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El clan: servicios que no cabe agradecer

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El film expone con vigor, pero si truculencia un caso oscuro y sórdido.

Hubo quien se enojó hace poco con esta película, y escribió que era "vergonzoso" que le gustara a alguien, que era peor aún que la hubieran premiado (León de Plata en Venecia a Mejor Dirección), y que era preferible dejar atrás temas tan sórdidos y no pensar en ellos.

Alguien más complementó esa idea con la afirmación de que a los uruguayos (y al parecer también al jurado de Venecia encabezado por Alfonso Cuarón) nos venden cualquier cosa, desde Tinelli hasta otros ejemplos de "televisión basura"... y El clan de Pablo Trapero.

Si la película fuera efectivamente todo eso (o solamente eso) no valdría la pena ocuparse de ella, pero, afortunadamente no es así. Se trata de un trabajo serio, que recuerda sin sensacionalismos una historia real y siniestra, y que revisa el pasado para extraer de él algunas conclusiones que conectan con el presente. Contradictoriamente, una tercera objeción contra el film ha sido que no contiene suficiente sangre y tortura, lo cual al parecer decepcionó a algún trasnochado amante del "gore" pero también demuestra el buen criterio de Trapero al enfocar su tema.

La historia es conocida: el clan del título (la familia encabezada por Arquímedes Puccio, interpretado por Guillermo Francella) llevó a cabo durante y después de la dictadura militar que oprimió a la Argentina hasta 1983, una serie de secuestros extorsivos, varios de los cuales terminaron en el asesinato de la víctima aunque sus parientes hubieran pagado el rescate. El "pater familias" estaba vinculado a (y protegido por) los servicios de seguridad de la época, muchos de cuyos integrantes se convirtieron en "mano de obra desocupada" tras la transición a la democracia pero no cambiaron de oficio: en lugar de secuestrar y "desaparecer" gente al servicio del régimen dictatorial, siguieron haciéndolo para provecho propio. Al espectador uruguayo debería llamarle la atención la aparición secundaria de Fernando Miró en el papel de Aníbal Gordon, a cuyo grupo suelen atribuirse los asesinatos de Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, Rosario Barredo y William Whitelaw.

Uno de los méritos del libreto y la dirección de Trapero es su habilidad para resumir una historia compleja y llena de ramificaciones, concentrándose en unos pocos casos y en la repercusión que estos tienen sobre el personaje del hijo (solventemente interpretado por Peter Lanzani), desde cuyo punto de vista está contada buena parte de la historia, y que evoluciona de exitoso jugador de rugby a profesional del secuestro y el asesinato.

Contra los pedidos de "gore", Trapero insiste en cambio en un enfoque más cotidiano y acaso, por ello, más inquietante: la rutina de la convivencia familiar, la oración antes del almuerzo, los personajes que continúan viviendo como "gente normal", discutiendo los problemas del "día a día", añorando al hermano lejano, planificando el futuro y hasta reivindicando valores conservadores y tradicionales, mientras apenas a un paso, en el sótano de la propia casa, se desarrolla un horror casi inimaginable. No es imprescindible citar a Hannah Arendt para reconocer allí un ejemplo más de la "banalidad del Mal".

Trapero no es, afortunadamente, el Marcos Carnevale de El espejo de los otros. No pone a sus personajes a gritar mensajes y sentidos, sino que deja que estos surjan (al menos los sentidos: el director sabe que los "mensajes" hay que dejárselos al correo o a las redes sociales) de la acción misma, de la alusión antes que el editorial, del simple "mostrar" lo que está ocurriendo delante del lente. Lo hace con un sobrio criterio expositivo, con una fluidez de cámara y una precisión de montaje que son el sello de un buen director, y que apenas se tambalea ligeramente cuando (pero son solo unos pocos minutos) apuesta al paralelismo entre el castigo a una mujer secuestrada y el primer encuentro sexual del personaje de Lanzani con su novia, incurriendo en la gratuidad y la innecesaria insistencia. No hay otra explicación para esa secuencia que la noción de que el sexo en el cine vende, pero no hay para ella una justificación dramática.

Reparo menor, en todo caso. Durante la mayor parte de su metraje Trapero va derecho al asunto, y proporciona la suficiente sustancia para la reflexión. No vale, por cierto, la objeción de que falta contexto social y político: el film no es un documental sobre la dictadura y los métodos de algunos de sus "gatillos", sino la narración de un caso personal. Y a su alrededor hay la suficiente cantidad de información como para entender correctamente que ese caso no es único: las señaladas apariciones de otros paramilitares, el contacto del protagonista con gente "de arriba" que lo protege pero a cierta altura le advierte que ya no puede hacerlo, la pincelada que revela al personaje como un "peronista de derecha" (suponiendo que los haya de otra clase) que da a entender un vínculo con la Triple A del "brujo" López Rega, detrás de quien Perón estuvo más cerca de lo que muchos desean creer.

Lo ya dicho: Trapero no pretende emitir editoriales, del mismo modo que no lo hizo en Leonera cuando denunció prácticas corruptas en una cárcel de mujeres, cuando cuestionó a los "ave negras" que lucran con el dolor ajeno en Carancho o cuando se metió en una "villa miseria" (¿o hay que decir "asentamiento"?) en Elefante blanco. Pero mientras hacía la película no puede haber dejado de pensar en ciertos alcances contemporáneos de su tema: los servicios siguen siendo un dolor de cabeza en la Argentina, como lo sabe cualquiera que haya seguido con alguna atención los casos Stiuso y Milani, y la reciente disolución (o cambio de nombre) de la SIDE.

Hay quien ha cuestionado la rigidez de la composición de Francella. No es obvio que sea un error: más bien cabe pensar que Trapero quiso un personaje monolítico, para contraponerlo al arco dramático (la caída) de su hijo interpretado por Lanzani. De hecho, en la oposición y cercanía de esos dos personajes se apoya el principal eje dramático del film, en el que hay también un buen oído para la música de época, desde Serú Girán a Virus y Creedence.

SABER MÁS

El clan [****]

Argentina/España 2015. Dirección y guión: Pablo Trapero. Música: Sebastián Escofet. Fotografía: Julián Apezteguía. Producción: Kramer & Sigman Films/ Matanza Cine/El Deseo/Telefé/Fox International Productions (FIP)/INCAA/ ICAA. Con: Guillermo Francella, Peter Lanzani, Inés Popovich, Gastón Cocchiarale, Giselle Motta, Franco Masini, Antonia Bengoechea, Gabo Correa.

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