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Concurso: brillaron libretos de Queso Magro y coro de La Consecuente

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Queso Magro en el Teatro de Verano. Foto: Twitter @teatrodeverano

Primera rueda

Los Choby's aportaron muy buenos momentos y La Compañía no desentonó

A primera hora participó la revista La Compañía, con un interesante trabajo global, a partir de una buena idea de su espectáculo. Se basa en un conjunto de situaciones de pareja que se van desarrollando a lo largo de un día, a partir de la fantasiosa idea de la llegada del fin del mundo, al día siguiente.

El texto apela al humor y su efecto puede dividirse en tres niveles: algunas escenas llegan con buen rebote, otras tienen un resultado intermedio y también hay algunos momentos que están en condiciones de crecer ampliamente para su regreso, en la segunda rueda.

El desarrollo del trabajo apunta a un contrapunto entre ambos personajes (el hombre y la mujer) esbozando, a través de una multiplicidad de conflictos, cierto trasfondo humano, siempre en un tono de comedia.

Hay muy buena musicalidad, muy buena orquesta y una cuidada escenografía y ambientación. Los solistas y actores pisan en buen nivel, y el cuerpo de baile está a la altura de las exigencias.

En particular, este rubro será decisivo en la categoría y llegado el momento de la liguilla será necesario hilar fino para encontrar las virtudes de cada uno de los cuerpos de baile, área en el que el grupo de Gustavo Pérez demostró estar en carrera.

A segunda hora actuó la murga Queso Magro, con uno de los espectáculos más reideros en lo que va del concurso, gracias a la creatividad e ingenio de sus textos, interpretación y puesta en escena.

Se trata de un libreto excelente y sostenido, que se sale del renglón establecido y apuesta por involucrar al espectador en una especie de juego, donde la comunicación se produce en altísimos niveles de calidad y efectividad.

La murga realiza una profunda declaración de principios: dice que la risa es su revolución, una sentencia sencilla y honda, sobre todo en tiempos donde los seres humanos transitan por un camino ríspido y pedregoso, cargado de dramatismo y fragmentación en las relaciones cotidianas.

De ese modo, la risa y la alegría, más que el principal recurso persuasivo de un espectáculo, se resignifica como un elemento esencial para la vida.

La propuesta se divide en varios bloques breves, proponiéndole al espectador un humor rápido, que una vez que se instala no se desarma, sino que, por el contrario, se vuelve arrollador.

Al inicio, aparece el cuplé sobre los youtubers, en cuyo remate se involucra un disparatado tutorial de batería que termina de instalar la complicidad entre los artistas y espectadores.

Luego aparece un cuplé sobre los dientes, que va descentrando en una serie de escenas breves, sobre temáticas como los brackets y los dientes de leche, que se desarrollan en un clima en el que la platea ya está definitivamente entregada a las intenciones humorísticas. Y después llega el cuplé sobre Montevideo, que comienza a desarrollarse bajo el pulso del humor, pero que lentamente se transforma en un cálido clima, en el que Queso Magro propone el editorial descrito al inicio de este comentario.

El punto de cierre es una también humorística despedida al cuerpo humano.

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A nivel coral, Queso Magro tiene un trabajo más que aceptable, con una sonoridad que apuesta por la coherencia entre la musicalidad y los distintos énfasis que necesita poner el trabajo. No es uno de los coros con mayor volumen ni tiene los solistas de lujo, pero es claro y afinado.

Su puesta en escena es muy elaborada, porque todo el código humorístico necesita de un sustento fundamental: los cuerpos vivenciando y portando las historias, algo que Jorge Esmoris trabajó muy bien, entremezclando imágenes que conjugan un poco de locura con la necesaria postura de humoristas o payasos, identidades imprescindibles para el relato.
En cambio, el vestuario da algunas ventajas y pueden incidir en una globalidad donde la diversión y el humor fueron protagonistas de lujo.

A tercera hora tocó el turno de los humoristas Los Choby's, que presentaron una propuesta más que satisfactoria, con su clásico estilo de humor autorreferencial, una marca en el orillo del grupo, que esta vez se desplegó de principio a fin.

El grupo apostó fuerte por el cuidado de ciertos aspectos técnicos, como la escenografía, vestuario, canto o la puesta en escena, de acuerdo a lo que marcan las exigencias reglamentarias. Vale señalar que en estas áreas, el grupo solía quedar en franca desventaja con sus competidores, aún en años donde, indiscutiblemente, era el que más hacía reír.

Esa búsqueda representa una apuesta arriesgada y polémica, teniendo en cuenta que la mayor fuerza del grupo ha sido, justamente, el costado espontáneo, disparatado, de aparente caos, con el que ha logrado marcar un diferencial en materia de humor y construido una identidad singular a lo largo de los últimos años.

De cualquier modo, el trabajo tuvo muy buenos momentos, gracias a las ocurrencias del libreto, aunque queda la sensación de que es posible darle mayor continuidad a la risa. Hubo buena variedad de recursos y una vez más sobresalió la mano sapiente de Leonardo Pacella, cuyos disparos humorísticos siempre llegan a puerto.

Las humoradas de la transmisión del desfile y el velatorio del Buey resultaron parejas y bien actuadas. Tiene un desafío importante: volver al Ramón Collazo en pocas horas. Para hacerlo en muy buen nivel posee sobradas herramientas.

El cierre de la noche lo protagonizó la murga La Consecuente, con un plantel conformado por los históricos componentes de Los Diablos Verdes. En honor a dicho título, y de la mano de su arreglador, Andrés Atay, la murga se transformó en una máquina de cantar, un ítem esencial de la categoría, en el que el grupo roza la excelencia.

Hay grandísimas voces y una musicalidad que apunta por un ritmo vertiginoso, que también se representa en la puesta en escena, determinando un espectáculo ágil, cuya intensidad se acrecienta en los momentos de mayor crítica.

El texto, sin embargo, tiene un rendimiento intermedio. Es elogiable su abordaje crítico sobre la realidad actual, aunque, a modo de crítica, debe señalarse la falta de humor y de una mayor riqueza de recursos, sobre todo, si se tienen en cuenta los excelentes intérpretes que posee.

Los mejores momentos se logran en el salpicón y en el cuplé de la justicia. Especialmente, el segundo punto tiene una lúcida mirada de actualidad, cuyo desarrollo se nutre de una mirada ideológica y se plantea en escena recurriendo a la opinión.

En síntesis, se trata de una buena propuesta, narrada desde un estilo tradicional, que tiene margen para crecer en su parte central. Una vez más, Albino Amirón y Charly Álvarez se convirtieron, como era de esperar, en los dueños de la escena.

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