CRÍTICA

Una de las voces más refinadas del cine estadounidense vuelve a la animación

Isla de perros es la nueva película del cineasta estadounidense Wes Anderson. Es una fábula canina, pero no se escuchan ladridos. Apenas unos aullidos. Sí se oye a los personajes principales, un grupo de perros aburguesados que fueron exiliados a una isla repleta de basura, hablar en un inglés calmo y locuaz. Detrás de las personalidades de los animales están, con sus voces, Bryan Cranston, Edward Norton, Bill Murray y Jeff Goldblum, entre otros.

La comprensión del idioma perruno no es el único detalle lingüístico que llama la atención en Isla de perros. La historia se ambienta en un futuro ficticio de Japón y un cartel anuncia, al principio, que los humanos que aparecerán en la película hablarán en su idioma nativo, no serán subtitulados y serán traducidos, ocasionalmente, por una intérprete bilingüe, una estudiante de intercambio y un aparato electrónico.

Ocultar parte de los diálogos a la mayoría de los espectadores es una de las tantas decisiones que hacen del nuevo trabajo de Anderson una de sus películas más atrevidas a la fecha. El director es un maestro explorando, de formas estéticamente inolvidables, las dificultades dentro de las relaciones familiares y amorosas. En Isla de perros, sin embargo, Anderson parece querer expandirse narrativamente más allá de los dramas personales.

Mediante la búsqueda incesante por el perro perdido de Atari, un niño huérfano y habilidoso que fue criado por su tío -el alcalde Kobayashi, líder de la ciudad de Megasaki-, Anderson trata la paranoia social, la corrupción política, el poder de la verdad (a través del periodismo) y claro, la relación maravillosa que puede generarse entre un humano y un perro. Más especial es ese vínculo si ese amo es un niño de 12 años, como Atari. u201cA los perros les encantan esosu201d, dice uno de los canes exiliados por el político en un elaborado plan para deshacerse de los cuadrúpedos, acusados de cargar con una plaga incurable.

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Ese relato se narra con marionetas, en una historia que se rinde ante la cultura y el arte japonés en varias de sus disciplinas: el cine, la pintura y hasta la gastronomía. Isla de perros es la segunda película animada de Anderson, responsable de la oscarizada El Gran Hotel Budapest y la repetida en el cable, Los excéntricos Tenenbaum. Entre medio, Anderson probó (y conquistó) la animación fotograma por fotograma con Fantastic Mr. Fox, en la que adaptó un cuento de Roald Dahl (creador de Matilda) utilizando las voces George Clooney y Meryl Streep.

Un elenco extenso, diverso y célebre vuelve a repetirse en Isla de perros. Además de la presencia de colaboradores frecuentes del cinesta como Murray o Goldblum, también hay nuevos rostros (o más bien, voces) como los de las actrices Scarlett Johansson y Greta Gerwig. El director reutiliza en sus personajes caninos parte las personalidades más populares de los actores (el excéntrico Goldbum es un perro dedicado a los chismes, por ejemplo) y aunque uno podría cuestionarse la utilidad de las celebridades en una animación, en Isla de perros las voces de las estrellas juegan con el estilo de comedia de Anderson, en el que los diálogos carecen generalmente de emoción para enfatizar, posteriormente, los momentos de mayor impacto en los personajes.

Visualmente, el cine es el espacio más recomendable para atender al lujo de detalle que hay en una producción así. Desde el movimiento del pelaje en los perros o un plano cenital que muestra el paso a paso del sushi, hay mucho que admirar y poco tiempo para hacerlo.

Lo mejor del cine de Anderson, de todas formas, sigue siendo la atención inmediata que sus películas exigen. Su amor por los decorados y su uso de la simetría (elementos también presentes en Isla de perros) se han convertido en sus marcas personales. Es hora de sumarle su facilidad para contar historias memorables.