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Los fantasmas del pasado

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Cabe valorar, ante todo, dos intenciones que acompañan a Dios Local. En primer lugar, una apuesta por el terror, espacio ficcional poco frecuentado en el cine local, donde los intentos de hacer películas de género son más bien aislados y donde prima, por razones que exceden esta nota, el costumbrismo.

En segundo lugar, está el intento por ir a más: Gustavo Hernández se mantiene dentro del género que lo catapultó con su ópera prima (La casa muda, 2010, un suceso local con presencia en Cannes, difusión en 50 territorios y remake estadounidense) pero explora otros lugares y logra una película que se juega incluso en los límites del terror, ahí donde éste se cruza con el thriller psicológico y el drama puro.

El primer gran desafío al que apunta Dios Local es narrativo. Si La casa muda llevaba el terror a la asfixia del "plano secuencia" y el tiempo real con una cámara de fotos Canon EOS 5D Mark II y sacaba rédito de la austeridad, en Dios Local operan patrones distintos. En este caso, si bien se mantiene el mismo tipo de cámara, Hernández busca construir el efecto del terror mediante una narración fraccionada, interconectada y minada de flashbacks (que en algunos casos son determinantes para explicar los hechos del presente y que en otros pueden resultar algo secundarios aunque nunca atentan contra el ritmo).

La premisa es menos rutinaria que en la película anterior: tres jóvenes integrantes de una banda de rock (Agustín Urrutia, Mariana Olivera y Gabriela Freire) viajan a unas lejanas grutas en Lavalleja para rodar los videoclips de su álbum conceptual, que gira en torno a temas bastante oscuros. El grupo empieza a trabajar en el lugar y no tarda en irrumpir un extraño ídolo dentro de los túneles. El lugar, oscuro, húmedo, laberíntico, terminará por conspirar (en combinación con algunos sucesos traumáticos del pasado revelados al princpio y a lo largo de la película mediante flashbacks) contra los protagonistas. La ficción de las canciones cobra forma e invade sus mundos hasta volverlos de a ratos irreconocibles, llegando a un punto onírico.

El cometido de una película que se inscribe dentro del género del terror es, desde ya, asustar al público o al menos perturbarlo de a ratos. Los modos de hacerlo son variados: si bien Dios Local apela con más o menos pulso a varios de los más frecuentes (movimientos bruscos de cámara, apariciones repentinas, efectos de sonido) su mayor acierto en este sentido —y algo que probablemente sorprenda al que espere una suerte de continuación de La casa muda— es la psicología de los personajes. Los protagonistas no son meros maniquíes a merced de un lugar hostil que se los irá engullendo uno a uno o trastornando poco a poco sino que son los propios hacedores de gran parte de lo que pasa. Como en Otra vuelta de tuerca, el miedo en este caso viene dado por la zona gris en la que lo objetivo se mezcla con lo subjetivo. Ahí entran en juego las novedades narrativas (los mencionados flashbacks y los cruces entre los tres episodios que componen el metraje) y un coqueteo con el drama. Llantos, gritos, corridas y hasta un número musical: Urrutia, Olivera y Freire están exigidos a fondo en algún punto de la película y salen a flote en una película que permite desplegar matices actorales en clave de sufrimiento.

Dios Local es una feliz anomalía en el cine uruguayo, un filme de terror que se despega de las fórmulas clásicas del género, un valor en sí mismo. Hay una estética muy lograda y escenas impactantes (en especial, una que implica autos cayendo del cielo).

SABER MÁS

DIOS LOCAL (***)

Uruguay 2014. Dirección: Gustavo Hernández . Intérpretes: Agustín Urrutia, Mariana Olivera, Gabriela Freire. Guión: Santiago González, Gustavo Hernández (Argumento: Gustavo Hernández, Fede Capra, Santiago González, Ignacio Benedetti). Productor ejecutivo: Ignacio García Cucucovich. Fotografía: Pedro Luque. Diseño de producción: Federico Carpa.

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