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Hollywood descubre otra vez la Guerra Fría

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Hanks en nuevo film de Spielberg que rememora los conflictos entre dos potencias.
Jaap Buitendijk

Los rusos (o por lo menos los comunistas) dejaron de existir como villanos en el cine de Hollywood hacia fines de los años ochenta, cuando cayó el Muro de Berlín y, poco tiempo después, la Unión Soviética era solo un mal recuerdo del pasado.

Después del 11 de septiembre de 2001, Medio Oriente pudo aportar un puñado de malvados, pero la industria se ha curado por lo general en salud aclarando que los perversos son los extremistas islámicos y que en cambio el islam (como lo sostuvo cierta vez George W. Bush, presidente altamente conocido por su inteligencia) es una religión de paz. Los narcotraficantes latinoamericanos han cumplido también un papel como malvados, y buenos blancos para la puntería del héroe de turno.

De Rusia solo quedó para alimentar un cine de perfil aventurero o de suspenso las maldades de la Mafia rusa, que al fin y al cabo es apenas una variante del capitalismo salvaje. Con los chinos, que han logrado un maravilloso equilibrio que debe ser el sueño dorado de todo amante de los autoritarismos (una combinación perfecta de capitalismo salvaje con Estado policial) nadie quiere problemas porque China es un mercado demasiado grande para el cine occidental, y agarrárselas con el payaso que gobierna Corea del Norte, como lo hizo esa comedia idiota llamada The Interview, es en realidad meterse con los más chicos. La industria del entretenimiento necesita villanos más consistentes, y los extraterrestres ya están demasiado usados. Tampoco se puede volver a los japoneses, que ahora son amigos, y siempre quedan los alemanes, pero solo los de los tiempos del Tercer Reich (aunque el fenómeno del resurgir de la extrema derecha en Europa está pidiendo a gritos una buena película).

Es posible que Vladimir Putin le esté dando una mano a Hollywood para volver a las andadas. Sus pretensiones de convertir a la Federación Rusa en una superpotencia son en realidad pura cháchara para la autopromoción interna (el PBI ruso es hoy equivalente al del Estado de California), pero sus zarpazos en pos de un "lebensraun" ruso y su retórica antioccidental, que alcanzó un pico en las crisis de Crimea y Ucrania, permiten volver a esgrimir al Oso Ruso como una amenaza mundial.

Tal vez por eso Steven Spielberg tiene actualmente en posproducción Bridge of Spies, película protagonizada por su frecuente cómplice Tom Hanks y en la que también actúan Alan Alda, Amy Adams y otros. Se trata de una recreación de la historia del piloto norteamericano Francis Gary Powers, derribado por los soviéticos y sometido a juicio por espionaje. Hanks interpreta al abogado contratado por la CIA para defender a ese piloto/espía.

La Guerra Fría corre también al fondo de Granite Flats, teleserie que ha alcanzado una tercera temporada gracias a su reciente adquisición por parte de Netflix, y que se ambienta en un pequeño pueblo de Utah en la década del sesenta. Hay varias historias entrelazadas, pero una de ellas tiene que ver con un jefe de Policía que investiga la posibilidad de que alguien sea un agente de la KGB, y experimentos que ocurren en un laboratorio cercano.

También está llegando a su cuarta temporada la teleserie The Americans, protagonizada por Keri Russell y Matthew Rhys, sobre dos "topos" de la KGB instalados en Washington D.C. en los años ochenta. Y está recibiendo elogios en varios lados la serie alemana Deutschland 83, sobre un agente de la Stasi (la policía secreta de la RDA) infiltrado en Occidente. Tal vez haya que hacer una "remake" de aquella comedia de Norman Jewison llamada ¡Ahí vienen los rusos, ahí vienen los rusos!.

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