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Una construcción cinematográfica

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Es una de cowboys, filmada en la espectacularidad de la película de 70 mm, con la épica de la música de Ennio Morricone y estrellas de cine con porte de estrellas de cine. Y sin embargo, Los 8 más odiados es una mezcla de obra de teatro con misterio a lo Agatha Christie.

Es, en todo caso, un western de interiores, de la misma manera que Perros de la calle la película que presentó a Tarantino al mundo como el cinéfilo más loco del mundo, era un thriller de cámara limitado a una sola locación.

Acá es una pulpería, en tiempos de posguerra civil y en medio de la peor tormenta de frío y nieve. Allí quedan varados un cazarrecompensas (Kurt Russell) que lleva a la horca a una criminal que mete miedo (excelente Jennifer Jason Leigh), un coronel negro del Ejército del norte (Samuel L. Jackson), un general del sur (Bruce Dern), un personaje que dice que es sheriff (Walton Coggins, muy bien), un verdugo (Tim Roth), el mexicano que atiende el lugar (Demián Bichir) y un misterioso pistolero que escribe un diario de su vida (Michael Madsen). Conociendo a Tarantino uno sabe que tanta testosterona junta va a desembocar en litros de sangre, aunque en el medio hay una intriga tipo “10 indiecitos” con un envenenador de guante negro que hay que descubrir.

La combinación de todo eso, da un Tarantino de esos de amar y odiar. Parece claro que la mejor etapa de su carrera fue la primera (la trilogía Perros de la calle, Tiempos violentos, Jackie Brown) y que después si bien ha madurado como narrador, cierta tendencia a la autocomplacencia, al hermetismo de referencias y una actitud adolescente hacia los géneros, han sido un tanto desalentadores. Sus películas están llenas de cine, eso sí, y Los ocho más odiados parece, más allá de sus excesos y su verborragia, un claro ejemplo de lo mejor que puede dar.

Es tantas cosas. Desde la poesía (apoyada por ese colchón celestial que es la música de Morricone) de la escena inicial con ese Cristo de piedra soportando la inclemencia del tiempo a la explosión gore en que acaba todo, Tarantino se las ingenia para colar diálogos intrascendentemente interesantes en una construcción cinematográfica que se parece demasiado a teatro filmado (de hecho se estrenaría en los escenarios del West End londinense) pero que es puro cine.

Es una película llena de recovecos, de pequeños detalles que van construyendo un edificio gigantesco de casi tres horas. Una parte del mérito es el elenco que maneja las tensiones en pequeños gestos que van alertando del cataclismo que se avecina. Son los actores que precisaban esos personajes y son el pilar sobre el que está construida la película.

Y Tarantino parece más preocupado por ellos y por lo que dicen que hacia donde lleva todo eso. Así, alguien puede hallar tedioso toda una parte intermedia donde básicamente no pasa nada. Pero está pasando y Los 8 más odiados se vuelve un tren desaforado yendo hacia el inevitable precipicio de la autodestrucción.

Es por cómo está construida lo que hace de la película la mejor del director en mucho tiempo. Porque respeta su pasión adolescente por el cine pero transformado, como ya lo sabemos, en uno de los grandes maestros de un arte que, dicen, está en decadencia. Y es mentira. Porque Tarantino, con estos caprichos, se encarga de que nos siga maravillando.

Los ocho más odiados (****)

Estados Unidos, 2015. Título original: The Hateful Eight. Escrita y dirigida por Quentin Tarantino. Fotografía: Robert Richardson. Música: Ennio Morricone. Edición: Fred Raskin. Dirección de arte: Richard L. Johnson. Vestuario: Courtney Hoffman. Intérpretes: Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Tim Roth, Walton Goggins, Demián Bichir, MIchael Madsen, Bruce Dern, James Parks, Zoe Bell. Duración: 167 minutos. Estreno: 7 de enero.

CríticaFERNÁN CISNERO

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