Alguien dijo, y con mucha razón que los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne nunca hacen una película mala. Si eso se mide —probablemente no se haga así pero bueno, es una forma de medir prestigio— por la cantidad de premios que han recibido lo son.

Desde que Rosetta (en 1999) ganó la Palma de Oro en Cannes (cucarda que también consiguieron por El niño en 2005), estos hermanos belgas han sido favoritos de festivales y críticos. "Somos de Bélgica y de Cannes", dijeron alguna vez.

Su última película, Dos días y una noche, por ejemplo, según el sitio especializado imdb.com ganó 40 premios y tuvo 65 nominaciones a festivales y premios, incluyendo el de Mejor actriz en los últimos Oscar para su protagonista, Marion Cotillard. En Uruguay, porque existen los milagros, casi todas sus películas se estrenaron en el circuito comercial y en Cinemateca.

Su cine es económico en forma y en contenido. Básicamente se limitan a plantar la cámara y mirar lo que le sucede a unos personajes que siempre son obreros, marginales, viven de la seguridad social, son desempleados, o inmigrantes. Sus películas (El hijo, El silencio de Lorna, están ambientadas en la ciudad industrial belga de Seraing que alguna vez fue un centro siderúrgico clave en la economía de su país, y hoy por lo visto ya no lo es tanto, y es de donde vienen los Dardenne. El tono social de su cine proviene de sus orígenes como documentalistas para la televisión belga y jamás se desprendieron de él. Han sido cronistas del otro lado del sueño del euro.

Dos días y una noche es la peripecia de una mujer por evitar que la despidan de la fábrica. Está en medio de un juego perverso: los patrones pusieron como condición despedirla para que sus compañeros reciban un bono anual de mil euros. Es ella o el aguinaldo extra y lo deben votar los propios interesados. La película sigue a esta mujer en cada una de las escalas proselitistas con sus compañeros durante un fin de semana y en el camino pone en primer plano un debate moral: salvamos a uno pero perdemos todos o nos salvamos todos pero dejamos a uno en el camino. Cada uno de los encuentros revelan el fantasma de la inestabilidad laboral, lo desprotegido que están esos individuos que, parecen decir los Dardenne, para una nueva economíadonde se han vuelto descartables. Han dicho que para la película se inspiraron en Las miserias del mundo, el trabajo de 1993 del sociólogo Pierre Bordieu pero tambien hay algo de El horror económico de Vivan Forrester.

No todo es tan sencillo y si la razón de esa mujer (que es una depresiva que estuvo de licencia médica y quiere volver a sentirse útil) es entendible, quizás también lo sean los argumentos de muchos de sus compañeros para negarse a ayudarla. Es como una película neorrealista de suspenso.

Los Dardenne, cámara en mano como es su costumbre, van acompañando las pequeñas alegrías y decepciones de la mujer. La composición de las escenas (la película se limita a esos encuentros y algunas escenas familiares) explican tanto como lo que se dice: un diálogo pasa de un fondo oscuro a un fondo de cielo cuando empieza a aclararse una discusión; en general un objeto separa a la mujer de un interlocutor hostil o ella misma está apretada en la composición del cuadro cuando las cosas se complican. Las tomas son descriptivas con los mínimos recursos. Es una película emotiva y un único momento de distensión (cuando cantan Gloria acompañando la voz de Van Morrison desde la radio del auto) es glorioso. Ellos saben cómo manejar nuestras emociones.

Quizás lo más exótico para la filmografía de los Dardenne sea Cotillard en el papel principal. La más grande estrella del cine francés actual es un prodigio a cara lavada y pelo descuidado atado con una colita. Es capaz de reflejar la depresión de una mujer que se ve prisionera de una situación que, básicamente, la sobrepasa. Cotillard es una gran actriz.

Ah, y es cierto, los Dardenne nunca hicieron una película mala.

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