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La nostalgia tiene música y mucho baile

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La La Land. Foto: Difusión

Se estrenó una de las favoritas al Oscar, un musical tan bueno como los modelos que homenajea.

Del resurgimiento del western y la comedia musical se suele hablar —en una estrategia de marketing de la que ya deberíamos librarnos— con una frecuencia quinquenal. Hay quienes exageran incluso hablando cada cinco o seis años de resurrección cuando esa condición ha aplicado, se sabe, para una sola persona y nunca para un movimiento, género o revolución.

Esa clase de especulaciones no cabe utilizarlas, está clarísimo, a los géneros que están vivos pero, vamos que tampoco a los que están muertos.

Las de cowboys y la comedias musicales (junto a las de guerra) son géneros inexorablemente americanos. Las bélicas han tenido otro destino y se han convertido en un rito de pasaje para confirmarse como director en serio (lo que seguramente haya nacido en el desembarco inicial de Rescatando al Soldado Ryan y alcanzó su mejor momento con el díptico de Eastwood sobre la Segunda Guerra) como demuestra el que Nolan ya tenga lista su Dunkerke o que Gibson acabe de estrenar Hasta el último hombre.

Pero el western y el musical funcionan más a impulsos personales. Es así que desde Los imperdonables, y eso es 1992, hasta las más recientes Los ocho más odiados y Los 7 magníficos o desde Moulin Rouge, pasando por Chicago y Dreamgirls, hasta esta La La Land, se ha venido repitiendo eso que se trataba del comienzo de una nueva edad dorada de unos géneros que ya habían pasado su edad dorada cuarenta, cincuenta, sesenta años atrás. Eso no va a volver a pasar.

La La Land es la nueva película de Damien Chazelle, quien hace un par de años demostró bastante pulso para un debutante con la ruidosa Whiplash y que acá consigue una película que destila amor a la música y a una ciudad, sí, pero también a una manera de contar las historias. La La Land podría haber sido un soso relato de dos artistas enamorados detrás de sus sueños en Los Angeles y que enfrentan obstáculos finalmente superables; Chazelle consigue con eso, una obra maestra.

Es la historia de Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz que busca un papel mientras es camarera en un bar dentro de los estudios de la Warner (nada menos) y que se cruza con Sebastian (Ryan Gosling), un pianista fundamentalista del jazz que es despedido de un trabajo en un restaurant por su tendencia a torcer la velada de los comensales para el lado del free jazz. La película sigue esa historia de amor que empieza a complicarse cuando inevitablemente sus sueños entran a cumplirse. La fama es un lío.

Todo transcurre entre espontáneas canciones y números de baile en los que los protagonistas y unos secundarios interesantes demuestran intespestivamente lo que sienten. Eso es lo que indica el protocolo del género y acá se trata de cumplirlo a rajatabla.

Así, están citados los clásicos americanos del género (Bailando bajo la lluvia, Sombrero de copa, Amor sin barreras) pero también el Jacques Demy que llevó el género a Francia con Los paraguas de Cherburgo y, principalmente Las señoritas de Rochefort). El conjunto de influencias le queda impecable.

Chazelle, que tiene 31 años, decidió filmar los números musicales en una sola toma, lo que le aporta una movilidad propia del cine a un género que en ejemplos recientes (Chicago, Les miserables) se ha limitado a la puesta teatral espectacular. La escena inicial, un masivo número en plena autopista de Los Angeles, es un buen resumen de la capacidad cinematográfica (y logística) con la que Chazelle suele pensar las escenas. Y es un tipo muy imaginativo.

Para eso, se rodea de gente de la que suma. La pareja de Stone y Gosling (en su tercer coprotagónico) aportan sus rostros de inocente sorpresa (ella) y cansancio de melancolía (él), además de bailar y cantar a la altura de la demanda. Para lucirlos está la música de Justin Hurwitz, quien junto con la fotografía de Linus Sandgren (y su uso del color) aportan buena parte de todo lo bueno que hay en La La Land.

Los escenarios, además, son de una Los Angeles de película pero a la vez con rasgos mágicamente realistas, incluyendo un emotivo baile en la bóveda del planetario en el que James Dean se aburría soberanamente en Rebelde sin causa. Es una película llena de amor al cine y al jazz, un gusto sobre el que Chazelle vuelve a insistir.

La la Land —que figura como una de las grandes favoritas del Oscar y ha venido cuanto premio y reconocimiento hay en la vuelta— no es otra cosa que cine de la nostalgia. En esa categoría también figura Aliados, la sorprendente nueva película de Robert Zemeckis con Brad Pitt y Marion Cotillard paseando entre Casablanca y la Londres de la guerra que se estrena la próxima semana en Uruguay.

Ambas son películas nostalgiosas, no de un tiempo pasado que fue mejor (La la Land transcurre en una Los Angeles detenida en el tiempo; Aliados pasa en la guerra, un momento que no está bueno) del cine o, para no ser tan tremendistas a un tipo de cine.

"Cómo se puede ser un revolucionario, si se es tan tradicionalista", le increpa un músico aggiornado al inamovible Sebastian. Con La La Land, Chazelle le encontró solución a ese teorema.

Tres meses de ensayo para la coreografía

"Nuestra coreógrafa, Mandy Moore comenzó a trabajar con Ryan y Emma en los números musicales tres meses antes de empezar a filmar la película", le dijo el director de La La Land, Damien Chazelle a The New York Times. "Ellos comenzaron a desarrollar la coreografía y a ensayar en un estudio de baile. Pero eventualmente necesitaron transferirse a la locación real. Ese fue parte del desafío con esta película: hacer las cosas que en otros tiempos se hacían en estudios de grabación o en un set de filmación, aquí lo hicimos en las locaciones reales con los elementos. Hacer esta película implicó adaptar una coreografía que se había desarrollado en un estudio a una carretera inclinada llena de baches y suciedad. Una vez que llegamos a la ubicación, lo que realmente necesitábamos filmar era la cámara. Creo que el tercer bailarín en este número que no ves en pantalla es precisamente la cámara", dijo Chazelle.

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