Publicidad

La belleza de los pequeños gestos

Compartir esta noticia
Un refinado ejercicio de reconstrucción del pasado: "La dama y el duque" de Eric Rohmer.

Continúa hasta el próximo 4 de julio inclusive en Sala Cinemateca una amplia retrospectiva del maestro francés Eric Rohmer. 

Ya se han exhibido cuatro films, pero desde hoy y hasta esa fecha irán, uno por día, otros trece: La rodilla de Clara, El amor a la hora de la siesta, La marquesa de O..., La mujer del aviador, La hermosa boda, Pauline en la playa, El amigo de mi amiga, Cuento de primavera, Cuento de invierno, Cuento de verano, Cuento de otoño, La dama y el duque, Triple agente.

Es curioso el caso de Rohmer. Cuando, a fines de los años cincuenta, explotó el fenómeno de la Nouvelle Vague francesa, su nombre pudo pasar relativamente inadvertido entre los logros y las provocaciones de un Jean-Luc Godard, un Truffaut, un Claude Chabrol (para mencionar solamente a tres de sus varios colegas que ejercían la crítica en la revista Cahiers du Cinema), o del grupo rival de "admiradores de los gatos" cobijado por la más politizada publicación Positif (Alain Resnais, Agnés Varda, Jacques Demy, Georges Franju). En ese momento, en películas como El signo del león (1959) o La coleccionista (1967), Rohmer pudo parecer "otro de esos intelectuales franceses", como los hoy olvidados Pierre Kast, Jacques Doniol-Valcroze o Jean-Gabriel Albicocco, o el casi siempre inaguantable Jacques Rivette. El paso del tiempo pondría empero las cosas en su sitio.

Fue probablemente a partir Mi noche con Maud (1969), cuando ya Godard había empezado a aburrir al mundo, que Rohmer, curiosamente unos diez años mayor que la mayoría de sus colegas de Cahiers, comenzó a desplegar su verdadero potencial. En esa y otras películas integrantes de su ciclo de los Cuentos Morales, al que ya pertenecía La coleccionista (1967) y siguió después con La rodilla de Clara (1970), El amor a la hora de la siesta (1972), que Rohmer se fue mostrando como un individuo refinado y sensible, atento a los matices del sentimiento y la emoción, explorador agudo de las vacilaciones y las inseguridades afectivas de la gente (conviene advertir que la palabra "moral" que etiqueta a esas películas no se refiere a la ética sino a las latinas "mores", las costumbres, especialmente en el terreno de las relaciones humanas y los desconciertos del amor).

Se ha podido sostener que, al igual que su admirado Howard Hawks (se recuerda su lapidaria frase: "al que no le guste Howard Hawks no le gusta el cine"), y con algunas excepciones como los ejercicios literarios de Percival el galo, La marquesa de O... o La dama y el duque, respectivamente basados en Chrétien de Troyes, Heinrich von Kleist o Grace Elliot, a lo largo de sus más de cuarenta películas Rohmer contó casi siempre la misma historia.

Si en Hawks era la historia de un hombre en peligro físico, en Rohmer se trata generalmente de galanes vacilantes, y mujeres más decididas que ponen en entredicho sus sentimientos.

La forma es igualmente "hawksiana", hecha de tomas largas, pocos primeros planos, personajes que hablan largamente pero donde lo que importa es lo que no dicen. Las heroínas de La mujer del aviador o de Cuento de verano, que ocultan sus sentimientos detrás de un torrente de palabras, derivan sin mucho esfuerzo de "Plumitas", el personaje de Angie Dickinson en Rio Bravo.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Un refinado ejercicio de reconstrucción del pasado: "La dama y el duque" de Eric Rohmer.

Cinemateca Uruguaya revisa el cine de Eric Rohmer

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

cine

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad