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Aliados: como antes, más que antes

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Aliados. Foto: Difusión

Se estrenó una historia bien clásica que va de Casablanca a Londres en tiempos de espías y romance.

La primera escena de Aliados muestra a Brad Pitt cayendo con un paracaídas sobre las arenas de un desierto. Lo vemos en un plano cenital que, al eliminar la perspctiva, impide saber cuánto falta para darse contra el piso. La toma con ese fondo de dunas suavemente onduladas funciona como un brevísimo prólogo que adelante el cenagoso territorio de esta aventura.

Así, la imagen —tan bien filmada como lo está el resto de la película— nos avisa del complicado terreno personal en el que se está metiendo el personaje (que incluirá un atentado político y el amor a una mujer que quizás no sea quien dice, entre otras cosas) pero también el director Robert Zemeckis. Esta es su película más extraña y eso quiere decir que es un romance clásico nada parecido a películas como Volver al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Náufrago o Forrest Gump, por nombrar algo así como todas las facetas de su carrera.

Zemeckis, un director siempre seducido por la tecnología y preocupado por el futuro, acá va por la nostalgia: conoce el modelo y es capaz de recrearlo con todos los chiches que marcan el protocolo. Lo suyo es cinefilia pura y dura.

Cuando finalmente pisa arena firme, el agente canadiense al servicio de la Reina de Inglaterra que interpreta Pitt llega a una Casablanca en tiempos de la Segunda Guerra Mundial que se sabe es parte del imaginario cinematográfica desde que Bogart y Bergman se negaron a retomar allí un viejo amor y el dueño del Ricks Café comenzó una amistad con un comisario que parecía colaboracionista.

A Pitt lo espera una misión compartida con una agente de la resistencia francesa (Marion Cotillard) con la que haciéndose pasar por marido y mujer y aceptados por la administración nazi tienen una misión que parece salida de Bastardos sin gloria, donde también andaba Pitt a los metralletazos contra funcionarios alemanes.

La Casablanca de Zemeckis es como debe ser cualquier Casablanca del cine: un lugar sensual, místico, peligroso e ideal para enamorarse. A los agentes le pasa lo inevitable y él decide invitarla a casarse, tener familia y radicarse en Londres aunque no necesariamente en ese orden. Tras la mudanza, él seguirá siendo espía y ella, ama de casa.

Pero como nos enseñó el cine, en el amor y en la guerra las cosas no son cómo parecen y en el tercer acto, se empieza a sospechar que quizás ella no esté tan retirada como se pensaba. Y que no trabaja para los que se pensaba que trabajaba.

Con material como ese ha pavimentado el camino del cine clásico de Hollywood y Zemeckis está para recordarlo. El cuidado de producción y de vestuario (incluyendo un coqueto conjunto militar de Cotillard en un día de campo y tiro al blanco) está a la altura de los lujos de las viejas producciones. Lo mismo se puede decir de la música, la fotografía y todo lo que tiene que ver con la dirección de arte. Zemeckis, como su mentor, Steven Spielberg, es un amante del cine clásico y acá va por el homenaje, sí, pero también la imitación. Eso puede espantar a espectadores más modernos..

Aliados es una película rara que apela a una época lejana en donde las cosas eran así de maniqueas, los escenarios así de artificiosos y las estrellas así de grandes. Tiene algunas modernizaciones, principalmente, en la hitchcockiana segunda parte, y algunas complejidades en los personajes dentro de todas las simplificaciones que exige el género.

Es, en definitiva,como una secuela combinada de Casablanca —claro si hasta "La Marsellesa" tiene un papel importante— y Tuyo es mi corazón, aquella de Hitchcock, con espías, nazis, Cary Grant e Ingrid Bergman.

Pero todo acá pasa por la puesta en escena. Y eso queda claro en una escena romántica en un auto rodeado de una tormenta de arena, las oficinas de los nazis, un amenazante avión en llamas sobre la Londres bombardeado o un picnic familiar con ese mismo bombardero caído de fondo.

Así, lo que Zemeckis construye es un universo que solo puede existir en las películas. Lo mismo pasa con La La Land que, como Aliados, transcurre en el ficticio espacio donde ocurren los sueños, o sea el cine. No existe esa Casablanca, como tampoco existe el Los Angeles de la comedia musical de Damien Chazelle. Son construcciones cinematográficas y así deben ser vistas. Eso incluye a los protagonistas principales que no necesitan darle carnadura a sus personajes, sino básicamente hacer de estrellas de Hollywood.

El final cae en algún facilismo dramático que, estoicamente, la película había evitado hasta entonces. Y la tendencia de Zemeckis a los efectos especiales genera un choque entre su clasicismo y lo digital en el que, por ejemplo, el rostro de Pitt parece el principal afectado. Es como un museo moderno, es verdad, de esos que combinan tecnología, nostalgia e historia.

Pero Aliados es una película entretenida, respetuoso y de buena pinta. Es esa clase de películas que hay que mirarlas con aquellos ojos entre inocentes e ingenuos que, quizás, ya no tenemos.

Director siempre con cosas para mostrar

"Pienso que lo único que los cineastas pueden hacer es buenas películas y hacerlas mientras nos dejen seguir haciéndolas", le dijo Robert Zemeckis a The Atlantic. "Pero al final del día esto es un negocio y si a las audiencias no les importa, no hay nada que podamos hacer".

A Zemeckis le ha ido bastante bien: sus películas le dieron a la industria de Hollywood más de 2.000 millones de dólares (Aliados no es de las que más aportó) . Y además muchas de ellas son consideradas clásicos. En ese terreno su filmografía (tiene 26 películas dirigidas) es concluyente: Forrest Gump (por la que ganó un Oscar a mejor director); la trilogía Volver al futuro, Contacto, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Náufrago; La muerte le sienta bien. Pocos directores pueden alardear de tanto aprecio popular y crítico. También tiene de las otras: Beowulf, El vuelo o la más reciente En la cuerda floja

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