Publicidad

"El narrador es como el cuervo"

Compartir esta noticia
Carlos Liscano. Foto: Archivo El País

“Después de muchos años de intentar escribir ficción, y no conseguirlo, encontré, creo, una forma de hacerlo. Comenzó como un juego: reescribí una historia, atribuida a León Tolstoi acerca de un cuervo mentiroso. Luego de meses pensé que el cuervo podía contar muchas historias muy conocidas. Ahí el procedimiento dejó de ser un juego. Releí muchas de mis lecturas preferidas: Acevedo Díaz, Kafka, Homero, Balzac”, cuenta Liscano sobre el origen de su nuevo libro, “Vida del cuervo blanco”, que acaba de lanzar Seix Barral.

En charla con El País, Liscano habló de eso y de su experiencia al frente de la Biblioteca Nacional.

—¿Vida del cuervo blanco es un libro metadiscursivo?

—Sí, bueno, está compuesto por dos partes. El lector salteado es una especie de diario literario donde hago reflexiones, cuestiones personales. Y la segunda parte, que es Vida del cuervo blanco propiamente dicho, parte de una situación personal. Durante muchos años no pude escribir ficción, pese a que me lo proponía. Y un día descubrí una historia, de un cuervo que se disfraza de paloma, y se va a vivir con ellas. Y cuando las palomas lo descubren, lo expulsan, y a su vez los cuervos no lo reconocen.

—Parece una historia muy simbólica...

—Puede ser una parábola de la migración. Y ese cuervo al volver contaba historias fantásticas, que le habían ocurrido. Y por esa vía encontré una forma de narrar historias muy conocidas de la literatura, desde Moby Dick hasta El combate de la tapera. Ese método, esa forma me entusiasmó y se transformó en una especie de delirio literario, en el que se cuentan muchísimas historias, desconocidas algunas, citas que uno sabe de memoria, letras de tango, poesía. Así logré incluir parte de la literatura americana, europea, asiática. Pero de literatura africana no sé prácticamente nada. No podía poner a Joseph Conrad, porque era polaco y escribía en inglés. Hasta que un día descubrí que sí conocía al respecto un personaje apócrifo, Tarzán.

—También un personaje cargado de simbolismo...

—Sí, una historia fabulosa, la fantasía de Edgar Rice Burroughs, que hace que un lord inglés nazca en África y sea criado por una mona, que luego se integre a la civilización, habla el lenguaje de los monos, aprende inglés solo, luego francés, en fin. El resultado son 10 capítulos que es como un homenaje a la literatura que me formó, si se quiere desde el liceo. En mi casa no había libros, así que yo aprendí a leer con revistas, que leíamos por kilos, todos los días. O sea que es como un homenaje a la literatura que me formó.

—¿Qué tuvo de particular esa historia del cuervo?

—Bueno, el cuervo cuenta historias que no le ocurrieron, que son ajenas, para entretener a su público. Y llegó un momento en que sentí que un escritor es como el cuervo, inventa historias para entretener a otros, pero no tiene una historia propia. El narrador es como el cuervo: el cuervo se da cuenta que está mintiendo, inventando para entretener, pero que está vacío de vida propia, de historia propia. Eso es lo que nos pasa a muchos escritores.

—¿El exilio qué le enseñó a nivel literario?

—Una reflexión en torno al lenguaje. Porque uno vive en otra lengua, cuando la lengua propia es la de la intimidad, de los sentimientos. Mi hizo reflexionar sobre el idioma español, sobre el idioma de los uruguayos, a las que de otra manera no hubiera accedido. También sobre la identidad, porque la identidad de uno se disuelve durante un tiempo cuando uno vive en otro país. Alguien destacaba en una tesis doctoral que a algunos de mis personajes les cuesta entender. Y eso tiene que ver con la vida en un país que no es el propio, donde desconoce muchas de sus raíces culturales.

—¿Qué balance hace de la Casa de los Escritores?

—Eso nació cuando la crisis económica, hacia 2002. Convocamos a escritores a leer sus textos en la Feria del Libro, y que la gente llevara comida no perecedera, para los comedores populares. Quedó funcionando como una asamblea espontánea, se discutió qué se hacía, si un sindicato, experiencias que ya se habían hecho y fracasado. Se decidió crear eso, como un refugio para que los escritores se encontraran. Está funcionando, y es eso, un refugio. Quizá podría haber sido algo más grande, pero los escritores no somos gregarios. Comenzaron problemas de quién representa a quién... pero creo que es un lindo lugar. Yo voy poco.

—Muchos escritores no se sumaron...

—Está eso de yo no puedo estar en ningún club porque soy tan buen escritor que.... En otros países funciona, hasta como caja de ayuda.

—¿En su pasaje por la dirección de la Biblioteca Nacional, sintió resistencia a los cambios de parte del personal?

—Sí, como todo el Estado. Te dicen: no, esto se hizo siempre así. No se puede cambiar una mesa de lugar porque siempre estuvo ahí.

—A la Biblioteca Nacional entran muchos libros y no salen, es decir, no se dan bajas. ¿Eso es así?

—Sí, es así. Tiene que haber un sistema de descarte. Lo que pasa es que es una institución, lo digo en el buen sentido, conservadora y parsimoniosa, y está bien que sea así. Su meta es conservar y preservar. Descartar daría tanto trabajo como catalogar los libros nuevos, y como no hay personal, ¿quién descarta y cuál sería el criterio?

"Es una experiencia que no repetiría"

También autor teatral, Liscano ha llegado a los escenarios a través de textos propios y adaptaciones, como fue el espectáculo "Resiliencia". "Esa obra me pegó muy fuerte", confiesa, y agrega: "Hay cosas que son personales, mías, de mi infancia, mi familia. No es una experiencia agradable, uno se siente incómodo, la gente lo mira. Ver esa obra es una experiencia que no repetiría".

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Carlos Liscano. Foto: Archivo El País

Carlos Liscano

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad