está pasando.

No es eso, igual, por lo que todo el mundo habla de Borat, el periodista kazajo que, 14 años después de su primera visita a Estados Unidos (en Borat, de 2006) vuelve en pleno ciclo electoral. El centro de sus burlas son Donald Trump y su entorno, incluyendo una escena confusa en la que participa el abogado del presidente, Rudy Giulliani, y una irrupción en medio de un discurso del vicepresidente Mike Pence. También se mofa de los kazajos, que acá son pintados como endogámicos, misóginos y antisemitas, lo que se supone es parte del chiste.

Esta vez, la historia comienza con Borat en trabajos forzados por humillar a su país con la primera película. Su gobierno le da una oportunidad de redimirse: volver a Estados Unidos y entregarle una ofrenda al presidente Trump en un gesto de buena voluntad diplomática. El regalo termina siendo Turta (la actriz búlgara Maria Bakalova), la hija de Borat. El vínculo entre los dos es una subtrama divertida.

El formato es básicamente el de cámara oculta, el mismo recurso que Baron Cohen desarrolló en personajes como Ali G, Bruno y en su programa Who Is America, en el que ponía en ridículo a sus entrevistados disfrazado de pintorescos personajes.

Así, la película está armada con sketches bastante graciosos, si el humor que le gusta es algo grosero e infantil pero con ánimo de denuncia y advertencia. Ocupa en esta campaña el papel que en la anterior jugó el documentalista Michael Moore.

Acá, Borat y su hija se cruzan con una instagramer cazafortunas (es una actriz, no un personaje real), una señora que enseña buenas costumbres (es real) y van a un baile de debutantes (son gente real pero les pagaron por participar en la fiesta a los que no sabía quiénes era Baron Cohen). Lo que funciona es la sorpresa ante los desastres y los comentarios siempre racistas de Borat. Hacen cualquier cosa.

En otra momento, Baron Cohen pasa un par de noches en una casa con dos hombres que se aferran a las teorías de la conspiración y odian a los liberales. Baron Cohen quería demostrar, según dijo a The New York Times, que esos americanos, a menudo criticados por su rusticidad, “son personas comunes, buenas personas alimentadas con una dieta de mentiras”. Son votantes de Trump, claro.

“Mi objetivo aquí no era exponer el racismo y el antisemitismo”, dijo Baron Cohen sobre esta secuela. “El objetivo es hacer reír a la gente, pero revelamos un peligroso deslizamiento hacia el autoritarismo”.

Algunas escenas incluyen un alto grado de dificultad: como cuando Borat se cuela en un discurso de Pence (está diciendo que la pandemia está controlada; era mayo) ante la Conferencia de Acción Política Conservadora. Iba disfrazado de Trump y llevaba en el hombro a Bakalova, que es el regalo de Kazajstán para el “viceprimer ministro”. Para poder sortear la seguridad, Baron Cohen entró vestido de miembro del Ku Klux Klan y se disfrazó de Trump en un baño en el que estuvo esconcido por cinco horas. Termina escoltado por el Servicio Secreto, la policía y la seguridad interna. Es lo más punk de toda la película.

En el momento más polémico y más promocionado de Borat: A Subsequent Movie Film se ve a Rudy Giuliani seguir a Bakalova (haciéndose pasar por periodista) a un dormitorio, recostarse en la cama y poner sus manos sobre la bragueta.

Giuliani, uno de los hombres más poderosos del entorno presidencial, alegó que se metía la camisa en los pantalones después de quitarse el micrófono y le dio intención política a su inclusión en los adelantos de la película. Las dos cosas pueden ser ciertas: la escena es confusa y el montaje, sospechoso.

La polémica sirvió: Amazon anunció que “millones” (estas compañías no suelen dar datos precisos) de sus usuarios habían visto la película en los primeros días después del estreno convirtiéndola en uno de los grandes éxitos de la plataforma.

Así que es de suponer que Baron Cohen consiguió lo que quería. Ahora solo espera tener más suerte que Michael Moore.

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